miércoles, 23 de febrero de 2011

Un cajón de cuentos (XV): Lote nº 249 de Arthur Conan Doyle

La fascinación que ha ejercido el Egipto faraónico y su sorprendente civilización durante siglos no podían pasar desapercibidas para la literatura, porque el influjo que ofrecen los misterios aún por desvelar y el hecho de que su religión se dirija hacia el más allá, hacia un reino de los muertos donde los faraones momificados van a parar, ha propiciado que ese mundo sea terriblemente atractivo a los ojos de un público deseoso de emociones fantásticas en un espacio real. La conexión con la inmortalidad y la misma figura de una momia ancestral cuyo cuerpo se mantiene al paso de los años sin desintegrarse hacen que la literatura enmarcada en el Antiguo Egipto nos siga deslumbrando.
Y es que para la literatura fantástica y de terror, la temática de las antiquísimas momias venidas de tiempos remotos que despiertan en un mundo moderno son un argumento de gran aliciente, pues el misterio ominoso proviene de algo real y terrestre. Como acertadamente explica Antonio José Navarro en su aclaratorio y breve estudio sobre el fascinante mito de la momia, ésta se sitúa entre el mundo de los muertos y el de los vivos, abriendo una tercera vía unida a los terrores de ultratumba. La momia despierta en un espacio que no es el suyo, debido a la imprudencia de unos arqueólogos que desatan todos los males de los que habían sido advertidos. Lo curioso de la historia es que las advertencias contra profanadores de tumbas pertenecen a la realidad y el hecho de que la prensa resaltara algún caso concreto donde la profecía se había cumplido por mera coincidencia despertó un interés inusitado por ese Egipto misterioso. La famosa maldición de Tutankamon, cuyo descubrimiento aún podemos leer apasionadamente en Dioses, tumbas y sabios de C.W. Ceram, vino a darle al tema de las momias el acicate necesario. Los periódicos de la época empezaron a ofrecer todo tipo de conexiones entre las misteriosas muertes de algunos de los expedicionarios, allegados o gente conectada de alguna forma con el hallazgo y la maldición faraónica que se debía cernir sobre los profanadores de la tumba real.
Aunque las historias sobre momias provienen ya del siglo XIX, haciendo referencia al clásico retorno del amado o amada a la vida -como en las notables La novela de la momia de Théophile Gautier o La joya de las siete estrellas de Bram Stoker y algunos cuentos interesantes de Conan Doyle o Sax Rohmer-, no será hasta los hechos referidos sobre maldiciones cuando encuentre su temática fundamental, propiciando gran cantidad de relatos y novelas de calidad dudosa. También es justo reconocer que el cine con La momia de Karl Freund y después con las producciones de la Hammer consiguió darle una cierta categoría al mito, pero nunca a la altura de un Frankenstein o un Drácula, pues todavía está por escribir la gran novela sobre la momia.
Arthur Conan Doyle fue uno de esos autores que supo acercarse con maestría a cualquier género,  descollando en el policíaco con su impagable personaje de Sherlock Holmes y en el de aventuras con sus singulares profesor Challenger, brigadier Gerard o Sir Nigel -obras que siguen produciendo auténtica felicidad en el lector-. El  talento de Conan Doyle para tramar historias de gran imaginación y la sorprendente clase como escritor capacitado para mantener el brío narrativo en sus historias, lo han convertido en un clásico de las letras británicas que se mueve con soltura en la novela, pero que domina como pocos el relato. De su infinidad de cuentos, divididos en temáticas variadas -marineros, de aventuras, de boxeo, militares, históricos, de suspense y terror- destaca su Lote nº 249 como una de las mejores historias sobre momias egipcias.
Lote nº 249 es un relato que no necesita acudir a Egipto, ni hablar de maldiciones y ni siquiera apuesta por retornos de amores del más allá; su historia acontece en el Old College de Oxford y tiene como personajes principales a los tres habitantes de una de las torres del College. Aparece una momia que resucita e incluso mata, pero la maestría de Conan Doyle es su sabia dosificación de la tensión dramática, que en ningún momento resulta terrorífica, pero consigue avivar el interés por los acontecimientos venideros de forma magistral. En pocas pinceladas es capaz de ponernos en situación y dibujar precisos caracteres de personajes con gran brillantez. Un mito del terror como la momia puede caer en el ridículo o la vulgarización en manos poco hábiles, pero Conan Doyle, como demostró en sus otras aproximaciones al personaje, sabe extraer la tensión necesaria al no forzar el elemento macabro, sirviéndose más del curioso personaje que la pone en movimiento.
Quizás el mito de la momia ha sido superado por la realidad moldeada con maldiciones y no ha encontrado un testimonio literario adecuado, pero no cabe duda que en este espacio fue Conan Doyle el único que dio el lustre adecuado a esos polvorientos vendajes.

