sábado, 29 de diciembre de 2012

El folletín


Aunque hoy en día tendemos a utilizar la palabra folletín para enjuiciar despectivamente aquellas tramas que son propensas a extenderse sin mesura, lo cierto es que, en su nacimiento, los folletines fueron tan populares que precisamente la longitud de los mismos fue la característica que mejor los definió y por la que obtuvieron tan amplio favor del público lector. Pero en verdad, el folletín propiamente dicho, tuvo una corta vida, aunque como método de publicación se extendió por muchos países desde la originaria Francia que lo había creado.

El inicio del folletín hay que buscarlo en los diarios franceses de principio de siglo XIX, los cuales reservaban una parte inferior de sus páginas, denominada rez-de-chaussée o feuilleton, para publicar la crítica literaria, teatral y musical. A partir de 1836 se lanzaron de forma simultánea los diarios Le Siècle y La Presse, que decidieron publicar en la parte inferior de sus páginas y a lo largo de varios números una novela completa. La primera obra en publicarse con este método fue La vieille fille de Balzac en el primero de esos diarios,  entre noviembre y diciembre de aquel año. Al poco tiempo aparecerían las primeras obras de Alejandro Dumas (padre) que se erigió en el auténtico maestro del folletín, publicando allí sus obras más populares como El conde de Montecristo, Los tres mosqueteros y sus continuaciones, La reina Margot o Joseph Balsamo. Junto a Dumas, los autores que mejor sobrevivieron a esa avalancha de obras que se dieron durante los veinte o treinta años que duró el fenómeno, fueron Eugène Sue con Los misterios de París y El judío errante, Paul Féval con El Jorobado y Los misterios de Londres o Ponson du Terrail con su ciclo de Rocambole.
Seguramente El conde de Montecristo de Alejandro Dumas sea la obra más emblemática del género folletinesco, además de constituir una de las obras cumbres de la novela del siglo XIX. La popularidad de esta obra se ha mantenido intacta desde su publicación y ha superado sin problemas los infructuosos intentos de cierta crítica elitista que pretendía rebajarla a simple novela popular para las masas, con escasas virtudes para mantenerse en el Olimpo de las grandes creaciones.
Así que si el método de publicar las novelas por entregas significaba que los autores debían inventar toda una serie de artificios para mantener el interés del lector, resulta que la narración de Dumas es un ejemplo a seguir, pues su escritura mantiene el suspense aun en las situaciones más cotidianas. El conde de Montecristo es una novela de aventuras porque contiene todo aquello que demanda una historia con un personaje de acción, pero también es una novela de costumbres porque nos muestra detalladamente la vida cotidiana de los variados personajes que pueblan la novela y aún se podría hablar de obra históricamente precisa y verosímil.

El conde de Montecristo ha sido definida como la historia de una venganza. Edmond Dantès, el protagonista absoluto de esta novela, dedicará su vida a castigar el mal recibido por tres personajes que representan la envidia, los celos y la ambición. Su implacable justicia, apoyada en la riqueza y la sabiduría, se convierte en el eje que vertebra toda la historia. De hecho, la fuerza que contiene este personaje de irresistible magnetismo, proviene de su aura divina que parece situarlo por encima de todo, pero que a la vez lo desvirtúa como ser humano, ya que su sed de venganza y su fría disposición para planificarlo todo con tanto detalle lo convierte en el personaje más cruel de la función. La novela está estructurada en tres partes que coinciden con tres espacios físicos donde se desarrolla la historia. En la primera parte que sucede en Marsella, los personajes son presentados junto con el motivo de la injusticia que recaerá sobre Dantès; dentro de esta, el castillo de If enmarca uno de los episodios más memorables de toda la obra. La segunda parte relata como Dantès se convirtierte en el misterioso conde de Montecristo y todos los preparativos para su venganza, utilizando varias localizaciones, pero esencialmente la ciudad de Roma.  En la tercera parte, desde París y alrededores, Montecristo llevará a cabo la ejecución de su particular justicia, implicando tanto a antiguos personajes como a los nuevos. 

Resulta curioso saber que la obra está inspirada en un caso verídico, en el cual el justiciero real acabó asesinando a los otros tres y a su vez murió a manos de un cuarto conocido que explicaría toda la historia. Pero el adorno literario de Dumas y su colaborador Auguste Maquet consigue que la literatura haga lucir esa realidad. Y hablo de Maquet como colaborador porque así fue reconocido por el propio Dumas, un autor que solía estar rodeado de un sinfín de escritores a sus órdenes para poder llegar a cumplir con los múltiples encargos que recibía, aunque siempre dejaba su sello personal en todas las obras. Pero el caso de Maquet, con quien Dumas escribió sus mejores obras, es diferente porque el autor siempre aceptó que su trabajo era fruto de una feliz colaboración y por su parte Maquet se sintió siempre halagado por poder compartir su trabajo con el gran genio. Puede que la historia haya sido injusta con Maquet, pero también es cierto que él renunció a los derechos de propiedad y aunque más adelante le fueron restituidos, la coautoría de las obras nunca le fue reconocida por la justicia. La vida, en cambio, sí le sonrió y acabó con grandes riquezas, mientras Dumas moría en la miseria a pesar de todos sus éxitos. Y como muestra de la admiración que sentía Maquet por Dumas, la carta de agradecimiento escrita tras una declaración pública del propio Dumas realizada para defenderse de los ataques que declaraban que no era el autor de sus libros: “Querido amigo: Nuestra colaboración ha ignorado siempre los números y los contratos. Una buena amistad, una palabra leal, nos eran tan suficientes, que hemos escrito medio millón de renglones sobre los asuntos de otros sin jamás pensar en escribir una palabra sobre los nuestros. Pero un día rompiste el silencio y fue para lavarnos de calumnias bajas y necias, para hacerme el honor más grande que pueda esperar: para declarar que había escrito contigo varias obras. Tu pluma, querido amigo, ha dicho demasiado. Libre eres de hacerme ilustre, no de asignarme dos veces una renta. ¿No me has pagado ya por los libros que hicimos juntos? Si no tengo contrato tuyo, tú no tienes recibo mío, y supón, amigo, que muera: ¿no podrá venirte algún hosco heredero con tu declaración en la mano a reclamarte lo que ya me has dado? La tinta, ya ves, llama a la tinta, y me obligas a manchar papel. Declaro renunciar a partir del día de hoy a todos los derechos de propiedad y de reimpresión por las obras siguientes que hemos escrito juntos, a saber: El caballero de Harmenthal, Sylvandire, Los tres mosqueteros, Veinte años después, continuación de Los mosqueteros, El conde de Montecristo, La guerra de las mujeres, La reina Margot y El caballero de Maison-Rouge, considerándome de una vez por todas total y debidamente indemnizado por tu parte según nuestros acuerdos verbales. Conserva esta carta si puedes, amigo, para enseñársela al hosco heredero, y dile que en vida me consideré muy contento y muy honrado de ser colaborador y amigo del más brillante de los novelistas franceses. Que haga como yo”.

