miércoles, 29 de diciembre de 2010

Los oscuros abismos del terror

El mar oculta en su inabarcable inmensidad infinitos misterios. Las violentas tempestades nos muestran el terror al desatar sus fuerzas, pero también el agua  en calma puede provocar tensas situaciones sugeridas por la quietud de un medio desconocido. El mar es un lugar inhóspito en multitud de ocasiones, misterioso, sugerente y por momentos terrorífico y un lugar así es necesariamente un espacio literario del que numerosos escritores se han ocupado. La literatura de aventuras se ha servido continuamente del mar porque ese misterio aludido y la incapacidad de dominarlo es lo que activa la pasión aventurera; cercano a ese género y en muchas ocasiones indisociablemente unido, el fantástico y terror aborda el paisaje marítimo como el último reducto misterioso de nuestro planeta. El mar, a la vista casi infinito y monocorde, oculta en sus profundidades abismales espacios y seres que,  como todo lo desconocido, provoca pasiones.
Muchos escritores se han acercado al mar como tema literario, pero estoy seguro de que nadie ha profundizado en la creación de misterios y terrores marítimos como lo hizo William Hope Hodgson en sus novelas y cuentos. La obra de este gran autor está siendo redescubierta en nuestro país gracias al magno trabajo de la editorial Valdemar que anda empeñada en proporcionar a los aficionados un buen motivo de satisfacción al editar casi toda su obra en su imprescindible colección gótica. Supongo que para muchos de nosotros ha sido el último gran redescubrimiento de un maestro clásico y nos ha dado la posibilidad de leer algunas de las historias más sorprendentes e imaginativas de la literatura. H. P. Lovecraft, de quien es un auténtico precursor, dejó escrito en su imprescindible El horror sobrenatural en la literatura que "pocos pueden igualarlo en presagiar mediante alusiones casuales y detalles insignificantes la proximidad de fuerzas desconocidas y entidades monstruosas que nos acosan, o en sugerir impresiones de lo espectral y lo anormal en relación con lugares y edificios".
Aunque sobre todo debemos hablar de Hodgson como el gran creador de un mar de sugerencias ominosas, pues su experiencia personal como grumete y marino profesional le sirvió para hacernos creíbles todas sus aventuras, ya que contienen la percepción de una persona que describe aquello que conoce al detalle. Las historias de Hodgson están plagadas de términos náuticos que hacen que el lector se sitúe con facilidad en el lugar descrito, como si sintiera en toda su intensidad la aventura narrada. Sus memorables relatos ambientados en el mar nos abren un sinfín de horrores y misterios que acechan a los perplejos navegantes y desbordan al lector por su continua tensión. Las algas que cubren el mar de los Sargazos se convierten en misteriosos bosques marítimos donde las secretas y monstruosas criaturas aguardan a los barcos que allí encallan, convirtiendo en inolvidables algunos relatos como Desde el mar sin mareas o El descubrimiento del Graiken. Otras veces la naturaleza en forma de hongo viscoso es la que envuelve con su horror a los personajes y nos entrega perlas imperecederas del género como Una voz en la noche o La nave abandonada. Adentrarse en cualquiera de sus historias cortas del mar y dejarse llevar por la marea de sus horrores supone dejar la puerta abierta a uno de los mejores escritores fantásticos que pueda leerse y por ello recomiendo la lectura de su última gran antología publicada, titulada Los mares grises sueñan con mi muerte.
Sin embargo hasta ahora William Hope Hodgson era reconocido por sus novelas. Las tres primeras: Los botes de Glen Garrig, La casa en el confín de la tierra y Los piratas fantasmas fueron agrupadas por el mismo autor como una trilogía del más profundo horror y aquí fueron bautizadas sugerentemente por Valdemar como La trilogía del Abismo al publicarlas conjuntamente.
Los botes de Glen Garrig viene a ser como una extensión de sus mejores relatos. Situada también en el mar de los Sargazos y por tanto envuelta por el misterio de las desconocidas y brutales criaturas que lo habitan, la historia narra las aventuras de una tripulación que se interna a la deriva con sus botes en el inmenso mar de algas hasta arribar a una misteriosa isla donde sobrevivirán al horror emulando el buen hacer robinsoniano. El libro avanza con pasajes insuperables y deriva en novela aventurera de rescate, dejando un buen sabor de boca.
La otra aventura náutica de largo recorrido es Los piratas fantasmas, donde Hodgson consigue estremecer al máximo al lector con momentos antológicos, como los ataques nocturnos en la arboladura de la nave por seres que se intuyen pero que no se llegan a vislumbrar del todo o como el inquietante final de esos barcos fantasmales surcando las profundidades. Una de las mejores historias de suspense y tensión que haya podido leer nunca, con un poder de sugerencia dramática insuperable y es que probablemente la fuerza de Hodgson resida en su capacidad de crear ambientes e imbuirnos de ellos.
Aún así, la obra  más imperecedera y reconocida del autor es La casa en el confín de la tierra. Su espacio ya no es el mar, que es donde mejor se maneja Hodgson y, no obstante, todo aquel que haya leído esta obra conservará sus absorbentes imágenes para siempre. Aunque se deben reconocer algunas imperfecciones estructurales en la novela sugeridas por los críticos, es tan grande el poso que deja a un lector ávido de emociones y tan sorprendente su desbordante imaginación que todo se le perdona. Leer esta obra es rendirse totalmente al poder de la imaginación, significa asumir que te entregas a una ficción irrepetible, a un libro que contiene la fantasía y el horror en grados superlativos. La casa en el confín de la tierra es en esencia la historia de un solitario enfrentado a sus propios terrores, un viaje alucinante que oprime al lector con la parte del asedio a la casa y que deja aturdido con su viaje astral, "algo casi único en la literatura clásica" en palabras de Lovecraft. Una novela que ha ejercido una influencia mucho mayor de lo que su fama pudiera sugerir.
A falta de leer su última y definitiva gran obra, El país de la noche, que acontece en un futuro lejano y que en palabras del mismo Lovecraft constituye "una de las obras de imaginación macabra más logradas que se han escrito", he confesado aquí mi absoluta devoción por este autor de desbordante imaginación y creador de aterradores espacios, un escritor que debe ser recuperado como el gran maestro de la narración terrorífica moderna.


