martes, 27 de marzo de 2012

Lo sobrenatural en Arthur Machen



Entre los renovadores del terror contemporáneo, quizás sea Arthur Machen uno de los más influyentes en su evolución y sin ninguna duda el poseedor de una de las prosas más exquisitas en ese terreno. Gracias a él, el cuento de miedo sufrió una mutación que lo alejó definitivamente de los misterios sobrenaturales decimonónicos. Como apuntaba el estudioso Rafael Llopis en su introducción a Los mitos de Cthulhu “Machen sintió que era necesario revisar a fondo el cuento de miedo. Y empezó a eliminar de él una serie de elementos caducos: el castillo medieval, el muerto en todas sus infinitas variedades y subespecies, la noche…En una palabra, sepultó la tramoya romántica y se puso a escribir cuentos de miedo a base de luz, de campo, de verano, de cantos de insectos, de piedras y de montes”.
Así, este galés nacido en 1863 fue capaz de renovar el cuento de miedo en los pocos años donde apareció lo más emblemático de su obra, los fundamentales relatos de El gran dios Pan, La luz interior, El pueblo blanco, La novela del polvo blanco y La novela del sello negro –estos dos últimos pertenecientes a su aventurera novela ideada como un puzle de Los tres impostores, una breve y secreta obra maestra según Borges-. Aunque escribió unas cuantas historias cortas más y otras novelas como El terror, Un fragmento de vida o La colina de los sueños, su presencia en la historia de la literatura sobrenatural se debe esencialmente a estas primeras narraciones. De hecho, al ser redescubierto en Norteamérica después de un período de poca creatividad literaria, los críticos le reconocieron su genial aportación y su conexión con un mal metafísico que ya se había desvelado en Poe. Entre sus más reconocibles admiradores se encontraba H. P. Lovecraft, quien incluyó hasta tres de sus relatos entre sus diez preferidos sobre temática fantástica. Además le rindió palabras entusiastas en su fundamental ensayo El horror sobrenatural en la literatura: “Entre los creadores actuales que han alcanzado el mayor nivel artístico en su tratamiento del miedo cósmico, pocos, si es que hay alguno, pueden igualar al versátil Arthur Machen, autor de una docena de relatos, unos largos y otros cortos, en los que el horror latente y el miedo insidioso alcanzan una consistencia y una perspicacia realista casi incomparables”. Es por eso que no es difícil encontrar ecos de Machen en la obra de Lovecraft  y su particular cosmogonía, ya que el galés fue el primero en buscar el horror y el misterio “en un pasado bárbaro y terrible que aún acecha en las profundidades” en palabras de Llopis.
Y es que la raíz celta de sus antepasados le sirve a Machen para indagar en un tipo de horror que se adentra en los misterios del culto pagano, en una región de misticismo y oscuridad muy próxima al folklore. El mismo autor escribe en una carta: “Ahora estaré siempre convencido de que no hay nada imposible en el mundo. Supongo que no hace falta añadir que ninguna de mis experiencias tiene relación con imposturas tales como el espiritismo o la teosofía. Pero creo que vivimos en un mundo de gran misterio, de cosas insospechadas y absolutamente asombrosas”. Las historias de Machen resucitan un saber olvidado por la mayoría de los hombres que parece necesario para la exacta comprensión del mundo, aquel que evocan los mitos y libros sagrados y que aparece en la cultura a través de ceremonias y rituales. El misterio insondable que nos envuelve es una realidad oculta según Machen, quien a través de sus relatos nos intenta desvelar esa naturaleza feérica. Y aquí surge el hecho aterrador y desconocido que evita la representación directa, pero que se percibe en la cotidianeidad y se muestra solamente en algunos personajes. Para el resto existe la sola intuición de un misterio.