Ilustraciones de Mead Schaeffer

lunes, 3 de diciembre de 2012

Un cajón de cuentos (XXIII): El inmortal de Jorge Luis Borges




La inmortalidad como tema literario ha sido siempre muy recurrente, ya que introduce un grave conflicto entre el deseo de perpetuarse y el precio a pagar por ello –comúnmente un pacto diabólico que incluye el alma como compensación-. Desde la antigüedad, la mitología y la religión nos han enseñado que sólo los dioses son inmortales y que la infructuosa búsqueda de la inmortalidad entre los humanos es una quimera a la que se han entregado numerosas culturas. Sustancias y materiales como el jade, la ambrosía, la panacea universal y la piedra filosofal  o idílicos espacios como la fuente de la eterna juventud o Shangri-la han sido descritos durante siglos para recordarnos que nuestro paso por la tierra es efímero y poco sustancial.
Pero existe un tipo de inmortalidad posible, aquella que nos perpetúa en la memoria de los hombres. Es por ello que hablamos de numerosos inmortales que nos  han legado una visión del mundo que trasciende las épocas y, entre estos, los autores de ficción constituyen un nutrido grupo de los que han encontrado su piedra filosofal.
Para Borges el tema de la inmortalidad fue otra de sus grandes obsesiones y, aunque en varios cuentos se aproximó de forma tangencial a la materia en cuestión a través de la variante del doble, nunca lo desarrolló de forma tan magistral como en su célebre relato El inmortal, perteneciente a esa excepcional colección titulada El Aleph.  En esta historia reflexiona Borges sobre la búsqueda de la inmortalidad a través de un personaje, el tribuno Marco Flaminio Rufo, quien parte en busca de la ciudad perdida de los inmortales para luego intentar durante siglos despojarse de la inmortalidad adquirida, al darse cuenta de que el ideal, una vez conseguido, acaba degradando al ser. El cuento utiliza la técnica del manuscrito hallado que  permite al autor  jugar con varios narradores y sembrar la duda sobre las identidades.  Este único relato parece contener en sus pocas páginas una auténtica epopeya de grandes dimensiones, pues allí se dan la mano la historia, el mito y la filosofía.
La idea que nos transmite Borges es que los inmortales carecen de identidad individual, porque cuando el tiempo no apremia, cuando no existe la sensación de que cada momento es único, los inmortales no tienen una posición superior a cualquier mortal; es decir, son el reflejo de todos y de ninguno en particular y, por ello, “Ser inmortal es baladí”. Paradójicamente, al no sentir un fin temporal, su vida no tiende hacia la perfección que creía el personaje buscador, sino hacia la bestialidad animal y la pura degradación, al derivar su búsqueda en un proceso de vana contemplación, pensamiento silencioso y total inacción –representado por el personaje de Argos -Homero-.
El relato narrado en forma de manuscrito es una perfecta historia circular, donde un viajero parte con intención de superar al tiempo y vencer a la muerte y acaba dedicando toda una vida a encontrar la muerte pacificadora.
Particularmente creo que uno de los puntos más atractivos de  la historia es su descripción de la ciudad de los inmortales, que enlaza directamente con los paisajes ideados por Piranesi en sus Carceri y en las Antichità Romane. Borges fue un gran admirador del famoso grabador, esencialmente porque sus obras poseían una evocadora fuerza narrativa implícita y es así que incluso uno de esos famosos grabados decoraba su casa de Buenos Aires, según nos cuenta Alberto Manguel en Con Borges. En El inmortal, como en ningún otro relato, Borges sabe describir los claustrofóbicos espacios piranesianos, convirtiéndolos en auténtica materia literaria, haciendo suyos los entramados laberínticos que tan cercanos le fueron siempre. Primero describiendo aquellos que se encontraban tras los altos muros: “Bajé; por un caos de sórdidas galerías llegué a una vasta cámara circular, apenas visible. Había nueve puertas en aquel sótano, ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba a una segunda cámara circular, igual a la primera. Ignoro el número de cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron”, para después describir la entrada a la ciudad: “Fui divisando capiteles y astrágalos, frontones triangulares y bóvedas confusas, pompas del granito y del mármol. Así me fue deparado ascender de la ciega región de negros laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad”.