martes, 14 de diciembre de 2010

Cimientos del terror filmado

El género fantástico y de terror se ha cultivado predominantemente a través de los cuentos e historias cortas. Este género, aunque con antecedentes ilustres, se origina y desarrolla en el siglo XIX y no obstante nunca haya vuelto a tener el esplendor de ese siglo, ha conseguido abrir diferentes caminos que sí se han popularizado hasta nuestros días - me refiero esencialmente a la ciencia-ficción y a la fantasía épica-.
Pero aquí me interesa hablar específicamente de esa literatura ominosa asociada comúnmente con el fantástico, una literatura que contiene historias de locura, fantasmas, vampiros, obsesiones, crueldades o mundos paralelos poblando tan espléndidos relatos. Al adentrarnos en estos mundos, lo primero que llama la atención es que, salvo las clásicas y magníficas excepciones de libros como Drácula, Frankenstein, Melmoth el errabundo o El monje, la mayoría de estas historias nos llegan a través del cuento; o sea que el relato fantástico y de terror se desenvuelve mejor cuando la trama y los personajes se dibujan en pocas pinceladas, quizás porque permite sugerir y evocar al lector, porque amaga más que muestra; de hecho en cierta manera esto mismo sucede en la gran novela Drácula, donde el vampiro apenas es mostrado para producir mayor inquietud. Las historias de corto recorrido pretenden ser, ante todo, creadoras de situaciones de tensión y sólo los grandes maestros son capaces de ofrecer mucho más en pocas líneas.
Y cuando el cine ha pretendido desarrollar el género de terror, se ha visto obligado a recurrir invariablemente a estas historias para crear sus argumentos cinematográficos. Pocas veces el cine ha inventando desde cero, limitándose a transcribir ideas o evolucionarlas a partir de los relatos ya existentes y así autores como Poe -en infinidad de ocasiones-, M.R. James, H.G. Wells, R.L. Stevenson, J.S. Le Fanu, Saki, N. Gogol, A. Conan Doyle, W.Irving, R. Matheson o H. James han visto como sus historias pasaban a ser argumentos más o menos logrados del cine de género fantástico y de terror.
Pero junto a los grandes escritores consagrados, coexisten las obras de algunos otros desconocidos o semidesconocidos que han servido de base literaria para la creación de algunas piezas maestras o en todo caso de auténtico culto para los buenos aficionados al cine. Me permito destacar aquí dos pequeñas pero prodigiosas historias macabras que dieron lugar a dos de las películas más singulares del inicio del sonoro y que con el tiempo se han convertido en auténticas rarezas. Se trata de Espuelas de Tod Robbins y La más peligrosa de las cazas de Richard Connell, origen  respectivamente de las películas Freaks de Tod Browning y El malvado Zaroff de E.B. Schoedsack e Irvin Pichel.
Tod Robbins
En Espuelas, Tod Robbins resaltó ese aspecto grotesco del mundo circense para ofrecer una turbia historia de venganza con un toque de crueldad realmente malsano. Este neoyorkino sólo es recordado por ser el autor de este cuento, aunque deambuló constantemente por el horror literario publicando con éxito sus historias en populares magazines de la época. El actor Lon Chaney leyó una de esas historias y convenció a su amigo Tod Browning para realizar la película The Unholy Three, en la cual aparece el enano Harry Earles como coprotagonista. Éste, unos años después, propondría al mismo director la adaptación de otro relato de Robbins donde el personaje principal era un enano de circo. El cuento es incluso más duro que la película resultante, pues en ésta aún se conserva un aire de humanismo y solidaridad entre seres marginados, mientras que en el relato todos los personajes hacen gala de su crueldad infinita y la venganza es el leitmotiv principal. La película Freaks se ha convertido con los años en una obra de culto, una rareza con imperfecciones pero a la vez con un misterio insondable y perfecta muestra de film transgresor e irrepetible que aún hoy en día sigue suscitando repulsión y solidaridad a partes iguales. La escena de la venganza final de los Freaks, aun habiendo sido mutilada, supone una de las imágenes más perturbadoras del cine.

Richard Connell
Con La más peligrosa de las cazas, Richard Connell describe una tremebunda historia de sadismo y perversión. El conde Zaroff, cansado y desmotivado de la caza común, explica a su oponente: "Deseaba un animal ideal para cazarlo, y me pregunté cuáles serían las condiciones del enemigo en una lucha ideal. Y la respuesta fue, por supuesto: debe tener valor y astucia y, sobre todo, debe ser capaz de razonar". A partir de esta premisa, la lucha por la supervivencia del perseguido y su sensación de animal acorralado recorren las páginas de este relato con absoluta concisión.  La adaptación que hicieron Schoedsack y Pichel sigue fielmente la obra, aunque incorpora nuevos personajes que permiten incluir diálogos y añade junto al personaje femenino una carga erótica y sadomasoquista que Juan Antonio Molina Foix señalaba acertadamente: "uno de los mayores aciertos del film es haber comprendido la profunda significación erótica de las cacerías y haber introducido motivaciones sexuales en el voluptuoso juego propuesto por Zaroff". Esta película que siempre ha pasado bastante desapercibida, todavía sorprende por su aire malsano. De Connell no nos han llegado muchas más obras, aunque se sabe que fue guionista de películas tan memorables como Juan Nadie de Frank Capra.
Los pequeños héroes de la literatura que han proporcionado la base de las películas que tanto admiramos, también merecen una revisión. Es probable que haga fortalecer nuestros vínculos con filmes tan imperecederos.

