domingo, 16 de septiembre de 2012

El arte de narrar



Si existe un mito literario capaz de englobar y representar lo que significa el arte de contar historias ese es, sin duda , el personaje de Sherezade dentro de una obra tan legendaria como Las mil y una noches. Sherezade simboliza la pureza de lo narrativo que hace frente a las adversidades por medio de la fantasía y de la invención de un mundo imaginario que nos evade de lo cotidiano y nos permite soñar.
Sherezade explica breves narraciones a la manera del cuento popular o folklórico. Su fuerza parece residir en el aspecto oral, en la capacidad de adornar y recrear historias ejemplares. Es un personaje que ejemplifica a la perfección los antecedentes del cuento literario como símbolo de ese narrador anónimo que sabe recoger todas las tradiciones en forma de ejemplos, fábulas o proverbios. Pero es ciertamente con la aparición del cuento como una forma de narrativa breve a partir del siglo XIX que podremos hallar una fuerza creativa insospechada en este nuevo género. La evolución desde entonces será imparable y la mayoría de grandes autores lo cultivarán sin ningún tipo de reticencias.
Y a pesar de todo parece que el cuento sigue considerándose todavía un género menor, aunque sólo lo sea en tamaño. Es probablemente ese uno de los motivos por el que la literatura fantástica se ve menoscabada por una incomprensión que la juzga como un tipo de literatura inferior, ya que el fantástico se mueve mucho mejor en el relato corto o como diría Cortázar: "el cuento, como género literario, es un poco la casa, la habitación de lo fantástico".
Así es que, desde mi pasión por la búsqueda de grandes contadores de historias o tusitalas, cuando encuentro un autor actual que es capaz de defender el cuento, el género fantástico  y la tradición de los narradores puros me confieso desde ya mismo acólito suyo. Y es por ello que una vez leídos Todos los cuentos de Cristina Fernández Cubas, me descubro ante una de las mejores narradoras que he tenido oportunidad de leer en mucho tiempo. Una escritora que ha sabido asimilar la oralidad heredada de la tradición popular, convenientemente aderezada por una capacidad extraordinaria para utilizar multitud de recursos narrativos.
Y es que las historias cortas recogidas en estas cinco colecciones de cuentos, más un relato solitario -perteneciente a un libro homenaje a Poe de varios autores-, nos muestran a una narradora que se siente muy a gusto en el fantástico sugerido. La manera de introducirnos en un mundo perfectamente cotidiano, con personajes creíbles y situaciones corrientes hace que el elemento fantástico o extraño aparezca muy diluido y se acepte sin más como parte de la historia. Así, el fantasma puede ser una persona que no cumple con los cánones o características que debería tener un aparecido o el misterio de algo mágico en la infancia puede dejar de sorprendernos en la edad adulta al ser racionalizado. Muchas veces tan sólo es el desasosiego de las situaciones creadas lo que provoca extrañeza e inquietud y, de hecho, no todos sus cuentos son fantásticos estrictamente, aunque las situaciones de ensueño y las sensaciones que viven los personajes entran de lleno en un territorio difuso.

Pero no debemos confundirnos y pensar que el territorio fantástico sólo se puede abordar desde una narración en permanente tensión y con una gravedad que invite a pensar que para creer en elementos extraños debemos ponernos serios, pues de lo contrario nadie será capaz de asimilar lo que se pretende que interioricemos. Cristina Fernández Cubas demuestra que el humor también hermana bien con el fantástico y así en Helicón juega irónicamente con el personaje a la manera de Jeckyll y Hyde, mientras en El moscardón nos propone un divertidísimo y tierno acercamiento a la vejez, entrando en la mente ensoñadora de una vieja que se va despidiendo del mundo. Como no puede ser menos, el territorio de la infancia tiene un papel preponderante como lugar mágico y libre de prejuicios, espacio único para el desarrollo de la imaginación como en la historia de Mi hermana Elba, en Los altillos de Brumal o  en La ventana del jardín. Y así hasta 21 historias sorprendentes, todas ellas con una calidad altísima en fondo y forma, representativas en el más estricto sentido de aquello que llamaríamos el arte de contar historias.