lunes, 29 de octubre de 2012

Sueños


El espacio onírico ocupa un campo suficientemente amplio en nuestras vidas como para eludirlo o no prestarle la adecuada atención, a pesar de que no siempre somos conscientes de ello. Soñar ha sido una ocupación común a todas las culturas y épocas e interpretar los sueños una tarea en la que nos hemos aventurado los seres humanos desde la lejana antigüedad,  con la intención de comprender el mundo a través de esa realidad distorsionada y simbólica.
Aunque la popularidad del psicoanálisis freudiano y los posteriores trabajos de Jung proporcionaron al sueño la importancia real que el inconsciente tiene en nuestras vidas, no debemos olvidar que hasta entonces el sueño era tratado como un estado pasivo donde sin más todas las funciones vitales se interrumpían. Remontándonos a la mitología griega, descubrimos que Hypnos era el hermano gemelo de la muerte.
Por otro lado, los estudios de carácter científico sobre el sueño son bastante recientes: el electroencefalograma apareció en los años 30 del siglo XX y el descubrimiento del sueño REM y la división de los diferentes estadios del sueño no llegaría hasta la década de los años 50. Los diversos experimentos y teorías que han intentado recoger para qué sirve el sueño, cuáles son nuestros relojes internos, qué patologías vienen asociadas o qué es lo que soñamos fueron compendiados hace 30 años por el periodista científico Dieter E. Zimmer en Dormir y soñar y no parece que haya habido grandes avances, por lo que aparentemente el sueño se resiste a mostrar sus secretos más ocultos.
Pero en cambio, la obra de Jacobo Siruela El mundo bajo los párpados -una aproximación multidisciplinar al origen, historia e interpretación de los sueños-, al  alejarse convenientemente del cientifismo que gobierna en los trabajos sobre el sueño, se convierte en un brillante ensayo que aborda el onirismo desde múltiples perspectivas. Se pregunta Siruela por qué nunca ha sido escrita una historia de los sueños a pesar de haberse recogido múltiples testimonios que han demostrado la importancia de lo soñado en el mundo real y para ello el autor se hace eco de algunos famosos sueños que han repercutido en los acontecimientos históricos, como los de George S. Patton, Otto von Bismarck o Asurbanipal, pero también de los premonitorios sueños de Abraham Lincoln o René Descartes.
El mundo de los antiguos oráculos es quizás una de las representaciones más claras de la necesidad que tiene el ser humano de interpretar lo oculto. Siruela hace un recorrido por esos templos donde se incubaba el sueño, como el de Asclepio en Epidauro, y nos recuerda que un lugar donde el prestigio terapéutico de la interpretación onírica se ha mantenido durante tantos siglos, no puede ser despachado como un simple rito pagano  Las experiencias místicas de aquellas épocas no distan mucho de las modernas hipnosis y curaciones homeopáticas y nos recuerda con reveladora claridad que "la conciencia racional quiere olvidar este aspecto que empapa de arriba abajo todo el devenir de la realidad humana y borrar las huellas irracionales que siempre va dejando lo simbólico en la psique de los hombres y mujeres de todas las épocas. Pero la historia de lo inconsciente es intemporal, y tanto si avanzamos como si retrocedemos en el tiempo, siempre encontramos plenamente vivos los mismos patrones antropológicos bajo la aparente normalidad racional de la vida cotidiana", ese inconsciente colectivo que apuntaba Carl G. Jung.
Hervey de Saint-Denys
Uno de los capítulos más atractivos del libro nos descubre el apasionante intento de algunos hombres por introducirse en el mundo de los sueños; onironautas, los llama Siruela. Dejando a un lado los trabajos de gente como Ouspenski o Willem van Eeden, el personaje más curioso y sorprendente es Marie Jean Léon Le Coq d'Hervey de Saint-Denys, quien logró moverse a su antojo por el mundo de sus sueños, para contemplarlos y anotarlos. Su solitario trabajo no ha tenido igual y todo el se basa en la observación de los fenómenos oníricos y en la constatación de una serie de principios fenomenológicos basados en su propia experiencia:
-No se puede dormir sin estar soñando. Igual que el pensamiento no deja de fluir en la vigilia, mientras dormimos no podemos dejar de soñar.
-Pensar una cosa equivale a soñar con ella. Para ello es fundamental el papel de la memoria que es capaz de combinar los contenidos de la mente. Y es que, como dice Siruela: "es la memoria -no la imaginación- la materia prima de la que están hechos los sueños. La imaginación es la fuerza impulsora, la función combinatoria y, en definitiva, la guionista del onirismo".
-Todas las imágenes y sensaciones de nuestros sueños emanan de los recuerdos de nuestra vida real. Todo lo vivido se ha almacenado y puede surgir en cualquier momento.
-La voluntad y la conciencia pueden conservarse durante el sueño para dirigir el recorrido del espíritu a través del mundo de las ilusiones. Este principio quedó alterado al aparecer en su mundo incontrolables pesadillas y aspectos impuros para la sociedad de aquella época.
Saint-Denys logró entrar y llegar a dirigir el teatro de los sueños, pero como otros onironautas no llegó a entender que nosotros no somos más que meros espectadores de una obra creada por otro. Su exhaustivo trabajo fue rapidamente olvidado porque no se atrevió a dar un paso más allá y encontrar una explicación al porqué y para qué soñamos.
Carl G. Jung
Pero Siruela recoge además los enfoques filosóficos de Schopenhauer, psicológicos de Jung y científicos de John W. Dunne. Los trabajos de Schopenhauer en este campo le llevaron al concepto de fatalismo trascendental, ya que sus experiencias le demostraron que somos capaces de conocer anticipadamente el futuro a través de los sueños, de lo cual se puede deducir que todo en este mundo sucede por rigurosa necesidad. Para este autor existe una voluntad de dimensión metafísica que domina el aparente azar que nos gobierna -destino para los griegos, fatum para los romanos o providencia para cristianos y musulmanes-. Desde la perspectiva psicológica, Jung fue el primero en entender la conexión entre el mundo externo e interno, en aproximarse al significado de los sueños. Sus experiencias le llevaron a acuñar el término de inconsciente colectivo como aquel arquetipo que se mantiene latente en la psique humana, la voluntad del destino que argüía Schopenhauer, desarrollando asimismo la teoría de la sincronicidad que intenta explicar la ley que une lo físico y lo psíquico. Y por último están los trabajos de John William Dunne que publicó en Un experimento con el tiempo. Según este, mucho de lo que soñamos versa sobre acontecimientos futuros y por tanto parece que accedemos a otra dimensión temporal, ya que el universo es matemáticamente multidimensional y se halla en continuo movimiento.
El mundo bajo los párpados es un libro apasionante que abre múltiples caminos y que despierta el anhelo de indagar en ellos. La ciencia parece negarse a abordar el mundo onírico si tiene que recoger experiencias que no controla, mientras que la literatura según Roger Caillois "prolonga extrañamente las turbaciones del espíritu, tal como es dable imaginarlo en la aurora de la historia humana, vacilando entre los asombrosos fantasmas de los sueños y la insípida constancia del decorado que vuelve a encontrar en cada despertar".