martes, 30 de noviembre de 2010

Un cajón de cuentos (XIV): Mendel el de los libros de Stefan Zweig

He pensado muchas veces en todos esos datos que se han ido acumulando en mi cabeza durante años, referencias de libros, autores, editoriales o colecciones que se amontonan sin aparente sentido y que tienden a salir de forma inesperada. Forman parte de una memoria selectiva, realmente caprichosa que selecciona detalles insospechados de las lecturas y consultas que uno va haciendo a lo largo de los años. Mi biblioteca, que ha ido ampliándose a medida que la compulsión lectora ha crecido, ha permitido un desbordamiento de datos derivados de los libros arribados, lo cual me lleva a pensar que parte de mi cerebro ha quedado ocupada como un fichero casi virtual. Y si todo eso puede ocurrir en la cabeza de un sencillo lector, debo imaginar que los libreros contienen en su testa un archivo de proporciones insospechadas, unas mentes capaces de saber, sin el menor asomo de duda, si tal o cual libro ocupa sus estanterías o sus apilados y desodernados montones -naturalmente me refiero a los libreros de viejo o a los de librerías especializadas-. Imagino que todo se trata de entreno visual de la memoria en el día a día, aunque no puedo dejar de maravillarme.
Y es que a los aficionados a los libros, nos llaman la atención las historias que hablan sobre ellos, sobre gente relacionada con el  libro o sobre la pasión de la lectura, pues las sentimos como propias, como si fueran códigos secretos con el que los lunáticos librescos nos podemos comunicar. Stefan Zweig fue uno de esos escritores que habló mucho sobre los libros de los otros, con la pasión de un afanoso coleccionista de autores, pero también fue ese escritor de extraordinaria cultura que vivió subyugado por el período de la explosión cultural vienesa y que acabó sus días en un tiempo que ya no era suyo, recordando el mundo del ayer. No me puedo resistir a ofrecer como pequeño esbozo sintético de su figura el retrato que evocaba Mauricio Wiesenthal en su Libro de Réquiems: "Sin tener que pasar por la bohemia oscura -aunque utilizándola, a veces, como un escenario estético- consiguió realizar el sueño de todos los jóvenes románticos: viajar por países lejanos, visitando y conociendo a los hombres más interesantes de su tiempo; editar novelas de éxito que el cine convertía en oro; escribir versos esteticistas y puros, sin tener que ceder a las presiones de la crítica o de los editores; pronunciar manifiestos heroicos y proclamas rebeldes en momentos comprometidos; conocer de joven el amor hogareño; levantar sus fundaciones y elegir sus escenarios en los lugares más bellos de la tierra; ser aclamado y premiado en todas partes como redentor de los poetas malditos, defensor de los herejes, azote de los verdugos y abogado de las causas perdidas".
De Stefan Zweig existe un relato de unas sesenta páginas titulado Mendel el de los libros, al que llegué de manera casi fortuita y que desde ahora mismo ha pasado a formar parte de mis imprescindibles. Todo sucedió a través de dos casuales que se conectaron en el momento justo en mi archivo mental: por un lado escuchaba una entrevista con Jaume Vallcorba, editor de las prestigiosas Quaderns Crema y El Acantilado, quien hablaba de los libros editados en su grupo y entre ellos se mencionaba de pasada la constante recuperación de un clásico como Stefan Zweig -indicativo de la calidad del autor-; por otra parte leía al vuelo un comentario en el que dos personas se congratulaban de la lectura de este memorable cuento sin más. Me decidí a buscarlo en las librerías y descubrí que tanto El Acantilado como Alba editorial lo tenían publicado, pero también recordé que disponía de unas vetustas ediciones de las obras completas de Zweig editadas por Juventud hacía más de cincuenta años que debía repasar. A primera vista, lo más parecido era una historia titulada Buchmendel  que ya me hizo sospechar que me encontraba en la pista correcta, así que separé "buch" de "mendel" y al buscar la traducción de la primera palabra tuve el relato, Libromendel , es decir: Mendel, el de los libros. El Acantilado, la red virtual, mis viejos libros y las conexiones neuronales me habían llevado directamente a la historia de Jacob Mendel.
La historia que relata Zweig en este cuento contiene un punto de ternura por ese personaje tan especial, el librero con sede en el vienés café Gluck, dotado de una memoria excepcional que le permite recordar todos los datos de un libro y los lugares donde hallarlo. Mendel vive por y para su memoria, aislado de un mundo convulsionado por la I Guerra Mundial que al fin sera la causa de su ostracismo vital. Descrito por el narrador como un hombre legendario, zahorí de los libros y símbolo del conocimiento, es un lector de extraña compulsión: "leía  con una tan conmovedora identificación, que el leer de todos los demás hombres me ha parecido, desde entoces, profano". A la vez un hombre ajeno a la realidad, a todo aquello que no estuviera recogido en un libro. Pero Mendel el de los libros es también la historia del final de una época de solidaridad y creencia en los valores y de desmoronamiento de un mundo de ideales arrasado por una cruel guerra que llevará al personaje hacia su caída física y mental, "Mendel ya no era Mendel, como el mundo no era tampoco el mismo". 
Acaba Zweig con su apologética defensa de los libros en este relato memorable que no debe faltar en la biblioteca de ningún buen amante de los libros y la lectura: "yo, que debiera saber que si se producen libros es precisamente para comunicarnos con los humanos más allá de nuestra vida, y desquitarnos así de la inexorable contrapartida de toda existencia: la inestabilidad y el olvido".