Obra de Edward Miller
Además de la conexión con la naturaleza de su querido Gales, Machen se sintió inclinado hacia los secretos arcanos de la tradición pagana. Perteneció a la Golden Dawn, una sociedad secreta y de iniciación inspirada en la Rosacruz, donde se practicaba la magia ceremonial para la obtención de poderes y conocimientos secretos. A esta misma sociedad también estuvieron ligados con mayor o menor intensidad, otros escritores como Bram Stoker, Sax Rohmer, Algernon Blackwood o W.B. Yeats. Asimismo, durante su período como articulista para el periódico literario The Academy, escribió varios textos sobre los orígenes legendarios del Santo Grial y otras temáticas religiosas. Más adelante, en The Evening News, ejerció de corresponsal de arte y religión y es aquí donde se produjo un hecho que recuperó al imaginativo escritor para la ficción después de deambular por oficios varios. En septiembre de 1914, en plena guerra mundial, el periódico publicaba un relato de Machen titulado Los arqueros (“The Bowmen”) con la idea de alentar a las tropas británicas; la historia imagina un episodio  de la batalla de Mons entre británicos y alemanes, en donde se aparece San Jorge al frente de un batallón de ángeles que son los antiguos arqueros de la gloriosa batalla de Azincourt, para socorrer al ejército británico y diezmar al enemigo. Esta historia, surgida de la imaginación de Machen, empezó a convertirse en leyenda porque Inglaterra parecía necesitar de este tipo de milagros para subir la moral de la población. Decenas de soldados empezaron a escribir diciendo que ellos habían sido testigos de los hechos y nadie hizo caso de sus explicaciones. Así es como, paradójicamente, Machen incorporó sin pretenderlo una de sus historias al mecanismo del imaginario colectivo. Gracias a este hecho y a la posterior reivindicación de su figura en Norteamérica, Machen pudo seguir escribiendo unos años más hasta que su gloria se marchitó. En 1943 Bernard Shaw, Max Beerbohm T. E. Elliot crearon un comité para reunir fondos y así evitar que Machen terminara en un asilo de indigentes.

La cima de su aportación literaria al horror la encontramos en sus relatos, como en el sugestivo y elaboradísimo El gran dios Pan, donde una sucesión de acontecimientos en diversos lugares y años van convergiendo hacia una funesta historia. La maligna figura del ancestral dios Pan resurge de los resortes más oscuros de la mente, de un mundo no visible, para alterar nuestra realidad.  El pueblo blanco es una hermética historia que necesita de un lector despojado de prejuicios y que ya desde su prólogo nos plantea la dicotomía entre maldad y bondad, intuyendo que existen seres capaces de actuar perversamente sin sospecharlo. Es una obra muy extraña y misteriosa que nos relata la inquietante historia de una niña que ha dejado escritos sus encuentros con seres del bosque que parecen habitar en otro plano. En su novela Los tres impostores, que Borges emparentaba con las Nuevas noches árabes de Stevenson, aparecen una serie de relatos que se van relacionando en una trama difusa y que parecen  embaucar al lector como parte de su juego narrativo. En ese Londres misterioso y a veces desconocido se van trenzando las historias amenazantes y misteriosas, entre las que sobresalen con entidad propia La novela del polvo blanco como un remedo de Jekyll y Hyde, pero con la envoltura de los antiguos aquelarres y el Vinum Sabbati y La novela del sello negro, una brillante aproximación al indescifrable secreto de las civilizaciones milenarias.
Creo que seguiré viajando por los misteriosos caminos abiertos por Arthur Machen.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Los cuentos de Saki