Para esta entrada he utilizado El mundo bajo los párpados de Jacobo Siruela editado en Atalanta, Dormir y soñar. La mitad nocturna de nuestras vidas de Dieter E. Zimmer editado en la biblioteca científica Salvat, el capítulo del libro de Roger Caillois Imágenes, imágenes titulado "Prestigios y problemas del sueño" y la obra de Carl G. Jung El hombre y sus símbolos de la editorial Paidós.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Ilustrando sueños (IV)


Ilustrar un texto narrativo viene a ser una manera de interpretación y hoy en día esa tarea parece pertenecer casi exclusivamente al arte cinematográfico. Pero, antes del nacimiento del cinematógrafo y aún en sus albores, el papel preponderante recaía en los ilustradores, cuya importancia fue tal, que llegaron a marcar la pauta en el desarrollo escénico de muchas obras adaptadas al cine. La época dorada de los ilustradores abarcó desde finales del siglo XIX hasta el primer cuarto del siglo XX y en su declive parece haber tenido importancia el auge del séptimo arte como elemento más popular de traslación visual de la obra literaria. El dibujo ilustrado de los grandes clásicos literarios perdió fuelle ante la rivalidad de un arte más dinámico y globalizado.
Soy de los que pienso que la ilustración de libros es un arte poco valorado a pesar de haber constituido, en ciertas épocas, la única fuente de interpretación visual generada en su contexto. Además, en su período más creativo, nos ha ofrecido la posibilidad de regalarnos con la inventiva e imaginación de grandes artistas creadores como Arthur Rackham, John Tenniel, Edmund Dulac, Howard Pyle, Gustave Doré, Rockwell Kent, Harry Clarke o N.C. Wyeth que, en muchas ocasiones, han acabado asociando su nombre al de la obra que intentaron evocar con sus pinceles. Afortunadamente, el arte de la ilustración sigue dando exquisitos frutos hoy en día y, aunque no alcance la calidad pictórica de aquellos años, seguimos teniendo enormes creadores como los autores de la escuela rusa o los clásicos dibujantes catalanes, con la puntualización de que quizás realizan un tipo de dibujo excesivamente correcto y poco arriesgado, donde prima el detallismo y la originalidad por encima del simbolismo y la creatividad.
Pero, no obstante, aparecen de vez en cuando autores que enlazan con el elaborado trabajo de los antiguos maestros desde una perspectiva moderna, comprometida y osada. Y uno de ellos es el italiano Roberto Innocenti, creador de una obra no muy extensa pero de enorme calidad. Innocenti es un dibujante autodidacta que empezó a ilustrar literatura a principios de los años 80 con su versión moderna de La cenicienta. Posteriormente, además de algunos álbumes originales como Rosa Blanca, El último refugio, La historia de Erika o La casa, se ha encargado de ilustrar con inusual belleza obras como Las aventuras de Pinocho, Cuento de Navidad, El cascanueces o La isla del tesoro, trabajos por los que ha obtenido un amplio reconocimiento con numerosos premios, incluido el Hans Christian Andersen en 2008 por el conjunto de su obra.
En sus trabajos para los textos de Carlo Collodi, Charles Dickens o E.T.A. Hoffmann, Innocenti desborda imaginería visual, con múltiples detalles que le dan a cada escena una importancia más allá de la que el texto puede recoger. Y es que el autor consigue ilustrar también aquello que no está escrito, ofreciendo una información suplementaria al lector que enriquece sobremanera el texto. Uno de los aspectos que más llaman la atención es la distorsión del punto de vista, la búsqueda de perspectivas forzadas que tratan de introducirnos en la obra, convirtiéndonos en personajes observadores privilegiados de la escena. El realismo de todos los detalles y la capacidad de mostrar vida y movimiento en todos sus encuadres lo convierten en un dibujante enormemente sugerente. Incluso en aquellas obras que no parten de clásicos de la literatura, Innocenti sabe conferir el dramatismo adecuado o sugerir estados de ánimo  a través de su pincel.  Rosa Blanca se convierte así en un convincente alegato pacifista a través de los ojos de una niña y El último refugio resulta ser un introspectivo viaje en pos de la imaginación perdida, acompañado de los grandes personajes de la literatura aventurera.
En definitiva, como el trabajo de un ilustrador solo requiere ojos atentos y ganas de complacerse, aquí os dejo un video que muestra la obra de uno de los últimos genios de este arte.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El arte de narrar