domingo, 21 de noviembre de 2010

El alma y la desmesura de los Karamázov

Si la gran novela pertenece al siglo XIX, se puede afirmar con rotundidad que Rusia es el epicentro de sus mejores logros o, dicho de otra manera, Tolstoi y Dostoyevski son la cumbre novelística. Afirmar esto no supone ninguna originalidad, pero si uno lo hace tras la lectura de alguno de estos clásicos es que ha comprendido el peso que ejercen en la literatura.
Enfrentarse a las complejidades de un Dostoyevski mayor es una tarea que requiere esfuerzo y comprensión, mente abierta y posiciones nada rígidas para dejarse llevar por el fluir de personajes atormentados y muy elaborados, por historias que derrochan la pasión del carácter ruso que el autor tan bien conocía y supo describir. La recompensa a todo ello es haber penetrado y comprendido el alma humana con mucha mayor claridad -Nietzsche dijo que fue "el único psicólogo del que he podido aprender algo"-.
La última obra que dejó escrita Dostoyevski fue Los hermanos Karamázov, que aparece como el testamento literario de toda su obra, pues al decir de los críticos allí se encuentra la síntesis de su novelística, un compendio de novela social, psicológica y filosófica. Aún teniendo en cuenta que Los hermanos Karamázov es una obra maestra absoluta, con una fuerza tan arrebatadora que en ciertos momentos te paraliza al sentir que estas abrazando pasajes irrepetibles y sublimes, hay que tener en cuenta que Dostoyevski planeaba la ejecución de una continuación que complementara a ésta. La obra que vio la luz debía hacer comprensible la segunda donde Alexiéi, el héroe que nos anuncia en el prólogo, sería el protagonista casi absoluto aunque envuelto en las graves contradicciones karamazovianas. Pero como no podemos imaginar hasta dónde podía haber llegado si la muerte no le hubiera acaecido, hay que limitarse a indagar en todo aquello que dejó escrito. 
Si en esta novela hay algo que se ha remarcado siempre es su creación de personajes y la profundidad psicológica entregada a cada una de sus creaciones,  que actúan como un verdadero manual caracteriológico. La actitud empática de Dostoyevski con sus personajes y su indudable dote narrativa nos permite compartir emociones y sentimientos hasta un punto inusual. La novela es principalmente la historia de un crimen, aunque yo diría más bien el estudio del carácter karamazoviano a raíz de un crimen familiar, ya que los tres hermanos son diversas representaciones, llenas de contradicciones y complejos, del carácter del pueblo ruso y como tales ejercen hasta el límite sus dudas filosófico-morales y religiosas ante los hechos. Dimitri representa el ser ingobernable, exaltado, irreflexivo, juerguista y jugador irredento pero a la vez el más sensual y sincero, capaz de comprender su culpa y expiarla; Alexiéi es quizás el de mayor profundidad ética, compasivo, generoso e infundido de misticismo; Iván es un alma racional e intelectual pero visiblemente atormentada por su ateísmo y poseído por una obsesión nihilista.
Dostoyevski nos habla en profundidad del castigo y la culpa, envuelto en reflexiones sobre religión y ateísmo. Y el alma Karamazoviana, tan complicada, es capaz de dar cabida a ambas y librarse en combate constante, como ocurre en personajes tan complejos como Dimitri e Iván. Esta obra avanza a través de estos personajes que se encuentran en una desgarradora y permanente dialéctica, enfrentándose a su destino. Si alguna vez la complejidad del alma humana ha sido mínimamente radiografiada en la literatura, fue Dostoyevski quien nos dio las mejores lecciones. Stefan Zweig dejó escrito en su breve biografía al referirse a los personajes de sus novelas que: "Dostoyevski sólo ama a sus hombres mientras sufren, mientras revisten la forma exaltada y antagónica de su propia vida, mientras son, como él, caos que pugna por convertirse en destino".
Los hermanos Karamázov contiene algunos momentos de una altura literaria y filosófica incuestionable, como toda la escena del clímax final en el juicio, como el tierno seguimiento de la muerte de Iliúshechka con su esperanzador final, o como las escenas de Iván con el diablo y su increíble relato titulado El gran Inquisidor que le sirve para replicar a su hermano en materia de religión, pero el conjunto global me hace pensar que después de esta lectura (y de Dostoyevski en concreto a quien pienso retornar) el listón queda a una altura infranqueable.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Un cajón de cuentos (XIII): La gallina degollada de Horacio Quiroga

El estado de desvarío mental en los escritores ha generado innumerables páginas de buena literatura. Las mentes alucinadas y trastornadas nos han llevado por el irregular camino de historias deformantes y de terrores producidos por lúcidos pensamientos hilvanados en una situación de falsa realidad. Poe, Maupassant y Quiroga son tres autores que han circundado los caminos de la locura en sus relatos con gran asiduidad, un recorrido que les ha llevado a la descripción de mentes enfermas y alucinadas capaces de ver terrores no físicos o de hacer de ese estado mental una sensación propiamente ominosa.
Horacio Quiroga, confeso admirador de estos dos maestros y por circunstancias personales abocado también a la locura en sus escritos, nos legó una obra cuentística modélica que perfila al primer gran narrador del género corto en lengua castellana. Como decía, su atormentada y dramática vida repleta de suicidios, muertes accidentales, muertes por enfermedad y abandonos tenía que verse reflejada casi obligadamente en sus historias y así su primer gran libro de cuentos tenía el esclarecedor título de Cuentos de amor de locura y de muerte. Son cuentos muy efectistas donde se ve un dominio absoluto de la técnica, y es que es justo recordar que Quiroga también fue uno de los primeros autores en abordar la poética del cuento en ensayos como Manual del perfecto cuentista, La retórica del cuento y Decálogo del perfecto cuentista, este último un conocidísimo compendio de diez reglas básicas para la escritura de cuentos, de las cuales me quedo y comparto absolutamente la primera: "Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo".
Horacio Quiroga siguió cultivando el cuento preferentemente, en colecciones tan modélicas como Cuentos de la selva para los niños, Anaconda, El desierto o Los desterrados. Cuentos fantásticos, macabros, terroríficos, también tiernos y amorosos,  pero ciertamente siempre rondados por la muerte. Aunque no utilicen el mismo lenguaje, las temáticas parecen acercarle claramente a sus maestros, como por ejemplo en el obsesionado personaje de La lengua, tan cercano a El corazón delator de Poe, o sus Cuentos de la selva para niños que nacen bajo el influjo de El libro de la selva de Kipling. A veces se acerca insospechadamente a otros maestros no reconocidos como en ese original cuento vampírico titulado El almohadón de plumas que nos retrotrae a algunos conocidos pasajes del Drácula de Bram Stoker. Pero también parece prefigurar las historias que más adelante traerá Rulfo en cuentos como El hombre muerto. De lo dicho se hace evidente que Quiroga es un puente hispano con la narración breve más clásica.
De sus Cuentos de amor de locura y de muerte, traigo uno de sus más desgarradores relatos, uno de esos cuentos de efecto -que decía Quiroga- y que pasa por ser su pieza más reconocida. Es fácil rendirse ante un cuento relatado con tanta eficacia, con un narrador distante que propicia la creación de un frío ambiente necesario para ir avanzando hacia el clímax desgarrador del final. La gallina degollada es un relato estremecedor y macabro -emparentado en algún sentido con esa obra maestra que es Freaks, La parada de los monstruos-, donde Quiroga reproduce con brutalidad la realidad, una historia de desamor y desilusión que destroza cualquier atisbo de esperanza. El autor consigue envolvernos en ese halo de pesimismo y logra transmitirnos unas sensaciones desasosegantes. Personalmente, pienso que nunca la crueldad estuvo tan bien narrada.
Horacio Quiroga yace en el cajón de los semiolvidados y tan solo se recuperan algunas de sus célebres historias. Es necesario otorgarle, aunque sea tras su muerte, un instante de la felicidad que nunca tuvo reconociéndolo como el gran maestro que fue y leyéndolo de nuevo.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Los claroscuros de Max Reinhardt

