lunes, 29 de octubre de 2012

Sueños


El espacio onírico ocupa un campo suficientemente amplio en nuestras vidas como para eludirlo o no prestarle la adecuada atención, a pesar de que no siempre somos conscientes de ello. Soñar ha sido una ocupación común a todas las culturas y épocas e interpretar los sueños una tarea en la que nos hemos aventurado los seres humanos desde la lejana antigüedad,  con la intención de comprender el mundo a través de esa realidad distorsionada y simbólica.
Aunque la popularidad del psicoanálisis freudiano y los posteriores trabajos de Jung proporcionaron al sueño la importancia real que el inconsciente tiene en nuestras vidas, no debemos olvidar que hasta entonces el sueño era tratado como un estado pasivo donde sin más todas las funciones vitales se interrumpían. Remontándonos a la mitología griega, descubrimos que Hypnos era el hermano gemelo de la muerte.
Por otro lado, los estudios de carácter científico sobre el sueño son bastante recientes: el electroencefalograma apareció en los años 30 del siglo XX y el descubrimiento del sueño REM y la división de los diferentes estadios del sueño no llegaría hasta la década de los años 50. Los diversos experimentos y teorías que han intentado recoger para qué sirve el sueño, cuáles son nuestros relojes internos, qué patologías vienen asociadas o qué es lo que soñamos fueron compendiados hace 30 años por el periodista científico Dieter E. Zimmer en Dormir y soñar y no parece que haya habido grandes avances, por lo que aparentemente el sueño se resiste a mostrar sus secretos más ocultos.
Pero en cambio, la obra de Jacobo Siruela El mundo bajo los párpados -una aproximación multidisciplinar al origen, historia e interpretación de los sueños-, al  alejarse convenientemente del cientifismo que gobierna en los trabajos sobre el sueño, se convierte en un brillante ensayo que aborda el onirismo desde múltiples perspectivas. Se pregunta Siruela por qué nunca ha sido escrita una historia de los sueños a pesar de haberse recogido múltiples testimonios que han demostrado la importancia de lo soñado en el mundo real y para ello el autor se hace eco de algunos famosos sueños que han repercutido en los acontecimientos históricos, como los de George S. Patton, Otto von Bismarck o Asurbanipal, pero también de los premonitorios sueños de Abraham Lincoln o René Descartes.
El mundo de los antiguos oráculos es quizás una de las representaciones más claras de la necesidad que tiene el ser humano de interpretar lo oculto. Siruela hace un recorrido por esos templos donde se incubaba el sueño, como el de Asclepio en Epidauro, y nos recuerda que un lugar donde el prestigio terapéutico de la interpretación onírica se ha mantenido durante tantos siglos, no puede ser despachado como un simple rito pagano  Las experiencias místicas de aquellas épocas no distan mucho de las modernas hipnosis y curaciones homeopáticas y nos recuerda con reveladora claridad que "la conciencia racional quiere olvidar este aspecto que empapa de arriba abajo todo el devenir de la realidad humana y borrar las huellas irracionales que siempre va dejando lo simbólico en la psique de los hombres y mujeres de todas las épocas. Pero la historia de lo inconsciente es intemporal, y tanto si avanzamos como si retrocedemos en el tiempo, siempre encontramos plenamente vivos los mismos patrones antropológicos bajo la aparente normalidad racional de la vida cotidiana", ese inconsciente colectivo que apuntaba Carl G. Jung.
Hervey de Saint-Denys
Uno de los capítulos más atractivos del libro nos descubre el apasionante intento de algunos hombres por introducirse en el mundo de los sueños; onironautas, los llama Siruela. Dejando a un lado los trabajos de gente como Ouspenski o Willem van Eeden, el personaje más curioso y sorprendente es Marie Jean Léon Le Coq d'Hervey de Saint-Denys, quien logró moverse a su antojo por el mundo de sus sueños, para contemplarlos y anotarlos. Su solitario trabajo no ha tenido igual y todo el se basa en la observación de los fenómenos oníricos y en la constatación de una serie de principios fenomenológicos basados en su propia experiencia:
-No se puede dormir sin estar soñando. Igual que el pensamiento no deja de fluir en la vigilia, mientras dormimos no podemos dejar de soñar.