Hector Hugh Munro, conocido con el sobrenombre de Saki, es uno de esos autores cuyo nombre aparece en muchas antologías de cuentos pero al que pocos suelen dar una oportunidad más allá. Probablemente, el desconocimiento sobre su obra se deba a que ésta es muy corta y -hasta hace relativamente poco- de difícil acceso. La parte más admirada de su narrativa, donde se le reconoce auténtica maestría, pertenece al relato breve que  ha sido recogido en seis colecciones y algunas piezas sueltas.
Aunque muchos lectores tuvieron noticia de este autor gracias a la inclusión que hicieran Borges, Bioy-Casares y Ocampo en su imprescindible Antología de la literatura fantástica, su conocimiento nos llegó de forma muy sesgada durante años, pues iban apareciendo algunos de sus relatos en antologías diversas y no fue hasta la selección que Borges realizara para su mítica colección de La biblioteca de Babel que los lectores no pudieron disfrutar breve pero intensamente con la obra de este excepcional cuentista. Desde entonces el panorama fue poco alentador, hasta que la editorial Valdemar  se decidió a publicar algunas de sus mejores colecciones de relatos y Alpha Decay se encargó de recopilar en un solo volumen toda su obra cuentística. Por mi parte, de entre todos sus libros de cuentos, siento preferencia por Crónicas de Clovis y Animales y superanimales porque contienen al mejor Saki posible, al irónico e ingenioso, pero también al gran fabulador de historias. Y aunque existen piezas de genio creativo en sus otros libros, creo que estos dos son una sucesión permanente de pequeñas obras maestras del relato corto. En cualquier caso, leer cualquier Saki enriquece y genera movimiento neuronal permanente.
Este autor comparte con Oscar Wilde el placer de ser ingenioso a costa de esas clases que se encuentran por encima a nivel social, pero que arrastran sus míseros defectos permanentemente. Su agudo ingenio es elegante, al mismo tiempo que afilado y despiadado y actúa como una especie de justicia social que arrolla con todo pero sin moralizar. No pretende sentenciar, ni tan siquiera ejemplificar cuales son las malas actitudes y conductas que han llevado a esa decadente clase alta hacia su final, sino mostrar con la finura de un lenguaje conciso e impecable estos comportamientos que acaban demostrando su ridiculez per se. Cuando se habla de Saki, vienen enseguida a la mente aspectos como humor negro, cinismo, crueldad, crítica social, venganza o acidez, algo que domina con implacable maestría. Es probable que pocos escritores hayan conseguido radiografiar una clase social con tanta precisión y concisión, y es que la capacidad para atrapar todas las miserias de la alta sociedad y en una vuelta de tuerca final hacerlas risibles en breves pero intensos textos es una de las características que más se aprecian en Saki. Y aunque hay quien no gusta de esos inesperados giros finales, en este autor son parte indispensable de su mecánica narrativa, pues todo el texto se encamina hacia ellos con puntillosa facilidad y convierte todos sus relatos en piezas maestras de orfebrería.
Pero ante todo en Saki hay un placer por narrar y sus cuentos pueden ser leídos pero también son excelentes para ser escuchados. Tiene relatos que apelan directamente a la pasión fabuladora y donde los personajes ejercen de contadores con buenas o malas intenciones. A veces el mismo título nos lo advierte, como en esos dos maravillosos relatos titulados El contador de cuentos y Los fabuladores donde se demuestra el poder que puede tener una buena historia bien contada, en un claro homenaje a la fantasía creadora de los grandes literatos. Otras veces la fabulación proviene de una mente imaginativa con capacidad para concebir historias en cualquier circunstancia como en la magistral La ventana abierta, una de esas historias donde el matiz de la línea final es capaz de derrumbar toda la estructura del relato contado.
Para desmenuzar toda la hipocresía que le envuelve, el autor utiliza tres tipos de personajes: por un lado encontramos al joven perspicaz, burlón y algo disoluto —Reginald y Clovis son el alter ego del autor- que, armado de una mordaz ironía, es capaz de despellejar con sus comentarios e ingeniosas salidas, a los adultos simplones que pueblan las tediosas veladas de la alta sociedad. Los animales, esencialmente gatos, constituyen uno de los personajes críticos más sorprendentes de sus cuentos como en ese excelente Tobermory, donde un gato al que se le ha enseñado a hablar es capaz de destapar las miserias de un ocioso grupo de clase alta, el cual acaba  viendo un hecho sorprendente como algo insoportable. Aunque donde Saki clava sus venenosos dardos con mayor eficacia es, a mi modo de ver, cuando utiliza a los niños para destapar los males de los adultos. El materialismo, las apariencias o la hipocresía sufren el ataque de unos personajes sinceros que en ocasiones muestran crueldad –como olvidar al trío vengador de La penitencia o al paciente niño de Sredni Vashtar- pero que aún así son  simpáticos a los ojos del lector. Relatos como El contador de cuentos, El trastero, Los juguetes de la paz o Morlvera hacen surgir una sonrisa cómplice porque las conductas llenas de falsedad son ajusticiadas. 
Pero no todas sus historias se vinculan a la  crítica social, pues también existe un narrador nato que es capaz de revisar el mito del hombre-lobo en Gabriel-Ernest, de contarnos la maldita suerte de un perdedor en Los perros del destino o sorprendernos con la emotiva historia de Los pájaros en el frente occidental. El ingenio de Saki es tremendamente eficaz, pues produce el máximo efecto con un mínimo de recursos y es por ello que entre sus textos encontramos una gran cantidad de obras maestras del género.
Los biógrafos de Saki han recordado siempre dos apuntes macabros en su vida. Su madre murió arrollada y corneada por una vaca cuando él era niño y el mismo autor pereció trágicamente en el frente de la I Guerra Mundial, al recibir un disparo en la cabeza por un francotirador, mientras  recriminaba a algún compañero dentro de la trinchera: “Put that damned cigarette out!” (“¡Apagad ese maldito cigarrillo!”). Dos finales dignos de su narrativa.