En los inicios del siglo XX se desarrolló en Alemania una de las cinematografías más atractivas del naciente nuevo medio que tendría una repercusión extraordinaria en el progreso y crecimiento del cine. 
Es fácil sentirse fascinado ante la proliferación de grandes cineastas, actores, guionistas o escenógrafos que dejaron su huella antes del advenimiento del nazismo, culpable asimismo del masivo éxodo de genios que se produjo hacia un receptivo Hollywood. A principios de siglo eclosionó este movimiento expresionista como una respuesta airada al impresionismo, un movimiento tan popular en aquella Alemania que impregnó todo el panorama cultural -pintura y literatura fueron las artes pioneras  más destacables e influyentes-. Naturalmente, la fuerza de este movimiento exaltado y atormentado, deformador  y de sensibilidad gótica, hijo del pensamiento idealista alemán del XIX, debía incidir temática y artísticamente en la creciente potencia cinematográfica alemana. No obstante se debe aclarar que no todo el cine producido en aquel periodo de entre-guerras en Alemania estaba marcado por el expresionismo, aunque la calidad de las obras bajo este epígrafe  y su posterior repercusión nos hace creer que todo el cine alemán era expresionista. Pero es que los aficionados al cine guardamos un casi exclusivo recuerdo de esas obras de corte fantástico que han perdurado por encima de otro tipo de cine, obras maestras como El gabinete del doctor Caligari, El Golem, Nosferatu, Fausto, El doctor Mabuse, Metrópolis y tantas otras.
Este cine es un  complemento al movimiento plástico y literario que se desarrollaba en Alemania. De hecho, el expresionismo cinematográfico es hijo directo de la dramaturgia de su tiempo, porque todas las inventivas del teatro fueron aplicadas con gran acierto al nuevo medio. En su Historia básica del arte escénico, César Oliva y Francisco Torres Monreal apuntan algunas de esas claves del teatro expresionista que acabarán convirtiéndose en pautas referenciales para el cine, como la aportación de libretos con un realismo desfigurado "surgido en parte del inconsciente, de sus sueños y pesadillas, de los mitos colectivos y sus ritos esotéricos", una escenografía basada en juegos de sombras y claridades proporcionadas por la iluminación, un decorado y combinación de actores construido en base a "sus líneas de fuerza, sus momentos de exaltación y sus gritos" y una ausencia de maquinaria distractora que pudiera impedir la implicación del público en el espectáculo.
Y si existe un personaje fundamental en el teatro alemán de ese periodo, ese es Max Reinhardt quien fuera un inspirado y renovador director teatral que aunque, según Lotte H. Eisner no tenía relación en sus trabajos con el expresionismo, ejerció una gran influencia en ese cine gracias a sus aportaciones en el campo de la iluminación, vestuario y escenografía. Sus trabajos de iluminación derivan de una necesidad: las restricciones de luz sufridas en Alemania que obligaron a pintar e idear espacios de contrastes entre la luz y la sombra. La técnica de iluminar bruscamente un personaje o un objeto para concentrar la atención del espectador, mientras el resto queda en penumbra fue una característica adoptada por el cine expresionista y heredada magistralmente por el cine negro y de terror del período clásico americano. El desarrollo de las técnicas en iluminación se convirtió en su mayor tributo, una aportación fundamental en el progreso del cine del que todavía debemos estar agradecidos.
Pero esencialmente este gran animador teatral que fue Max Reinhardt ejerció su influencia en todo ese cine expresionista que acabó adoptando sus contribuciones escenográficas, la  creación de personajes y  vestuario. De hecho, su compañía teatral estuvo integrada en algún momento por personalidades relevantes de ese cine y otros que realizaron su aprendizaje con el gran maestro y así encontramos bajo su influencia cineastas como  Murnau, Wegener, Lubistch, Muni, Preminger o Dieterle y actores como Conrad Veidt o Emil Jannings. 

