lunes, 25 de abril de 2011

Ucronías en Norteamérica

La ucronía es un término que define aquella literatura que especula sobre la historia, construyéndola sobre datos hipotéticos o ficticios. Pero escribir historia sobre la base de "qué hubiera pasado si" es probablemente algo absurdo, que no sirve ni siquiera como advertencia sobre las bondades o maldades del camino seguido por la humanidad. Y es que plantear una historia alternativa en términos medianamente científicos es algo notoriamente estéril, porque significa especular sobre una concatenación de hechos que se van abriendo en un abanico de infinitas posibilidades. En cambio, escribir ficción ucrónica que altere los hechos históricos es una forma atractiva de creación, donde el autor moldea los sucesos con la intención de crear situaciones que provoquen reacciones en los personajes, diferentes a las que se pudieran haber dado en una situación real y permite disponer de un margen amplio de maniobra al no verse encorsetado por el rigor histórico que muchas veces parece exigírsele al escritor.
La ucronía, debido a su temática de alteración histórica y por tanto de recreación de situaciones posibles y diferentes a las vividas, ha sido muy utilizada en el género de la ciencia-ficción.  Y aunque no soy un lector que se mueve habitualmente en este género, el atractivo que supone una narración que modifica la historia acaecida tras la II Guerra Mundial me ha llevado a la lectura de una obra clave de Philip K. Dick: El hombre en el castillo, una narración que no pertenece propiamente a la ciencia-ficción, si nos atenemos a los rigores del género, sino que más bien emerge como una elucubradora ficción posible de la historia. Dick, un escritor de brillantísimas ideas que se engloba habitualmente en la ciencia-ficción, propone una alteración histórica donde Alemania y Japón han ganado la guerra y han acabado ocupando y dividiendo Estados Unidos. El mundo se ha visto totalmente descompuesto por esta victoria, aunque esencialmente la novela se centra en este país donde los norteamericanos son tratados como una raza inferior y donde se van dando cita una serie de personajes que se entremezclan para conformar el tapiz de esa posible historia alternativa. Pero la magia de esta novela proviene de las dudas que nos provoca Dick con su inesperado y abierto final, donde la realidad que nos está contando parece ser otra, pues dentro de la novela se intercala otra titulada La langosta se ha posado, escrita en base a las predicciones del I Ching, donde se especula con la posibilidad de que Alemania y Japón no han ganado la guerra, lo cual provoca un juego metaliterario que alienta la duda y da origen a la posibilidad de  mundos alternativos.
Sin embargo la sorpresa en este tipo de ficciones proviene de un autor consagrado como Philip Roth que hace unos años escribió una brillante ucronía titulada La conjura contra América, donde especulaba con la posibilidad de que el aviador y héroe americano Charles Lindbergh -primer piloto que cruzó en solitario el Atlántico- ganaba las elecciones a la presidencia de Estados Unidos en 1940. La historia recoge que Lindbergh fue un declarado defensor de la no intervención en la guerra, un personaje que no dudo en culpabilizar a los judíos por su deseo de involucrarse en el conflicto y un confeso admirador de las tesis nazis que le llevaron a recibir  una cruz distintiva por los servicios prestados al Reich.
El panorama nada alentador que supone la victoria de Lindbergh para los judíos en América es narrado por un joven Roth. Es la historia de la familia Roth en un barrio judío de Newark, con elementos recogidos de su propia vida pero filtrados por la ficción, pues como deja claro el propio autor: "Hay que ser muy ingenuo para no entender que un escritor es un actor que representa la obra que mejor se sabe, sin restar importancia a cuando se pone la máscara de la primera persona del singular". Su mayor acierto es que trabaja esta convulsa historia desde la cotidianidad de los avatares de una familia media, integrando los acontecimientos históricos bajo la perspectiva de sus vidas. De esta manera, la fuerza reside en los personajes, como si se tratara de una crónica familiar en medio de una convulsa época. Las angustias, obsesiones, miedos y vaivenes de esta familia y de los personajes que se mueven a su alrededor, constituyen uno de los mejores retratos sociales que haya leído en mucho tiempo.
Aunque la resolución de los acontecimientos pueda parecer algo forzada, es evidente que la fuerza de la novela no reside en estos. Solo cuando Roth observa y retrata la época, evitando la fácil crítica al antisemitismo y trascendiendo desde lo local a lo universal por medio del comportamiento de sus personajes y proporcionando los detalles cotidianos que hacen verosímil esta ucronía histórica, atisbamos la auténtica obra maestra que es.
Sobre el posible didactismo  de este tipo de obras ya he ofrecido mi opinión al principio, pero creo que en la obra de Roth sí existe una lectura interesante, como bien aclaró en un escrito sobre la novela: "Todo lo que he hecho ha sido despojar el pasado de su fatalidad, mostrando cómo las cosas podrían haber sido diferentes. Por qué no ocurrieron es otro libro, uno sobre los afortunados que somos los norteamericanos. Solo puedo reiterar que en los años 30 estaban esparcidas las semillas para que pasara lo peor, pero no fue así. Y los judíos acabaron siendo lo que son porque no fue así (...) La conjura contra América es un ejercicio de imaginación histórica. Pero la historia tiene la última palabra".