Si existe un mito literario capaz de englobar y representar lo que significa el arte de contar historias ese es, sin duda , el personaje de Sherezade dentro de una obra tan legendaria como Las mil y una noches. Sherezade simboliza la pureza de lo narrativo que hace frente a las adversidades por medio de la fantasía y de la invención de un mundo imaginario que nos evade de lo cotidiano y nos permite soñar.
Sherezade explica breves narraciones a la manera del cuento popular o folklórico. Su fuerza parece residir en el aspecto oral, en la capacidad de adornar y recrear historias ejemplares. Es un personaje que ejemplifica a la perfección los antecedentes del cuento literario como símbolo de ese narrador anónimo que sabe recoger todas las tradiciones en forma de ejemplos, fábulas o proverbios. Pero es ciertamente con la aparición del cuento como una forma de narrativa breve a partir del siglo XIX que podremos hallar una fuerza creativa insospechada en este nuevo género. La evolución desde entonces será imparable y la mayoría de grandes autores lo cultivarán sin ningún tipo de reticencias.
Y a pesar de todo parece que el cuento sigue considerándose todavía un género menor, aunque sólo lo sea en tamaño. Es probablemente ese uno de los motivos por el que la literatura fantástica se ve menoscabada por una incomprensión que la juzga como un tipo de literatura inferior, ya que el fantástico se mueve mucho mejor en el relato corto o como diría Cortázar: "el cuento, como género literario, es un poco la casa, la habitación de lo fantástico".
Así es que, desde mi pasión por la búsqueda de grandes contadores de historias o tusitalas, cuando encuentro un autor actual que es capaz de defender el cuento, el género fantástico  y la tradición de los narradores puros me confieso desde ya mismo acólito suyo. Y es por ello que una vez leídos Todos los cuentos de Cristina Fernández Cubas, me descubro ante una de las mejores narradoras que he tenido oportunidad de leer en mucho tiempo. Una escritora que ha sabido asimilar la oralidad heredada de la tradición popular, convenientemente aderezada por una capacidad extraordinaria para utilizar multitud de recursos narrativos.
Y es que las historias cortas recogidas en estas cinco colecciones de cuentos, más un relato solitario -perteneciente a un libro homenaje a Poe de varios autores-, nos muestran a una narradora que se siente muy a gusto en el fantástico sugerido. La manera de introducirnos en un mundo perfectamente cotidiano, con personajes creíbles y situaciones corrientes hace que el elemento fantástico o extraño aparezca muy diluido y se acepte sin más como parte de la historia. Así, el fantasma puede ser una persona que no cumple con los cánones o características que debería tener un aparecido o el misterio de algo mágico en la infancia puede dejar de sorprendernos en la edad adulta al ser racionalizado. Muchas veces tan sólo es el desasosiego de las situaciones creadas lo que provoca extrañeza e inquietud y, de hecho, no todos sus cuentos son fantásticos estrictamente, aunque las situaciones de ensueño y las sensaciones que viven los personajes entran de lleno en un territorio difuso.

Pero no debemos confundirnos y pensar que el territorio fantástico sólo se puede abordar desde una narración en permanente tensión y con una gravedad que invite a pensar que para creer en elementos extraños debemos ponernos serios, pues de lo contrario nadie será capaz de asimilar lo que se pretende que interioricemos. Cristina Fernández Cubas demuestra que el humor también hermana bien con el fantástico y así en Helicón juega irónicamente con el personaje a la manera de Jeckyll y Hyde, mientras en El moscardón nos propone un divertidísimo y tierno acercamiento a la vejez, entrando en la mente ensoñadora de una vieja que se va despidiendo del mundo. Como no puede ser menos, el territorio de la infancia tiene un papel preponderante como lugar mágico y libre de prejuicios, espacio único para el desarrollo de la imaginación como en la historia de Mi hermana Elba, en Los altillos de Brumal o  en La ventana del jardín. Y así hasta 21 historias sorprendentes, todas ellas con una calidad altísima en fondo y forma, representativas en el más estricto sentido de aquello que llamaríamos el arte de contar historias.

domingo, 26 de agosto de 2012

El país de las hadas




Es tarea complicada pretender desentrañar los misterios ocultos de una obra tan singular como Pequeño, Grande del escritor norteamericano John Crowley. Se ha dicho que es un gran cuento que reflexiona sobre los mismos y sobre la manera de contarlos, pero esta aseveración no acaba de atrapar todo lo que encierra esta novela.
Pequeño, Grande es una obra que bordea la fantasía continuamente de una forma casi imperceptible, utilizando un método que consiste en explicarnos la historia de una singular familia a lo largo de los años, trufando la realidad con elementos verosímiles pero a la vez extravagantes. La extrañeza que llega a producir esta inclusión a lo largo de la obra, hace que el lector admita sin sorpresa la llegada, en un momento dado, del fantástico puro. El abrazo entre mundo real y fantástico no es traumático y por ello el lector asume el mundo propuesto por Crowley como un continuo donde no se perciben las distancias entre realidad y fantasía. Además, el autor maneja el ritmo de la novela magistralmente y allí donde no parece suceder nunca nada, la fantasía va creciendo pausada y regularmente.
La magia de esta obra reside en el misterio, pues Crowley nunca resalta ningún elemento fantástico sino que lo sugiere y es el lector el que debe aceptarlo o no. Él mismo explicaba en una entrevista al respecto que “si personificas un misterio poniéndole nombre en una historia, llámalo fantasma o una pieza de magia procedente del pasado, lo que has hecho es sugerir ese sentimiento. Intentas mostrar al mundo un sentimiento real de que hay algo que no conocemos, que la vida contiene montones de misterios que nunca llegaremos a conocer”.