domingo, 13 de febrero de 2011

La Gran Guerra

El siglo XX inició su andadura con uno de los conflictos más crueles y devastadores que se han conocido en la historia de la humanidad, la denominada guerra total. Por primera vez, las potencias más importantes se enfrentaban en una guerra de objetivos ilimitados donde sólo se podía contemplar la victoria o la derrota total. Si hasta entonces las batallas de origen ideológico, revolucionario o expansionista habían finalizado con tratados o compromisos para evitar males mayores, aquí se trató de llegar hasta el agotamiento, sin ningún interés por las vidas humanas perdidas, que se convirtieron en pequeñísimas piezas del gran tablero de la muerte.
Estas reflexiones emanan del extraordinario libro que acabo de terminar, El miedo de Gabriel Chevallier. Se trata de las vivencias del ex-combatiente francés de la I Guerra Mundial, Jean Dartemont -alter ego de Chevallier-  en un itinerario que va desde su inicial alistamiento hasta el esperado armisticio final. Cuatro años de beligerantes acontecimientos resumidos en la certera palabra que da título al libro, pero acompañada por muchas otras que muestran su clara repulsa a esos años de juventud perdida.
El miedo es una lúcida reflexión sobre la guerra y sus consecuencias, una obra que no se para a analizar grandes batallas, personajes heroicos o todo aquello que se puede encontrar  en un manual al uso. A excepción de Erich M. Remarque en su conocida novela antimilitarista de Sin novedad en el frente -curiosamente ambas obras se llevan un año de diferencia y tratan el mismo tema desde la óptica de ambos bandos-, nadie se había planteado tan abiertamente el rechazo a la guerra desde dentro y, de hecho, esta obra fue escandalosamente olvidada durante años, llegándose a retirar a principios de la II Guerra Mundial por su evidente contenido pacifista. Leyendo El miedo, nos damos cuenta del absurdo de la guerra, de que este negocio pertenece  a unos pocos que hacen de su profesión un juego de estrategia donde las vidas humanas no tienen valor, pues en sus aterradoras descripciones nos muestra como los soldados son lanzados a la muerte, a ese territorio de nadie cubierto de cuerpos descuartizados y de infinitos agujeros producidos por obuses, un espectáculo de un dramatismo desgarrador. La guerra de trincheras se convierte en la guerra del miedo, donde los seres humanos se esconden en verdaderas ratoneras para evitar el permanente martilleo de la artillería pesada que atrona literalmente sobre sus cabezas durante largas horas -memorable la escena en la que el protagonista debe salir de su angosto escondrijo ante la lluvia de obuses porque sus tripas le exigen evacuar urgentemente-.
Esta obra, de un realismo sobrecogedor, constituye una minuciosa descripción del horror, pero también una meditación sobre la inutilidad del sacrificio y el miedo a la muerte. Sus páginas contienen sutiles pensamientos surgidos como reacción de rechazo al conflicto,  razonamientos donde el miedo y la cobardía encuentran su razón de ser: "Les voy a decir la gran ocupación de la guerra, la única que cuenta: he tenido miedo", "¡El hombre que huye conserva sobre el más glorioso cadáver la inestimable ventaja de poder seguir corriendo!", "Hay que luchar contra el miedo desde los primeros síntomas si no se cae presa de su hechizo, y entonces uno está perdido, se ve arrastrado a una debacle que la imaginación precipita con sus espantosas invenciones (...) El colmo del horror, que se añade a esta depresión, es que el miedo deja al hombre la facultad de juzgarse". Nadie se había atrevido a destacar el miedo como elemento común a los combatientes de ambos bandos, porque es un sentimiento que la sociedad rechaza por injustificable pero es que la guerra, además de multitud de heridos y tullidos, dejó un sinfín de seres sumidos en enfermedades psicológicas derivadas del continuo horror vivido.
Chevallier ataca con dureza a aquellos que crean y mantienen la guerra, a los necios oficiales que se despreocupan al enviar a sus hombres a una muerte casi segura por arrebatar un pedazo de tierra insignificante. "Voy a hacerte el balance de la guerra: cincuenta grandes hombres en los manuales de Historia, millones de muertos de los que ya ni se hablará, y mil millonarios que dictarán las leyes". Por eso, los soldados del frente no entienden de valor y honor, pues lo único que les interesa es evitar que un obús les desmembre o que una bala deje su cuerpo tendido en el campo de batalla, un sentimiento que une a los ejércitos de uno y otro bando. "Esos enemigos a los que no separa ningún atrincheramiento, a los que bastaría con saltar para sorprender a sus adversarios, respetan la tregua ¿Eso es lealtad? ¿No es más bien el mismo deseo, en ambos bandos de no batirse?". Caer herido sin graves consecuencias o prisionero se convierte así en la mejor suerte de un combatiente.
El cine no se ha prodigado mucho en este conflicto y en las dos ocasiones más memorables que lo hizo, fue con especial ojo crítico. Muy cercana al conflicto, la película de Lewis Milestone Sin novedad en el frente reflejó de manera solvente todo el período de guerra, desde el inicial reclutamiento hasta su dramático final. A pesar de tener más de ochenta años, esta película es de una modernidad aplastante, con una calidad técnica que ensombrece a posteriores adaptaciones bélicas, contando la guerra de manera muy similar a la mostrada por Chevallier en su libro. Por otro lado, Senderos de gloria de Stanley Kubrick pasa por ser el alegato más contundente contra el absurdo de la guerra y aunque no centra sus imágenes con tanta intensidad en la guerra de trincheras, contiene un discurso antimilitarista que provocó la censura en muchos países durante años.
El intento de Chevallier o Remarque por evitar otro gran conflicto con tan devastadoras consecuencias cayó en saco roto al cabo de pocos años y el resto del siglo nos demostró que desgraciadamente de los seres humanos podemos esperar lo peor.