domingo, 26 de agosto de 2012

El país de las hadas




Es tarea complicada pretender desentrañar los misterios ocultos de una obra tan singular como Pequeño, Grande del escritor norteamericano John Crowley. Se ha dicho que es un gran cuento que reflexiona sobre los mismos y sobre la manera de contarlos, pero esta aseveración no acaba de atrapar todo lo que encierra esta novela.
Pequeño, Grande es una obra que bordea la fantasía continuamente de una forma casi imperceptible, utilizando un método que consiste en explicarnos la historia de una singular familia a lo largo de los años, trufando la realidad con elementos verosímiles pero a la vez extravagantes. La extrañeza que llega a producir esta inclusión a lo largo de la obra, hace que el lector admita sin sorpresa la llegada, en un momento dado, del fantástico puro. El abrazo entre mundo real y fantástico no es traumático y por ello el lector asume el mundo propuesto por Crowley como un continuo donde no se perciben las distancias entre realidad y fantasía. Además, el autor maneja el ritmo de la novela magistralmente y allí donde no parece suceder nunca nada, la fantasía va creciendo pausada y regularmente.
La magia de esta obra reside en el misterio, pues Crowley nunca resalta ningún elemento fantástico sino que lo sugiere y es el lector el que debe aceptarlo o no. Él mismo explicaba en una entrevista al respecto que “si personificas un misterio poniéndole nombre en una historia, llámalo fantasma o una pieza de magia procedente del pasado, lo que has hecho es sugerir ese sentimiento. Intentas mostrar al mundo un sentimiento real de que hay algo que no conocemos, que la vida contiene montones de misterios que nunca llegaremos a conocer”.

Ilustración de Peter Milton
Pequeño, Grande es un cuento de hadas moderno que recoge toda la tradición de este tipo de historias y lo sitúa en un impreciso lugar denominado Bosquedelinde, cercano a Nueva York. Allí conviven personajes con nombres enraizados en la naturaleza como John Bebeagua, Violet Zarzales, Oliver Halcopéndola, Amy Praderas, Chris Bosques o Sophie Llanos, alrededor de una casa que contiene “cuatro pisos, siete chimeneas, trescientos sesenta y cinco peldaños, cincuenta y dos puertas” y que parece ser la entrada o puerta al mundo fantástico que debemos asumir, una puerta que se abre para los personajes en el solsticio de verano.
Pero también es una apuesta y defensa de los cuentos de hadas, como se percibe en ese último capítulo que homenajea a Alicia, una obra muy querida por el autor. A la vez es un canto al amor entre Oberon y Titania (encarnados por Auberon y Sylvie), los reyes del país de las hadas según la mitología eslava y celta que Shakespeare se encargó de mostrarnos en su obra más singular y fantástica. Junto a ellos hay cabida para personajes como Federico Barbarroja, el barquero Caronte o una mención explícita al Arte de la memoria de Giordano Bruno.
Crowley contaba en una entrevista que Pequeño, Grande “fue el regreso de impulsos que había suprimido por infantiles e inadecuados, y le di salida sin censura a algunas cosas que tal vez no debí. Esa es una parte, otra es que había vivido en la ciudad desde que terminé la carrera y el libro está impregnado de mis recuerdos de la naturaleza y el campo en los que viví durante la infancia. El bosque, las estrellas, los animales y el clima que añoraba recuperar. La tercera parte proviene del reto artístico que consistía en hacer que mis lectores se tomaran en serio las hadas, estos seres que normalmente dejamos atrás en la infancia”. Así que el autor se permite todo tipo de saltos temporales y digresiones para no habituarnos a una lectura lineal, adoptando la voz de un narrador que cuenta la historia de distintas maneras y diferentes puntos de vista para hacernos creíbles hasta las cosas más inverosímiles. Y es que Crowley nos recuerda constantemente que todo es un cuento y que sólo es necesario creer para acceder a ese lugar que no existe, a “Faëry, el país de las hadas, donde los héroes gigantes cabalgan a través de paisajes infinitos y surcan mar tras mar y lo posible no conoce límites”.
Pero que nadie se lleve a engaño, la lectura de Pequeño,Grande es densa, complicada y muy exigente. Reclama una atención permanente para no perder detalle y eso hace que muchos abandonen su lectura o no se sientan plenamente identificados con sus alegorías, pues como escribía Ursula K. Leguin esta obra es “un libro indescriptible: un espléndido delirio, o una deliciosa cordura, o ambas cosas”. En todo caso contiene un halo poético innegable y me he visto subrayando párrafos o frases memorables, algunos de los cuales me permito traer como colofón admirativo:

“La glicina trepaba sobre guías por las columnas ahusadas del porche, y sus hojas de un verde cristalino encortinaban ya, pese a que el verano era aún joven, los paisajes que él les ofrecía con un gesto de la mano, el amplio parque de césped y las plántulas jóvenes, la perspectiva de un pabellón, la lámina de agua a la distancia bajo el arco de un puente de una perfección clásica”.

“El grifo de la gárgola reaccionó con una tos de tísico, y allá en las entrañas de la casa  las cañerías conferenciaron antes de resolverse a concederle un poco de agua caliente”.

“El viento, de repente, pronunció una sola palabra en la garganta de la chimenea”.

“Parecía uno de esos bosques que crecen y se enmarañan para esconder a una bella durmiente hasta que se hayan cumplido sus cien años”.

“Había supuesto que iba ser algo así como esos trajes holgados que se le compran a un niño para que los vaya llenando al crecer. Se había imaginado que en los primeros tiempos le produciría una cierta incomodidad, un malestar que, sin embargo, se iría atenuando poco a poco, a medida que él mismo, su persona, fuese llenando huecos, amoldándose a la forma de su personalidad; hasta que se arrugaría al fin y para siempre en sus repliegues, se suavizaría con el uso en las zonas de fricción”.

 “Desde su ventana podía ver el camposanto de la iglesia, donde hombres de apellido holandés se removían confortablemente en sus viejos lechos”.