Ilustración de Peter Milton
Pequeño, Grande es un cuento de hadas moderno que recoge toda la tradición de este tipo de historias y lo sitúa en un impreciso lugar denominado Bosquedelinde, cercano a Nueva York. Allí conviven personajes con nombres enraizados en la naturaleza como John Bebeagua, Violet Zarzales, Oliver Halcopéndola, Amy Praderas, Chris Bosques o Sophie Llanos, alrededor de una casa que contiene “cuatro pisos, siete chimeneas, trescientos sesenta y cinco peldaños, cincuenta y dos puertas” y que parece ser la entrada o puerta al mundo fantástico que debemos asumir, una puerta que se abre para los personajes en el solsticio de verano.
Pero también es una apuesta y defensa de los cuentos de hadas, como se percibe en ese último capítulo que homenajea a Alicia, una obra muy querida por el autor. A la vez es un canto al amor entre Oberon y Titania (encarnados por Auberon y Sylvie), los reyes del país de las hadas según la mitología eslava y celta que Shakespeare se encargó de mostrarnos en su obra más singular y fantástica. Junto a ellos hay cabida para personajes como Federico Barbarroja, el barquero Caronte o una mención explícita al Arte de la memoria de Giordano Bruno.
Crowley contaba en una entrevista que Pequeño, Grande “fue el regreso de impulsos que había suprimido por infantiles e inadecuados, y le di salida sin censura a algunas cosas que tal vez no debí. Esa es una parte, otra es que había vivido en la ciudad desde que terminé la carrera y el libro está impregnado de mis recuerdos de la naturaleza y el campo en los que viví durante la infancia. El bosque, las estrellas, los animales y el clima que añoraba recuperar. La tercera parte proviene del reto artístico que consistía en hacer que mis lectores se tomaran en serio las hadas, estos seres que normalmente dejamos atrás en la infancia”. Así que el autor se permite todo tipo de saltos temporales y digresiones para no habituarnos a una lectura lineal, adoptando la voz de un narrador que cuenta la historia de distintas maneras y diferentes puntos de vista para hacernos creíbles hasta las cosas más inverosímiles. Y es que Crowley nos recuerda constantemente que todo es un cuento y que sólo es necesario creer para acceder a ese lugar que no existe, a “Faëry, el país de las hadas, donde los héroes gigantes cabalgan a través de paisajes infinitos y surcan mar tras mar y lo posible no conoce límites”.
Pero que nadie se lleve a engaño, la lectura de Pequeño,Grande es densa, complicada y muy exigente. Reclama una atención permanente para no perder detalle y eso hace que muchos abandonen su lectura o no se sientan plenamente identificados con sus alegorías, pues como escribía Ursula K. Leguin esta obra es “un libro indescriptible: un espléndido delirio, o una deliciosa cordura, o ambas cosas”. En todo caso contiene un halo poético innegable y me he visto subrayando párrafos o frases memorables, algunos de los cuales me permito traer como colofón admirativo:

“La glicina trepaba sobre guías por las columnas ahusadas del porche, y sus hojas de un verde cristalino encortinaban ya, pese a que el verano era aún joven, los paisajes que él les ofrecía con un gesto de la mano, el amplio parque de césped y las plántulas jóvenes, la perspectiva de un pabellón, la lámina de agua a la distancia bajo el arco de un puente de una perfección clásica”.

“El grifo de la gárgola reaccionó con una tos de tísico, y allá en las entrañas de la casa  las cañerías conferenciaron antes de resolverse a concederle un poco de agua caliente”.

“El viento, de repente, pronunció una sola palabra en la garganta de la chimenea”.

“Parecía uno de esos bosques que crecen y se enmarañan para esconder a una bella durmiente hasta que se hayan cumplido sus cien años”.

“Había supuesto que iba ser algo así como esos trajes holgados que se le compran a un niño para que los vaya llenando al crecer. Se había imaginado que en los primeros tiempos le produciría una cierta incomodidad, un malestar que, sin embargo, se iría atenuando poco a poco, a medida que él mismo, su persona, fuese llenando huecos, amoldándose a la forma de su personalidad; hasta que se arrugaría al fin y para siempre en sus repliegues, se suavizaría con el uso en las zonas de fricción”.

 “Desde su ventana podía ver el camposanto de la iglesia, donde hombres de apellido holandés se removían confortablemente en sus viejos lechos”.


