Una excelente exposición sobre laberintos en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona me ha invitado evocar al gran hacedor de laberintos literarios, al escritor que con más insistencia introdujo el laberinto como tema permanente en su obra, al soberbio creador de ficciones Jorge Luis Borges.
La fascinación por el mito laberíntico siempre se ha manifestado en creadores de todas las épocas. Arquitectos, paisajistas, escultores, escritores, cineastas o filósofos han creado sus propios laberintos, reinventando el mito continuamente, seducidos por su simbólico desconcierto y deseosos de dominarlo y comprender el caos que sugiere. Si el mito original nos propone un laberinto unicursal, es decir un camino único más o menos enrevesado con principio y fin, las posteriores creaciones laberínticas nos ofrecen también la oportunidad de un laberinto multicursal o de caminos entrecruzados entre los cuales se ha de escoger y que pueden llevar a callejones sin salida o, como distinguen los teóricos: el laberinto de sinuosa curva y el de red.
Umberto Eco en sus apostillas a El nombre de la rosa nos ofrece una clasificación modélica; para Eco existen tres tipos de laberintos, el primero sería el clásico de Teseo y el Minotauro en el que entras, llegas a su centro y puedes volver si desenredas el hilo de Ariadna; el segundo lo denomina manierista y sería de tipo árbol, es decir, el que tiene una sola salida pero con muchos callejones engañosos; el tercero es el llamado Rizoma y es infinito porque los pasillos se conectan entre ellos y no tiene centro ni salida. Precisamente, Eco dibuja en su obra una biblioteca laberíntica custodiada por el ciego padre Jorge y deja evidente su homenaje porque "biblioteca más ciego, sólo puede dar Borges".
Y es que -volviendo al hilo- Jorge Luis Borges es el autor que más y mejor ha reflexionado sobre los laberintos, uno de sus temas preferidos al que volvía una y otra vez dándoles eternas vueltas como si no consiguiera salir del mismo. En sus modélicas colecciones de cuentos de Ficciones y El Aleph, el laberinto es un tema omnipresente que toma diversas formas y perspectivas y así encontramos la revisitación más clásica en La casa de Asterión, donde el minotauro nos describe su casa transmitiéndonos una sensación semajante a la de una prisión con puertas abiertas y donde espera deseoso a su redentor cansado de vivir. En El inmortal, Borges nos adentra en una laberíntica ciudad donde el personaje pasa años perdido y allí describe que "un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura pródiga en simetrías está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada hacia abajo". Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto constituye un cuento de misterio aparentemente irresoluble donde el laberinto es un camino hacia la muerte, un símbolo de la locura. Es descrito como un círculo tan dilatado que no permite percibir su curvatura, con muchas encrucijadas que exigen siempre girar a la izquierda y con paredes de ladrillos apenas más altas que un hombre. En la pequeña fábula de Los reyes y los dos laberintos, Borges presenta su laberinto más perfecto, el desierto, donde no hay escaleras, muros ni puertas pero sí nfinidad de caminos. Pero el laberinto también puede ser presentado como un recorrido hacia la venganza, como en Emma Zunz, donde la muerte es el final del trayecto. En El libro de arena, la locura de un libro infinito también remite a ese laberinto sin salida posible o como en El jardín de los senderos que se bifurcan que alude a un libro-laberinto donde las diversas alternativas del protagonista son tomadas, creando así distintos tiempos y porvenires que también se bifurcan hasta el infinito.
Coetzee decía que el modelo borgiano es llevar una hipótesis hasta sus vertiginosas consecuencias. Sus cuentos exploran esos límites laberínticos, donde se siente la necesidad de que exista un centro explicativo ante la perplejidad de los intrincados caminos. El fantástico borgiano nace de ese obsesivo exceso, de la capacidad de hacer creíble lo imposible, de convertir lo infinito en cotidiano como en Funes el memorioso, personaje capaz de recordarlo absolutamente todo o La biblioteca de Babel, capaz de albergar en sus infinitas galerías todas las combinaciones de libros posibles. De hecho, infinito, espejos, dobles y laberintos son temas comunes en la obra de Borges y nos provocan inquietud, desasosiego y auténtico vértigo literario.
En el epílogo de El hacedor, escribe Borges: "Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias... Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara".
Las ilustraciones que os traigo pertenecen a las célebres Carceri de Piranesi, que tanta influencia ejercieron en los laberínticos pasajes borgianos, a las sabias líneas clásicas de Escher y a las modernas pinturas de Fabrizio Clerici. El vídeo es un fragmento de la película-documental Los libros y la noche (2000) de Tristán Bauer, donde nos habla de Borges y sus obsesivos temas y donde se representan algunos de sus más célebres relatos como este de La biblioteca de Babel.