Max Reinhardt, como un personaje inquieto que era, además de revolucionar el teatro con centenares de espectáculos de dramaturgos clásicos y contemporáneos, quiso probar suerte en el cine y aunque en el período alemán llegó a dirigir tres películas, se le recuerda especialmente por su adaptación de El sueño de una noche de verano, codirigida con su discípulo William Dieterle. Pocos hombres conocían el teatro de Shakespeare tan bien como él y en particular esta obra, con la que había cosechado sus mejores éxitos y por eso, cuando la Warner decidió traspasarla a la pantalla, le encargó su dirección y no escatimó en gastos al crear un enorme bosque en dos grandes platós, dejando la coreografía de las criaturas del bosque en manos de la hermana del gran Nijinski al son de la música de Mendelssohn, los increíbles efectos especiales a cargo de Byron Haskin y un plantel de actores de primera categoría. La película fue un gran fracaso, pero hoy en día es rescatada como una obra de culto, revisión muy detallista de esa deliciosa comedia de Shakespeare -más nombrada que leída- y que nos trae los mejores apuntes de Max Reinhardt. 
Os invito a revisar la filmografía expresionista donde podréis apreciar el talento que rezuma de este gran genio teatral.




lunes, 18 de octubre de 2010

Borges en su laberinto


Una excelente exposición sobre laberintos en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona me ha invitado evocar al gran hacedor de laberintos literarios, al escritor que con más insistencia introdujo el laberinto como tema permanente en su obra, al soberbio creador de ficciones Jorge Luis Borges.
La fascinación por el mito laberíntico siempre se ha manifestado en creadores de todas las épocas. Arquitectos, paisajistas, escultores, escritores, cineastas o filósofos han creado sus propios laberintos, reinventando el mito continuamente, seducidos por su simbólico desconcierto y  deseosos de dominarlo y comprender el caos que sugiere. Si el mito original nos propone un laberinto unicursal, es decir un camino único más o menos enrevesado con principio y fin, las posteriores creaciones laberínticas nos ofrecen también la oportunidad de un laberinto multicursal o de caminos entrecruzados entre los cuales se ha de escoger y que pueden llevar a callejones sin salida o, como distinguen los teóricos: el laberinto de sinuosa curva y el de red.
Umberto Eco en sus apostillas a El nombre de la rosa nos ofrece una clasificación modélica; para Eco existen tres tipos de laberintos, el primero sería el clásico de Teseo y el Minotauro en el que entras, llegas a su centro y puedes volver si desenredas el hilo de Ariadna; el segundo lo denomina manierista y sería de tipo árbol, es decir, el que tiene una sola salida pero con muchos callejones engañosos; el tercero es el llamado Rizoma y es infinito porque los pasillos se conectan entre ellos y no tiene centro ni salida. Precisamente, Eco dibuja en su obra una biblioteca laberíntica custodiada por el ciego padre Jorge y deja evidente su homenaje porque "biblioteca más ciego, sólo puede dar Borges".

Y es que -volviendo al hilo- Jorge Luis Borges es el autor que más y mejor ha reflexionado sobre los laberintos, uno de sus temas preferidos al que volvía una y otra vez dándoles eternas vueltas como si no consiguiera salir del mismo. En sus modélicas colecciones de cuentos de Ficciones y El Aleph, el laberinto es un tema omnipresente que toma diversas formas y perspectivas y así encontramos la revisitación más clásica en La casa de Asterión, donde el minotauro nos describe su casa transmitiéndonos una sensación semajante a la de una prisión con puertas abiertas y donde espera deseoso a su redentor cansado de vivir. En El inmortal, Borges nos adentra en una laberíntica ciudad donde el personaje pasa años perdido y allí describe que "un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura pródiga en simetrías está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada hacia abajo". Abenjacán el bojarí, muerto en su laberinto constituye un cuento de misterio aparentemente irresoluble donde el laberinto es un camino hacia la muerte, un símbolo de la locura. Es descrito como un círculo tan dilatado que no permite percibir su curvatura, con muchas encrucijadas que exigen siempre girar a la izquierda y con paredes de ladrillos apenas más altas que un hombre. En la pequeña fábula de Los reyes y los dos laberintos, Borges presenta su laberinto más perfecto, el desierto, donde no hay escaleras, muros ni puertas pero sí nfinidad de caminos. Pero el laberinto también puede ser presentado como un recorrido hacia la venganza, como en Emma Zunz, donde la muerte es el final del trayecto. En El libro de arena, la locura de un libro infinito también remite a ese laberinto sin salida posible o como en El jardín de los senderos que se bifurcan que alude a un libro-laberinto donde las diversas alternativas del protagonista son tomadas, creando así  distintos tiempos y porvenires que también se bifurcan hasta el infinito.

Coetzee decía que el modelo borgiano es llevar una hipótesis hasta sus vertiginosas consecuencias. Sus cuentos exploran esos límites laberínticos, donde se siente la necesidad de que exista un centro explicativo ante la perplejidad de los intrincados caminos. El fantástico borgiano nace de ese obsesivo exceso, de la capacidad de hacer creíble lo imposible, de convertir lo infinito en cotidiano como en Funes el memorioso, personaje capaz de recordarlo absolutamente todo o La biblioteca de Babel, capaz de albergar en sus infinitas galerías todas las combinaciones de libros posibles. De hecho, infinito, espejos, dobles y laberintos son temas comunes en la obra de Borges y nos provocan inquietud, desasosiego y auténtico vértigo literario.
En el epílogo de El hacedor, escribe Borges: "Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias... Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara".
Las ilustraciones que os traigo pertenecen a las célebres Carceri de Piranesi, que tanta influencia ejercieron en los laberínticos pasajes borgianos, a las sabias líneas clásicas de Escher y a las modernas pinturas de Fabrizio Clerici. El vídeo es un fragmento de la película-documental  Los libros y la noche (2000) de Tristán Bauer, donde nos habla de Borges y sus obsesivos temas y donde se representan algunos de sus más célebres relatos como este de La biblioteca de Babel.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Un cajón de cuentos (XII): El nadador de John Cheever


