martes, 25 de junio de 2013

Las fábulas de Calvino




Italo Calvino confesó en un escrito de 1960 que acompañaba a la edición de Nuestros antepasados que, tras haber comenzado su carrera literaria escribiendo relatos neorrealistas y hastiado de todo, se puso en 1951 a imaginar una historia como mero pasatiempo privado. Empezó a escribir El vizconde demediado y, aunque no era su ánimo realizar un cambio radical en su escritura y defender otra poética, es probable que la sensación de libertad que le producía adentrarse en el terreno fantástico influyera definitivamente en sus posteriores creaciones.
Asimismo debemos recordar que Calvino se dedicó con gran empeño a investigar los cuentos y fábulas tradicionales italianas y más adelante su afición al fantástico le llevaría a antologar y prologar una excelente y modélica selección de relatos titulada Cuentos fantásticos del XIX. Así es que Calvino, de manera casi fortuita, empezó a dibujar el espacio donde mejor podía expresar sus preocupaciones sobre la existencia humana.
También como Borges, al que admiraba profundamente, Calvino escribió mucho sobre otros autores y supo apreciar con gran sentido crítico a los clásicos. En Borges reconocía una adhesión a su “idea de la literatura como mundo construido y gobernado por el intelecto” y se sentía vinculado a él por su mutua pasión hacia aquellos autores que se habían movido por el género fantástico de forma continua u ocasional. Ya en su prólogo a Cuentos fantásticos del XIX, Calvino expresaba su particular visión afín al género: “El cuento fantástico es uno de los productos más característicos de la narrativa del siglo XIX y, para nosotros, uno de los más significativos, pues es el que más nos dice sobre la interioridad del individuo y de la simbología colectiva. Para nuestra sensibilidad de hoy, el elemento sobrenatural en el centro de estas historias aparece siempre cargado de sentido, como la rebelión de lo inconsciente, de lo reprimido, de lo olvidado, de lo alejado de nuestra atención racional. En esto se ve la modernidad de lo fantástico, la razón de su triunfal retorno en nuestra época. Notamos que lo fantástico dice cosas que nos tocan de cerca, aunque estemos menos dispuestos que los lectores del siglo pasado a dejarnos sorprender por apariciones y fantasmagorías, o nos inclinemos a gustarlas de otro modo, como elementos del colorido de la época”.
Y es así como se fue concibiendo la trilogía de Nuestros antepasados formada por El vizconde demediado, El barón rampante o El caballero inexistente, un gran fresco alegórico que utilizaba la fantasía como medio para describir la relación del ser humano con su entorno. Estas obras representaban en palabras de Calvino, la aspiración a una plenitud por encima de las mutilaciones impuestas por la sociedad, la vía hacia una plenitud no individualista alcanzable mediante la fidelidad a una autodeterminación individual y la conquista del ser respectivamente, es decir tres maneras de acercamiento a la libertad. No es necesario, por tanto, que busquemos nuevas interpretaciones cuando el autor fue tan claro en su exposición, pero hay que convenir que obras tan imaginativas siempre dan pie a hablar como mínimo de sus detalles.
En El vizconde demediado, Medardo de Terralba es partido limpiamente en dos por una bala de cañón en la guerra contra los turcos. La mitad del hombre que regresa se muestra cruel con los suyos y decide seccionarlo todo porque entiende que la pureza está en la fracción de las cosas. Más adelante aparece la otra mitad que es un reverso, pues busca el bien casi como un santo. Es fácil asociar esta obra con la dualidad del clásico de Stevenson (al que le hace un guiño evidente por otro lado), pero Calvino se adelanta para informarnos que en realidad quiere hablarnos del hombre contemporáneo, “mutilado, incompleto, enemigo de sí mismo”. De hecho, la división también se hace explícita en las dos comunidades que nos muestra el autor, la de los leprosos que ejercen el desenfreno y la lujuria y la de los hugonotes mucho más rígida. Y el humor envuelve todo el relato para asemejarlo a las antiguas fábulas.
La segunda de las obras de esta trilogía es El barón rampante, sin duda una de sus obras maestras y la preferida por Calvino entre todas las suyas. Aunque no se trata de una novela fantástica, su idea es tan irracional y poco convencional que parece situarse en un mundo irreal. Cuenta la historia de Cósimo Piovasco di Rondó, quien a temprana edad decide rebelarse y ascender a los árboles para no bajar nunca jamás. Pero su huida no significa escapar de la realidad, sino vivirla de un modo diferente, desde una individualidad comprometida con sus congéneres pero ajena a normas e imperativos sociales y de clase. La agudísima reflexión del autor sobre el hombre fiel a sus principios, inmerso en una sociedad que rechaza a los inconformistas, la convierte en una novela excepcional. El barón rampante sigue las andanzas de Cósimo, narradas por su hermano y nos muestra que la vida en los árboles no está exenta de aventuras; además, se preocupa por describirnos con todo detalle la vida en las alturas con ánimo de dar verosimilitud a un hecho extraordinario. Aunque su concepción es más realista y sus claras referencias a un período histórico concreto la hacen una obra más crítica, su tono de fábula la convierte en intemporal. Y sus últimas líneas contienen uno de los más hermosos y poéticos finales que recuerdo.
Para El caballero inexistente, Calvino ideó la historia del caballero Agilulfo que lucha en las guerras como paladín de Carlomagno. Agilulfo, cubierto de una impecable armadura, no es corpóreo y de hecho sólo existe lógicamente, es decir, como ente defensor de la norma, el rigor y la ley y en su carencia de capacidad para emocionarse y empatizar. Junto a él, Gurdulú, el bobo y loco escudero que el rey le ha asignado, es presentado como un ser complementario que parece tener solamente presencia física y al que su absurdo comportamiento lo desubica constantemente del mundo. En estos dos personajes, que representan la razón y la presencia física pero también en Rambaldo, Bradamante o Torrismundo, busca Calvino esa plenitud del ser, pues cada uno de ellos necesita completar su existencia a través de sus acciones. Quizás no tiene la magia natural que respira El barón rampante, al evocar de forma demasiado explícita su carácter alegórico, pero indudablemente demuestra que Calvino sabe utilizar con gran precisión las claves fantásticas para mostrarnos su percepción del mundo.
Al explorar el camino de la fantasía, conseguía Italo Calvino mostrarse como una de las voces más interesantes de la segunda mitad del siglo XX.