martes, 26 de junio de 2012

Un cajón de cuentos (XXII): La cámara sangrienta de Angela Carter




Las colecciones de cuentos populares recopiladas por autores como Perrault, Andersen, los Grimm o Afanásiev constituyen un trasfondo amplísimo de nuestro acervo cultural y por ello son revisadas, reinterpretadas e incluso analizadas con cierta periodicidad. Y, de entre las primeras recopilaciones, es la de Charles Perrault una de las más brillantes y recordadas, pues allí se recogen con gran fortuna por primera vez historias como Caperucita roja, La bella durmiente del bosque, El gato con botas, Cenicienta o Pulgarcito. Cuentos de antaño, los titula Perrault porque ciertamente su pasado lejano se remonta al inicio de la pura invención literaria, “narrados por adultos para placer y edificación de jóvenes y viejos; hablaban del destino del hombre, de las pruebas y tribulaciones que había que afrontar, de sus miedos y esperanzas, de sus relaciones con el prójimo y con lo sobrenatural, y todo ello bajo una forma que a todos les permitía escuchar el cuento con delectación y al mismo tiempo reflexionar acerca de su profundo significado”, nos explica el estudioso Bruno Bettelheim. Y es que el relato maravilloso de tradición popular se nutre de las fuentes míticas y rituales que son producto de un profundo vestigio cultural y que cumplen una función civilizadora a través de su simbolismo.
En casi todas las historias recogidas por Perrault se pueden detectar las fuentes escritas de las que parten y que el autor supo reelaborar de forma magistral para ofrecer un compendio de vicios y virtudes. La vigencia de estas historias, tras más de trescientos años, demuestra la calidad de las mismas. Sin embargo, curiosamente en la historia de Barba azul no se ha encontrado ninguna narración que sirva de pauta, aunque la tradición sobre la curiosidad femenina tiene un recorrido largo desde la manzana de Eva o la caja de Pandora; sería por tanto un cuento de raíz tradicional pero con elementos mucho más modernos.
Y sobre la base de los Cuentos de antaño recogidos por Perrault o La bella y la bestia de Madame Leprince de Beaumont, Angela Carter hizo una relectura en su imprescindible colección de relatos titulada La cámara sangrienta. Al reescribir estos cuentos, Angela Carter pretendió desmontar los mitos que soportan el concepto de la función femenina en nuestra sociedad y así cuestionar lo cotidianamente aceptado por la tradición cultural. Carter, a diferencia de lo que propone Bettelheim en Psicoanálisis de los cuentos de hadas, piensa que estas historias lo único que hacen es reforzar las premisas del poder masculino y la victimización femenina, o sea que reproducen los esquemas patriarcales simbólicamente. Así, en su libro de cuentos recrea en La dama de la casa del amor una bella durmiente vampira nada sumisa en un trasfondo de sociedad decadente frente a la modernidad. En El señor León enamorado y La prometida del tigre reescribe con singular belleza la historia de la bella y la bestia, pero remarcando una crítica hacia la figura del padre. Licantropía y En compañía de lobos  –de la cual Neil Jordan realizó una sugerente versión con guión de la misma Carter– se convierte en la revisión subversiva de Caperucita, personaje que asume aquí un rol de mujer fuerte y segura. La brillantez de Micifuz con botas reside en el papel que asume el gato para acercar a dos enamorados nada recatados, convirtiendo la historia en un trasunto de la de Calisto y Melibea.
Pero, sin duda, la mejor pieza es para mí La cámara sangrienta ya que reelabora el texto de Barba azul desde una óptica feminista. En ella plantea la autora, con exquisito detallismo, la antigua historia sobre el deseo de conocimiento de la mujer que es ofrecido y prohibido a la vez, para así poder castigar la tentación justificadamente. En el cuento de Carter existe además una diferencia notable en su resolución, conteniendo asimismo una crítica explícita poco habitual en este tipo de cuentos tradicionales. El personaje femenino tiene un coraje poco común para aceptar las consecuencias de su curiosidad y además recibe la inesperada ayuda de una madre descrita como una aventurera capaz de encarar  a un grupo de piratas chinos e incluso matar a un tigre en sus días de juventud.
La cámara sangrienta está repleta de detalles exquisitos que puntúan la sinfonía cruel hacia la que se encamina la historia. La barba azul y larga –que ya anticipa el relato de Perrault- es un símbolo de masculinidad e incluso bestialidad animal que remarca la autora. Los libros que la protagonista mira con desdén en la biblioteca, así como las pinturas que recubren las paredes del castillo son una advertencia de lo que allí se oculta. El regalo de bodas lo constituye “una ancha gargantilla de rubíes tan ceñida que me mordía la piel y, como una infinitamente preciosa rajadura, parecía seccionarme la garganta” y un anillo de ópalo que había pertenecido a Catalina de Médici –más que posible inductora de la matanza de la noche de San Bartolomé-. Y por último ese manojo de llaves que incluye aquella que abre la estancia secreta, la cámara de los horrores, que el marido ofrece y prohíbe para justificación de su crueldad. El estigma de la llave ensangrentada grabado en la frente parece señalar a la culpable que dignamente se encamina al cadalso. Pero Angela Carter toma su justa venganza.
La escritura de Angela Carter es muy elaborada y recargada en ocasiones, casi barroca. Se toma sus momentos para la descripción, jugando bellamente con el lenguaje. Las palabras sugieren permanentemente y la autora demuestra un vocabulario rico y es que, si se puede hablar de exquisitez literaria en fondo y forma, este es uno de esos libros.

jueves, 31 de mayo de 2012

Viajes en el tiempo


Supongo que no andaré errado si afirmo que el viaje en el tiempo es uno de los sueños más ansiados de la humanidad; me atrevo a pensar que incluso supera en fascinación al viaje espacial con el que parece compartir muchos detalles. Por eso resulta curioso que los viajes temporales no fueran planteados literariamente hasta finales del siglo XIX, pero desde entonces tanto la ficción como la física no han dejado de cuestionarse sobre el mismo, alumbrando centenares de teorías y narraciones al respecto.
Aunque antes de hablar de literatura, este tema necesita una mínima presentación científica que muestre cuales son las hipótesis reales que han manejado los narradores mayoritariamente provenientes del campo de la ciencia-ficción para elaborar sus fantásticas históricas. Y como no poseo muchas nociones en el campo de la física, me veo obligado a recurrir a algunos estupendos artículos y libros que han sabido digerir y exponer de manera admirable toda la información necesaria.
Lo primero que se debe tener en cuenta al hablar de este tema es diferenciar entre las dos formas posibles de viaje, pues existe un viaje al futuro mediante dilatación donde la supuesta máquina es capaz de acelerar la evolución física del resto del Universo o retardar la evolución física del viajero del tiempo y un viaje que supone un salto instantáneo al futuro, el cual conlleva mayores problemas porque exige que el futuro ya esté creado. Esta descabellada idea que había planteado Wells con su máquina, pareció cobrar mayor sentido con la revolucionaria teoría de la relatividad de Einstein, aunque la naturaleza siempre se ha encargado  de eliminar sistemáticamente cualquier posibilidad derivada de la misma. Y no obstante, los físicos perseveran.
A grandes rasgos existen tres interpretaciones del tiempo:
- Presentismo: El tiempo presente es lo único que tiene existencia. El universo es tridimensional pero el tiempo, aunque no constituye una dimensión, es distinto para cada uno. Según esta visión, el viaje al futuro mediante dilatación es posible.
- Posibilismo: Presente y pasado tienen realidad física, pero el futuro solo es posibilidad. El espacio-tiempo constituye una cuarta dimensión que se va construyendo. Aquí es posible el viaje al futuro mediante dilatación y el salto instantáneo al pasado, el cual  conlleva una serie de paradojas.
- Eternalismo: El pasado, el presente y el futuro existen físicamente porque según la teoría de la relatividad, el tiempo es una dimensión más. Aquí es posible saltar al futuro y al pasado, pero también exige aceptar el determinismo.
La física parece demostrar que determinados fenómenos pueden producir una curva temporal cerrada, llamada comúnmente Agujero de gusano, que sería la “máquina” transportadora. Y todo esto nos lleva al entretenido mundo de las paradojas, puesto que la física nos advierte que existe un principio de causalidad donde se nos dice que las causas deben preceder a los efectos, y el viaje temporal puede producir paradojas que contradigan esta causalidad, como la famosa historia del viajero que retrocede al pasado y mata a su abuelo, impidiendo por tanto su propio nacimiento. Aunque para solucionar  estas paradojas se han propuesto dos posibles salidas:
— Autoconsistencia. El viajero puede volver al pasado, pero no modificarlo porque la historia ya está escrita. Una interpretación eternalista donde los factores éticos del libre albedrío se ven trastocados.
— Universos paralelos. El tiempo no es lineal, sino que se va ramificando hacia todas las posibilidades, pero estos universos están totalmente desconectados. Esta es la solución más utilizada en la literatura de viajes temporales.
En base a estas posibilidades científicas se han escrito centenares de historias que intentan explicarnos con mucha imaginación todo aquello que la naturaleza nos niega. 