Es notable la influencia que han ejercido los periódicos y revistas a lo largo del siglo XX para el desarrollo del género cuentístico. El relato corto se acomodó perfectamente a estas publicaciones y dio a conocer a un nutrido grupo de escritores que de otra manera no hubieran tenido oportunidad de publicar o en todo caso de llegar al gran público. La importancia de estos semanarios en la Norteamérica de postguerra fue crucial para  la aparición de nuevas voces que empezaron a hacer tambalear el sistema de vida estadounidense, ese denostado american way of life que tan profundamente había arraigado en la sociedad norteamericana; escritores convertidos en críticos periodistas que no sólo desarrollaban sus opiniones a través del artículo o la entrevista, sino que radiografiaban esta sociedad a partir de la ficción en corto.
De todos ellos, la figura más preclara y quizás para mí uno de los mejores cuentistas del siglo es John Cheever, superando incluso a geniales constructores de miniaturas como Raymond Carver o Ernest Hemingway. Incluso el pope Harold Bloom incluye en su discutible canon de cuentistas a este genio del relato, aunque no se extiende demasiado en sus alabanzas. Cheever constituye la imagen más clara de lo que antes apuntaba, es decir, un escritor que publicó sus relatos casi exclusivamente en la revista The New Yorker, desde donde se dedicó a describir la sociedad norteamericana de su tiempo con una exquisita finura y precisión de cirujano.
Para mí John Cheever es la consciencia norteamericana despojada de su envoltorio y expuesta a la luz pública. El denominado Chéjov de las urbanizaciones o de las afueras, comparte con el insigne escritor ruso esa capacidad de sacar a flote las miserias humanas de la clase acomodada, aunque Cheever nunca se sitúa por encima de sus personajes porque sabe que no es mejor que ellos y que su infortunio y sus dramas escondidos tras el alcohol son los suyos propios. Sabe adentrarse en el mundo de los sentimientos, de las pasiones, de las mentiras y las certezas con un dominio literario absoluto y con una exactitud milimétrica al escoger las palabras. Sus personajes se mueven entre la luz y la sombra de vidas regidas por los convencionalismos y la hipocresía.
En España se han publicado en una excelente edición sus relatos en dos volúmenes y una selección prologada y antologada por Rodrigo Fresán titulada La geometría del amor que puede ser una buena manera de introducirse en este autor. De sus abundantes piezas maestras me quedo con una de sus historias más reconocidas, el cuento de El nadador o la insólita historia de Neddy Merrill, quien en un soleado y apacible domingo de verano decide volver a su casa desde la piscina donde se encuentra, atravesando las piscinas de sus convecinos a lo largo de trece kilómetros, en lo que llamara el río Lucinda en honor a su mujer. Pero no todo es lo que parece y ni siquiera podemos estar seguros de que todo se inicia plácidamente.
Se ha comparado esta historia con el tormentoso viaje de Ulises y ciertamente es una auténtica odisea reveladora, un viaje interior de descubrimiento a través del agua, un trayecto vital que conseguirá despertar al personaje para que asuma la verdad de su drama. El viaje se convierte así en el símbolo del ciclo vital, pues Neddy Merril envejece en una sola tarde. Además El nadador es un relato que va paralelo al tiempo meteorológico, pues comienza esperanzador y luminoso como el día para ir desembocando en un triste y desolador final anunciado por una tormenta.  Desde el confuso inicio de las primeras escenas, Cheever nos va llevando de piscina en piscina para radiografiar todos los males de la sociedad norteamericana acomodada y el protagonista ejerce de cebo donde todos acaban arrojando su hipocresía y egoísmo arribista.
Sobre este relato, Frank Perry realizó una película que no le hace entera justicia. La concisión simbólica lograda por Cheever se pierde en una historia demasiado larga que abusa de las execrables técnicas del momento, como zooms, ralentís o filtros borrosos. Pese a la correcta interpretación de Burt Lancaster, la película no posee la misma fuerza dramática que el cuento. Donde mejor se ha sacado partido al mundo creado por Cheever es en una serie norteamericana actual, pero ambientada en los años 50, me refiero a Mad Men, que plasma la sociedad desde el emergente mundo de los publicistas. Y es que incluso las ficciones más modernas deben recurrir a los clásicos, pues leerlos ayuda a comprender todo mucho mejor.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La vida en broma