-Pensar una cosa equivale a soñar con ella. Para ello es fundamental el papel de la memoria que es capaz de combinar los contenidos de la mente. Y es que, como dice Siruela: "es la memoria -no la imaginación- la materia prima de la que están hechos los sueños. La imaginación es la fuerza impulsora, la función combinatoria y, en definitiva, la guionista del onirismo".
-Todas las imágenes y sensaciones de nuestros sueños emanan de los recuerdos de nuestra vida real. Todo lo vivido se ha almacenado y puede surgir en cualquier momento.
-La voluntad y la conciencia pueden conservarse durante el sueño para dirigir el recorrido del espíritu a través del mundo de las ilusiones. Este principio quedó alterado al aparecer en su mundo incontrolables pesadillas y aspectos impuros para la sociedad de aquella época.
Saint-Denys logró entrar y llegar a dirigir el teatro de los sueños, pero como otros onironautas no llegó a entender que nosotros no somos más que meros espectadores de una obra creada por otro. Su exhaustivo trabajo fue rapidamente olvidado porque no se atrevió a dar un paso más allá y encontrar una explicación al porqué y para qué soñamos.
Carl G. Jung
Pero Siruela recoge además los enfoques filosóficos de Schopenhauer, psicológicos de Jung y científicos de John W. Dunne. Los trabajos de Schopenhauer en este campo le llevaron al concepto de fatalismo trascendental, ya que sus experiencias le demostraron que somos capaces de conocer anticipadamente el futuro a través de los sueños, de lo cual se puede deducir que todo en este mundo sucede por rigurosa necesidad. Para este autor existe una voluntad de dimensión metafísica que domina el aparente azar que nos gobierna -destino para los griegos, fatum para los romanos o providencia para cristianos y musulmanes-. Desde la perspectiva psicológica, Jung fue el primero en entender la conexión entre el mundo externo e interno, en aproximarse al significado de los sueños. Sus experiencias le llevaron a acuñar el término de inconsciente colectivo como aquel arquetipo que se mantiene latente en la psique humana, la voluntad del destino que argüía Schopenhauer, desarrollando asimismo la teoría de la sincronicidad que intenta explicar la ley que une lo físico y lo psíquico. Y por último están los trabajos de John William Dunne que publicó en Un experimento con el tiempo. Según este, mucho de lo que soñamos versa sobre acontecimientos futuros y por tanto parece que accedemos a otra dimensión temporal, ya que el universo es matemáticamente multidimensional y se halla en continuo movimiento.
El mundo bajo los párpados es un libro apasionante que abre múltiples caminos y que despierta el anhelo de indagar en ellos. La ciencia parece negarse a abordar el mundo onírico si tiene que recoger experiencias que no controla, mientras que la literatura según Roger Caillois "prolonga extrañamente las turbaciones del espíritu, tal como es dable imaginarlo en la aurora de la historia humana, vacilando entre los asombrosos fantasmas de los sueños y la insípida constancia del decorado que vuelve a encontrar en cada despertar".

