miércoles, 18 de enero de 2012

Sentido y destino


Para la cultura alemana, Weimar significó un lugar de peregrinación de la intelectualidad durante el período romántico. A nueve kilómetros de ese lugar, donde la Alemania culta y civilizada sentó las bases del romanticismo, se levantaba años más tarde uno de los más ignominiosos lugares que ha creado el hombre: el campo de concentración de Buchemwald. Junto a éste, otros nombres como Auschwitz, Mauthausen o Dachau son de infausto recuerdo para la humanidad.
Pero no pretendo hablar del holocausto, sino de dos libros que retratan sendas experiencias vividas en estos campos de exterminio y trabajo. Se trata de dos visiones esclarecedoras y reflexivas sobre ese infierno en la tierra; por un lado la experiencia del psiquiatra vienés Victor Frankl recogida en El hombre en busca de sentido y por otro la novela casi autobiográfica del húngaro Imre Kertész titulada Sin destino. Ambos libros abordan de una forma aséptica y terriblemente fría la experiencia en los llamados campos de la muerte, tratando de descubrir la extraña fuerza que mantiene vivos a algunos prisioneros en unas condiciones tan dramáticas, donde lo más sencillo sería abandonarse para evitar el sufrimiento. En el fondo, pretenden atrapar el misterio de nuestro motor de vida.
Víctor Frankl aclara que su intención es “describir, desde mi experiencia y mi perspectiva de psiquiatra, cómo el prisionero normal vivía la vida en el campo y cómo esa vida influía en su psicología”. Así, el autor nos va asomando con pequeños detalles a los diferentes aspectos que van conformando la vida habitual en el campo. Nos habla de la primera y trágica selección en Auschwitz, del proceso de desinfección, de los castigos corporales y los lacerantes insultos, de la permanente sensación de hambruna e incluso de los sueños y pesadillas, del sexo o de la religión. Frankl se sorprende de que el ser humano sea capaz de adaptarse a todo, incluso a convivir con la muerte y se pregunta cuál es el motivo que permite sobrevivir en este medio hostil, cuando toda dignidad ha sido vejada. Parece encontrar una respuesta: “Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre sólo es posible en el amor y a través del amor. Intuí cómo un hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad –aunque sólo sea un suspiro de felicidad- si contempla el rostro de su ser querido”. La reflexión de Frankl toma cariz de filosofía existencial cuando recuerda que, aún en las peores condiciones, al ser humano no se le puede privar de la última de sus libertades: la capacidad para poder decidir el camino propio, la posibilidad de no dejarse arrebatar nunca la libertad interior, aquella que le permite aceptar un destino que da sentido a la vida y abre una vía a la esperanza. “Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar ese sufrimiento, porque ese sufrimiento le otorga el carácter de persona única e irrepetible en el universo (…) entonces surge en toda su trascendencia la responsabilidad que el hombre asume ante el sentido de la existencia. Un hombre consciente de su responsabilidad ante otro ser humano que lo aguarda con todo su corazón o ante una obra inconclusa, jamás podrá tirar su vida por la borda. Conoce el porqué de su existencia y será capaz de soportar cualquier cómo”.

Presos de Buchenwald en abril de 1945. Foto: AFP
Por otra parte, Imre Kertész en su novela Sin destino cuenta con la suficiente distancia y objetividad posible la vida del joven György Köves como deportado en los campos de Auschwitz y Buchemwald. La minuciosa y admirable recreación en primera persona de los trasiegos que pasa el protagonista y los avatares de un destino que le ha tocado vivir, nos hacen sentir el mismo dolor que le causan esos insoportables zapatos de madera o las heridas que supuran de su rodilla y su cadera. Como Frankl, Kertész también entiende que la única manera de soportar y hacerse fuerte en la adversidad es pensar en los seres queridos que le esperan.
El protagonista de Sin destino va asumiendo la realidad poco a poco, como si de un cierto aprendizaje de la vida se tratara. Pero es un aprendizaje brusco, insoportable, en el que la esperanza se va difuminando y provoca un cierto abandono de la vida. Después de esta experiencia, Köves ya no puede olvidar y cree necesario recordar para encontrar un sentido: “No comprendía cómo no les entraba en la cabeza que ahora tendría que vivir con ese destino, tendría que relacionarlo con algo, conectarlo con algo, al fin y al cabo ya no podía bastar con decir que había sido un error, una equivocación, un caso fortuito o que simplemente no había ocurrido”. De hecho, Kertész realiza el mismo ejercicio de catarsis con esta novela, al describir el infierno de un destino cruel que le tocó vivir pero asumiendo, como el protagonista, que el destino en realidad no existe porque somos libres y capaces de confeccionarlo por nosotros mismos ante las circunstancias, incluso en aquellas situaciones más condicionadas.