domingo, 20 de enero de 2013

El palacio de los sueños





En su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de 2009, el escritor albanés Ismaíl Kadaré decía: “Una vez aceptamos que el de la literatura y las artes es un mundo paralelo, referencial, ya hemos admitido también que es un mundo rival. Y en consecuencia, dado que la rivalidad conduce de forma habitual al conflicto, lo queramos o no habremos de admitir que entre esos dos mundos, el de la vida y el arte, habrá conflicto. Y conflicto hay. En ocasiones declarado, otras velado. El mundo real posee sus propias armas contra el arte en ese enfrentamiento: la censura, las doctrinas, las cárceles. Así como también el arte dispone de sus medios, sus fortalezas, sus herramientas, en fin sus armas, la mayor parte secretas”.
Estas palabras son, de hecho, representativas y justificativas de una obra que se enmarca en un ambiente de represión totalitaria. Y es que Kadaré ha desarrollado la mayor parte de sus escritos bajo uno de los regímenes comunistas más opresivos y desconocidos del siglo XX, representado por una figura omnipresente en la vida de los albaneses como si de un gran hermano orwelliano se tratara, la del dictador Enver Hoxha y su implacable aparato de Estado.
Según Ramón Sánchez Lizarralde, traductor y gran valedor en nuestro país de la obra de Kadaré, este autor es uno de los últimos colosos de la literatura porque en su obra se recuperan los grandes debates y tragedias de la humanidad, bebiendo de la literatura oral y de los clásicos, y adaptándolos a las circunstancias y condiciones de cada período histórico. Y todo ello se encuadra con una obsesión por el tema de la opresión y sus mecanismos de sumisión, fruto de la experiencia personal. Su trabajo es, probablemente, una de las más lúcidas reflexiones sobre el poder del Estado y sus relaciones con los individuos, lo cual lo emparenta directamente con las mejores obras de Orwell y Kafka –curioso comprobar que comparte con este autor la cercanía aproximativa en las estanterías de librerías y bibliotecas, más allá de su proximidad nominal, pues es para mí evidente que Kadaré es el auténtico heredero cultural del autor checo-.

El palacio de los sueños es la mejor de sus alegorías sobre el poder totalitario. Situada en la época de la dominación del imperio otomano –aunque con claras referencias físicas a la capital albanesa de Tirana-, este libro nos presenta los alambicados misterios de una idea perversa: en el Tabir Saray o Palacio de los sueños, los funcionarios del poderoso Estado se aplican en seleccionar e interpretar todos los sueños de sus habitantes, recogidos a lo largo del todo el territorio por miles de empleados. En el colosal edificio, un primer departamento de selección se encarga de hacer una criba para encontrar los sueños importantes que afecten a la integridad del Estado, en un segundo departamento de interpretación los funcionarios se afanan en buscar aquellos sueños que afectan positiva o negativamente a las estructuras del Estado y entre todos ellos es elegido un sueño maestro que llega al sultán cada semana y que sirve para ejecutar las acciones que permitan la continuidad del aparato de gobierno. El protagonista, Mark-Alem, miembro de la poderosa y ancestral familia albanesa de los Qyprilli, entra en el Tabir Saray como seleccionador y  constituye para el lector un conductor de las laberínticas estancias del palacio y el eje narrativo de la historia. En esa enorme estructura se acumulan los distantes funcionarios que se agrupan en masa a golpe de sirena, aparecen enormes salas repletas de mesas y sillas donde silenciosamente esos seres grises e indefinidos de los que desconocemos todo se muestran como una masa uniforme, mientras largos y vacíos pasillos que contienen secretas puertas cerradas se nos presentan como auténticos laberintos. Se hace evidente la proximidad con la obra de Kafka, aunque en los textos de Kadaré el absurdo es todavía más terrible, ya que el control estatal se obtiene mediante los sueños, algo no tangible y falto de hechos y por tanto mucho más poderoso. El poder surge del control del inconsciente colectivo.
El palacio de los sueños es, ante todo, una denuncia de los regímenes totalitarios y una lúcida reflexión sobre el poder. La alegoría es su método, aunque los paralelismos con el régimen de Hoxha y el estalinismo son tan evidentes que sorprende que esta obra, a pesar de haber estado silenciada, fuera publicada en uno de los momentos más duros de la dictadura. La historia nos habla de la lucha de poder con una familia aristocrática de raigambre que atesora incluso antiguos cantares de gesta –envidia del sultán-, a partir de uno de esos sueños maestros. Pero en realidad, su fuerza reside en la capacidad que tiene Kadaré para mostrarnos ese mundo de pesadilla hasta en sus mínimos detalles, la angustia y el desasosiego que emanan de la situación creada como fiel reflejo del tipo de sociedad al que muchos países se vieron abocados.