Para esta entrada he utilizado El mundo bajo los párpados de Jacobo Siruela editado en Atalanta, Dormir y soñar. La mitad nocturna de nuestras vidas de Dieter E. Zimmer editado en la biblioteca científica Salvat, el capítulo del libro de Roger Caillois Imágenes, imágenes titulado "Prestigios y problemas del sueño" y la obra de Carl G. Jung El hombre y sus símbolos de la editorial Paidós.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Ilustrando sueños (IV)


Ilustrar un texto narrativo viene a ser una manera de interpretación y hoy en día esa tarea parece pertenecer casi exclusivamente al arte cinematográfico. Pero, antes del nacimiento del cinematógrafo y aún en sus albores, el papel preponderante recaía en los ilustradores, cuya importancia fue tal, que llegaron a marcar la pauta en el desarrollo escénico de muchas obras adaptadas al cine. La época dorada de los ilustradores abarcó desde finales del siglo XIX hasta el primer cuarto del siglo XX y en su declive parece haber tenido importancia el auge del séptimo arte como elemento más popular de traslación visual de la obra literaria. El dibujo ilustrado de los grandes clásicos literarios perdió fuelle ante la rivalidad de un arte más dinámico y globalizado.
Soy de los que pienso que la ilustración de libros es un arte poco valorado a pesar de haber constituido, en ciertas épocas, la única fuente de interpretación visual generada en su contexto. Además, en su período más creativo, nos ha ofrecido la posibilidad de regalarnos con la inventiva e imaginación de grandes artistas creadores como Arthur Rackham, John Tenniel, Edmund Dulac, Howard Pyle, Gustave Doré, Rockwell Kent, Harry Clarke o N.C. Wyeth que, en muchas ocasiones, han acabado asociando su nombre al de la obra que intentaron evocar con sus pinceles. Afortunadamente, el arte de la ilustración sigue dando exquisitos frutos hoy en día y, aunque no alcance la calidad pictórica de aquellos años, seguimos teniendo enormes creadores como los autores de la escuela rusa o los clásicos dibujantes catalanes, con la puntualización de que quizás realizan un tipo de dibujo excesivamente correcto y poco arriesgado, donde prima el detallismo y la originalidad por encima del simbolismo y la creatividad.
Pero, no obstante, aparecen de vez en cuando autores que enlazan con el elaborado trabajo de los antiguos maestros desde una perspectiva moderna, comprometida y osada. Y uno de ellos es el italiano Roberto Innocenti, creador de una obra no muy extensa pero de enorme calidad. Innocenti es un dibujante autodidacta que empezó a ilustrar literatura a principios de los años 80 con su versión moderna de La cenicienta. Posteriormente, además de algunos álbumes originales como Rosa Blanca, El último refugio, La historia de Erika o La casa, se ha encargado de ilustrar con inusual belleza obras como Las aventuras de Pinocho, Cuento de Navidad, El cascanueces o La isla del tesoro, trabajos por los que ha obtenido un amplio reconocimiento con numerosos premios, incluido el Hans Christian Andersen en 2008 por el conjunto de su obra.
En sus trabajos para los textos de Carlo Collodi, Charles Dickens o E.T.A. Hoffmann, Innocenti desborda imaginería visual, con múltiples detalles que le dan a cada escena una importancia más allá de la que el texto puede recoger. Y es que el autor consigue ilustrar también aquello que no está escrito, ofreciendo una información suplementaria al lector que enriquece sobremanera el texto. Uno de los aspectos que más llaman la atención es la distorsión del punto de vista, la búsqueda de perspectivas forzadas que tratan de introducirnos en la obra, convirtiéndonos en personajes observadores privilegiados de la escena. El realismo de todos los detalles y la capacidad de mostrar vida y movimiento en todos sus encuadres lo convierten en un dibujante enormemente sugerente. Incluso en aquellas obras que no parten de clásicos de la literatura, Innocenti sabe conferir el dramatismo adecuado o sugerir estados de ánimo  a través de su pincel.  Rosa Blanca se convierte así en un convincente alegato pacifista a través de los ojos de una niña y El último refugio resulta ser un introspectivo viaje en pos de la imaginación perdida, acompañado de los grandes personajes de la literatura aventurera.
En definitiva, como el trabajo de un ilustrador solo requiere ojos atentos y ganas de complacerse, aquí os dejo un video que muestra la obra de uno de los últimos genios de este arte.