Sin ánimo de exhaustividad, he leído unos cuantos de esos relatos que plantean esos viajes desde distintas ópticas. Quizás sea necesario empezar por el viaje más reconocible, La máquina del tiempo de H.G. Wells que, aunque no sea oficialmente el primer viaje temporal, sí ha sido el de mayor influencia. Es un viaje que utiliza el proceso de dilatación para alcanzar un lejanísimo futuro y que debe su gran éxito a la enorme capacidad narrativa e inventiva de su autor.
Pero son las historias cortas las que constituyen la mejor aproximación para conocer las maneras con las que cada escritor afronta el reto del viaje temporal. Normalmente no se preocupan por cómo se llega a un tiempo lejano, sino que se detienen a elucubrar sobre las posibles paradojas derivadas del viaje y los efectos producidos tanto en el lugar de llegada como en el de vuelta. Una de las historias mejor resueltas es Todos vosotros zombies de Robert Heinlein, donde logra un bucle temporal perfecto con un resultado a priori imposible. Alfred Bester en Los hombres que asesinaron a Mahoma utiliza un humor satírico para explicar la historia de un marido despechado que decide viajar al pasado para vengarse, pero los universos paralelos parecen jugar en su contra a pesar de intentarlo a lo grande. Otro autor que trabajó mucho las historias basadas en el tiempo es Phillip K. Dick, que en Algo para nosotros temponautas describe el drama de unos viajeros atrapados en un bucle temporal que se repite eternamente o en El informe de la minoría que trata sobre las posibles consecuencias éticas que se derivan al enfrentarnos con una policía capaz de adelantarse unos minutos a los crímenes y así evitarlos. El siempre eficaz Ray Bradbury es capaz de ofrecernos un viaje al futuro en El convector Toynbee, donde el viajero muestra el camino que debe seguir el mundo para escapar de la decadencia en que está sumido, pero a veces creer en las posibilidades puede ser suficiente como demuestra este sorprendente relato. El mismo Bradbury es el autor de una de las historias más recordadas —homenajeada incluso en un episodio de Los Simpsons—, se trata de El sonido del trueno donde un viaje a la prehistoria y el conocido efecto mariposa serán los protagonistas de un futuro posible. Hombre de su tiempo de Brian W. Aldiss presenta una curiosa historia donde el viajero que retorna a casa se ve sumido en un limbo temporal al ir tres minutos adelantado al resto de los humanos, lo que dificulta sobremanera la comunicación. A veces las historias temporales constituyen un puro juego como en El tiempo no tiene límites de Jack Finney, en el que un insistente policía no quiere dejar a ningún ladrón escaparse por esos agujeros, pero eso puede tener consecuencias fatídicas. Aunque uno de las mejores historias, por sus connotaciones tan actuales, es El mayor espectáculo televisivo del planeta de J.G. Ballard que convierte el viaje temporal en un entretenimiento popular. La televisión aprovecha la ocasión para filmar esos acontecimientos históricos que todos hemos querido contemplar, pero a veces la realidad es mucho más prosaica y no tan espectacular, por lo que será cuestión de ir variando los acontecimientos en función de la audiencia. También en nuestro país se han escrito algunas historias interesantes, pero para mí es La noia que venia del futur de Manuel de Pedrolo la que mejor atrapa el dramatismo posible derivado de una paradoja. Y aunque fuera del campo de la ciencia-ficción, pero alternando entre el tema del doble, el sueño y el viaje temporal, es imposible no citar al Borges de El otro y Veinticinco de agosto 1983. Un broche de calidad para emprender el viaje.

Para esta entrada he utilizado los artículos citados de la página web de El tamiz, varios capítulos de los libros de Martin Gardner Viajes en el tiempo y ¡Ajá! Paradojas que hacen pensar. Los relatos pertenecen al libro Cronopaisajes de ediciones B y a varias historias sueltas de Phillip K. Dick, Ray Bradbury, Fredric Brown, Manuel de Pedrolo , Jorge Luis Borges y H.G. Wells.