jueves, 28 de febrero de 2013

Guerra, revolución e ilusiones perdidas





La guerra civil española es un conflicto que se ha perpetuado en nuestra memoria y aunque la mayoría de las personas que participaron en el mismo ya han desaparecido, el eco de lo ocurrido sigue reverberando.  Como en una herida no cicatrizada, la ficción ha hurgado constantemente en el conflicto en su empeño por  hacernos entender nuestro presente. El laberinto español del que hablaba Brenan tiene muchos caminos para una salida unitaria y mucho me temo que la bipartición social vuelve a repetir sus esquemas una y otra vez.
De todas formas, la guerra civil también significó el origen de una interesante experiencia que, aunque no tuvo continuidad al truncarse por la derrota, sacó a la luz lo mejor de una sociedad necesitada de cambios. La revolución que se produjo en una parte de esa España quebrada destella, más de 80 años después, como una brillante luz surgida de la más profunda de las dolencias. Escribía Jaime Gil de Biedma ese dolor:
            “De todas las historias de la Historia
            la más triste sin duda es la de España,
            porque termina mal. Como si el hombre,
            harto ya de luchar con sus demonios,
            quisiera terminar con esa historia
            de ese país de todos los demonios”
En el interesantísimo documental de Juan Gamero Vivir la utopía, las voces de aquellos que estuvieron allí, de los que posibilitaron que durante los largos meses del conflicto la utopía de los oprimidos fuera real, van desgranando las bondades de una experiencia única. Y es que en ese corto período de tiempo se puso en marcha una auténtica revolución popular que sorprendió tanto dentro como fuera de España y que a la postre fue una de las causas directas que motivaron la flagrante decisión de no intervención de las potencias aliadas, supuestamente favorables a la República. Ese período de colectivización, emprendido esencialmente en territorios como Aragón, Cataluña o Valencia fue uno de los mayores logros de justicia social que se han llevado a cabo en este país.
Pero como la historia ya ha sido contada en numerosas ocasiones y muy bien contada por tantos historiadores –destaca, por cierto, el sorprendente interés que ha tenido este tema desde hace tiempo entre los hispanistas británicos-, me limitaré a hablar sobre un libro mítico, contemporáneo del conflicto y escrito por un auténtico visionario y sabio observador de la realidad; me refiero a Homenaje a Cataluña de George Orwell. Este autor se convirtió en un testigo directo de los hechos durante varios meses al participar como miliciano del POUM, después de acudir voluntariamente desde Inglaterra  con la idea de combatir al fascismo, que en aquellos tiempos descollaba peligrosamente.  En el texto logró atrapar, gracias a la sinceridad y la serenidad de sus análisis, las sensaciones reales que se daban en el ambiente y no la épica que otros escritores trataban de enaltecer. Esta obra es la crónica de su paso por la guerra y el intento de comprender, a seis meses vista y cuando el conflicto aún no había finalizado, lo que allí estaba ocurriendo. Aunque es una obra limitada por no tener Orwell una visión de conjunto, su vitalidad y emotividad lo convierten en una pieza imperecedera.
Milicianos del Poum. Orwell es el más alto del fondo
Lo cierto es que Homenaje a Cataluña se lee casi como una novela de acción, donde el personaje nos va narrando con absoluto puntillismo todo aquello que le va sucediendo. Especialmente logrados son los capítulos de su época en las trincheras, donde el autor empieza a cuestionarse verdaderamente las miserias de la guerra y la sensación de pérdida de tiempo constante, mientras el frío, los piojos, las ratas y la mala coordinación provocan su desesperación. Asimismo, los hechos de mayo del 37 en Barcelona que el autor vivió en carne propia, son un documento histórico casi único y nos dan una idea real de lo que allí sucedió, más allá de los análisis históricos.
Ken Loach en Tierra y Libertad, realizó una aproximación a la historia vivida por Orwell, generando de nuevo amplios debates sobre la lucha interna entre las fuerzas de izquierda. Era evidente que la herida seguía abierta, pero Orwell, como demostró más tarde en Rebelión en la Granja o en 1984, fue un visionario crítico y sincero que supo asumir sus limitaciones y errores pero que descubrió el mal que se encubría en las interioridades de la República y sus aliados. En el documental Extranjeros de sí mismos de Jose Luis López-Linares y Javier Rioyo, los combatientes internacionales que hablan de su experiencia confirman esa sensación de derrota interior también, de haber luchado en una guerra por unos ideales que parecieron diluirse en ciertos momentos. Todavía es emocionante comprobar cómo un brigadista excombatiente no acaba de entender que desean de él, de un perdedor que toda su vida ha ocultado la derrota de sus ideas. El homenaje que rinden López-Linares y Rioyo es sincero porque sólo pretende dar voz a aquellos que entregaron un fragmento de sus vidas en una experiencia, según los propios entrevistados, que les marcaría para siempre.