lunes, 11 de abril de 2011

Un poeta en Granada

Ha pasado demasiado tiempo desde que su corazón dejó de latir, pero su recuerdo permanece  muy vivo. Y todavía siento "escalofríos de pena" al escuchar sus canciones, aunque también la sensación de que un compañero del alma sigue a mi lado, puesto que con Carlos Cano tengo una querencia intensa a sus letras, su música y su personalísima voz.
Se ha relacionado mucho a Carlos Cano con la copla, pero sería injusto hablar sólo de esa faceta. Carlos fue el cantor del pueblo andaluz, sarcástico con los poderosos y sabio vocero de la alegría triste de los oprimidos. Como escribió José Saramago: "Carlos es aquel que canta las historias que los propios hombres son. Por eso sus poemas están cargados de gente, por eso su música es la de las voces de los cuatro caminos.  Cantor de la compasión y del sarcasmo, tiene hoy, delante de sí, un mundo que, mereciendo el sarcasmo, necesita la compasión. Con el corazón vuelto hacia el sur, donde los dolores son mayores y las esperanzas inmortales".
También fue Carlos Cano un poeta generoso y solidario que se apasionaba contra las injusticias, situándose a la altura de la misma morralla "que da la batalla y no recibe ni una medalla", pero exigiendo compromiso al mismo pueblo que defendía: "no sé porque te lamentas en vez de enseñar los dientes y porque llamas mi tierra aquello que no defiendes" para poder acabar con los abusos todos juntos. De sus primeras letras más combativas donde cantaba a la especulación, a los milagreros del Palmar de Troya, a la triste historia del caso Almería o, en un emocionante tango, a las madres de mayo, pasó a letras más poéticas y amorosas  pero sin olvidarse nunca de los oprimidos ni de las causas que  merecían ajusticiarse con su voz, como estos versos contra los violentos en uno de sus últimos discos:
"Los que matan la luna son los mismos de siempre,
los que arrancan las flores con sus botas de muerte.
Los que amargan la vida y asesinan los sueños
que cantan los poetas buscando un tiempo nuevo.
No gozan del amor, ni tocan los tambores,
ni cantan el bolero, ni pintan corazones
en los árboles verdes y en las playas de arena,
ni bailan el merengue para echar fuera sus penas"
En sus delicados versos aparecieron los mejores homenajes  posibles a gente como Gerald Brenan, Amalia Rodrigues, Rafael de León, Miguel de Molina, Mª Teresa Gómez, Edith Piaf, Rigoberta Menchu, Al-Mutamid, Jose María "el tempranillo", Jaume Sisa o el pintor Ocaña. Fue amigo de muchos compañeros de profesión y querido por casi todos debido a su calidez  y compromiso.
Y es que Andalucía no ha tenido nunca un cantor como Carlos Cano, que aunando sabiduría popular y sentimiento lírico, consiguió entregarnos un compendio de canciones imperecederas que ahondan en lo más profundo de ese entrañable sur. De su voz algunos aprendimos palabras como chusmerío, farfolla, morralla, cherlón, rebujar, mejorana, sarpullío, triquitraque, jipijapa, gacho, mala follá que denotaban la voz del pueblo. Y también el mundo arábigo-andaluz fue constante en su obra, desde sus Crónicas Granadinas de 1978 hasta su postrera Kalam Garnata.
Pero es bien cierto que su voz significó el aire fresco que la copla necesitaba, después de la mala fama que se había ganado como música casi oficial de una época. No sólo hizo una nueva lectura de las más grandes coplas, aquellas que compusieron maestros como Rafael de León, Antonio Quintero, Manuel López Quiroga, Ramón Perelló, Juan Mostazo y Federico Valverde, dignificándolas con la emoción de su canto, sino que entregó unas cuantas piezas más que ya forman parte del acervo cultural. Pocos supieron como Carlos encontrar esa raíz musical y abrirla a los nuevos tiempos.
Siempre que escucho a Carlos Cano me uno a su voz y me dejo acompañar por sus palabras. No me cuesta volver una y otra vez a él y cuando me reúno con mi amigo y poeta Paco Gómez, acabamos invariablemente entonando sus canciones porque sentimos sus palabras como propias. Con este escrito he pretendido manifestar mi gratitud hacia el poeta granadino que tanto nos ofreció y airear a los cuatro vientos la perdurable frescura de sus canciones.