"Carecer de humor es carecer de humildad, es carecer de lucidez, es carecer de ligereza, es estar demasiado engreído, demasiado engañado con respecto a uno mismo, es ser demasiado severo o demasiado agresivo, es carecer, casi siempre, de generosidad, de dulzura, de misericordia..." nos dice André Comte-Sponville en su Pequeño tratado de las grandes virtudes.
El humor es una manera como otra de acercarse y dejarse ver en este mundo, muchas veces menospreciada porque no es serio tomarse las cosas en broma. Pero hay que mantenerse alerta con el humor, pues a veces es utilizado simplemente como arma destructora, como burla irónica y sarcástica generadora del más profundo odio. Para mí el humor sólo es fiable cuando el que lo ejerce es tan humilde como para empezar riéndose de sí mismo.  Creo que es un buen signo de salud mental saber encontrar un lado divertido en todo, pero evitando la confrontación y la inquina (quizás exceptuaría la ironía contra los poderosos y los soberbios, para mostrar que el lenguaje inteligente puede superarlo todo).
Aprecio el buen sentido del humor y admiro a los ingeniosos que son capaces de reírse de lo más serio en el nombre del sinsentido y que además comparten su buen humor con los demás, pues como decía Stevenson "si lo deseas, puedes leer a Kant tú solo; pero una broma tienes que compartirla con alguien más". Cuando alguien ha comprendido la ligereza de su paso por el mundo, es capaz de mostrarnos que nada tiene un valor inamovible y el humor es la herramienta ideal para probarlo.
De los grandes humoristas ingeniosos que hemos tenido en el siglo que se escapó quizás sea Groucho Marx el más conocido y reconocido; pero además, creo que Groucho y sus hermanos (me refiero a Chico y Harpo, pues Gummo y Zeppo siempre fueron comparsas del inmortal trío) pasaron la vida demostrando que ser bufones y reírse de sí mismos también era una postura posible para encararse con una vida que no era nada fácil y que el humor era una vía de libertad. En las descacharrantes memorias de Groucho tituladas Groucho y yo, éste pasa revista a la vida familiar y personal desde una óptica tan grotescamente divertida que uno piensa que sus vidas fueron una broma continua o al menos así se la tomaron.
Paradójicamente en el cine sonoro, donde la palabra era tan poderosa para el humor, Harpo Marx fue capaz de hacernos reír con la fuerza de la expresividad de su rostro y cuerpo (algo que sólo volvería a lograr Jacques Tati a su manera). Su gabardina atesorando los más insospechados objetos y su alocado y desestabilizador comportamiento hicieron las delicias de los surrealistas, entre ellos Salvador Dalí, quien le regaló un arpa con alambre de espino que Harpo tocó ante el emocionado pintor.
Chico Marx pasa por ser el más incomprendido de los tres, porque quedó siempre ahogado entre la genialidad gestual de Harpo y la verborrea de Groucho. En España además, el poder de sus diálogos basados en asociaciones y juegos de palabras quedó diluido por un doblaje que logró el despropósito de hacerlos más absurdos y surrealistas,  ya que los convertían en incomprensibles muestras de agudeza verbal.
Groucho siempre ha sido el más admirado de los tres hermanos, pues con sus geniales invectivas era capaz de desmontarlo todo. Se le quiere porque no es cruel (excepto con la sufrida Margaret Dumond que nunca acabó de comprender su sentido del humor), porque empieza por reírse de sí mismo para tomárselo todo a chufla y convertir sus películas en auténtico surrealismo vital. Es el creador de absurdos diálogos y de frases con un ingenio apabullante, aunque muchas veces se le han atribuido algunas que nunca dijo como en su famoso falso epitafio. Escribía Fernando Savater con gran tino sobre Groucho: "Las personas que se toman a sí mismas con perfecta seriedad van muy erguidas, inflexiblemente tiesas...por fuera y por dentro. En cambio, Groucho se desliza doblado entre los rígidos, como una alcayata sarcástica donde cada cual puede colgar el gorro de carnaval de su falsa cordura".
Pero además, como decía al principio, este trío de calaveras no sólo nos enseñaron a reír a través del cine, sino que practicaron su humor gamberro en una vida llena de divertidísimas anécdotas; no se tomaron nunca nada en serio y decidieron que el humor sería su forma de pasar por la vida.
Termino como empezaba con palabras de Comte-Sponville: "La inteligencia se burla de todo. Cuando se burla de lo que detesta o desprecia, es ironía. Cuando se burla de lo que ama o estima es humor. ¿Qué es lo que más amo, qué es lo que estimo con mayor facilidad? A mí mismo, como decía Desproges. Esto dice mucho de la grandeza del humor y de su escasez ¿como no iba a ser una virtud?".

martes, 21 de septiembre de 2010

Los blogs de los otros

                                
Hace cosa de un año empezaba mi andadura bloguera con la intención de escribir sobre los libros y películas que, por un motivo u otro, me habían atraido o sobre aquellos temas que emergían de la mano de estas dos pasiones. Mi única intención siempre fue ofrecer el punto de vista de un sencillo pero apasionado aficionado que necesitaba plasmarlo para tributar un justo homenaje a aquellos autores que me han hecho pasar tan buenas horas.
Pero hete aquí que aparece un mundo nuevo. 
Al abrir el camino del blog, empiezo a descubrir que existen muchas personas hablando en la red de cosas muy diversas y al centrarme en los intereses que más me atraen, aparecen blogs y creadores que empiezan a llamarme la atención por lo que dicen y por cómo lo dicen. Llega gente que se aproxima a mis escritos para agradecer la lectura o para ampliarla y hacerla crecer y, en justa correspondencia, me acerco a ver qué se cuece en otras casas y es ahí donde empieza un nuevo descubrimiento, porque los blogs se convierten en una nueva forma de lectura, opinión, conocimiento o denuncia. Como aquel que lee un artículo en un libro o en la prensa, la lectura de una entrada de blog se ha convertido en algo muy parecido, pues supone  una nueva ventana creativa.
Desde hace un año mis costumbres semanales comienzan por pasar revista  a una lista de blogs donde, cada uno a su manera, reflexiona, comenta u opina sobre temas muy diversos. Pero como el mundo de internet es amplio y con tanta cabida, debo restringir los blogs que visito para no verme consumido por el tiempo y ahogado en la red. Por motivos diversos he elegido una serie de blogs a los que me acerco continuamente para leer con fruición y de los que he aprendido tanto en este año que han pasado a formar parte de mi biblioteca virtual. Como nos ocurre a todos, muchos de ellos se conocen porque comparten comentarios en sus rondas habituales y frecuentan los mismos espacios, pero como aquí no son muchos los presentes a la reunión, me permitiré hacer de cicerone y presentaros para que no haya desconocidos en mi casa.
Al buen amigo Paco Gómez ya lo conocéis la mayoría por haber frecuentado su amistad y/o por ser aficionados a la mejor poesía que se escribe por este país. Ana Rodríguez Fischer es la profesora que, en sus horas libres, nos trae pequeños bocados de conocimiento en forma de clase extraordinaria; pero es, sobre todo, una adorable narradora de paseos literarios. El Pobrecito Hablador, versión revivida de Larra, es para mí uno de los blogs más certeros y cuidadosos con la palabra que conozco, un deleite literario donde se nos habla de la realidad cercana a través de otros mundos. Ramón Eastriver es un hombre de curiosidad desmedida, con ansias de conocer de todo y de todos para exponer en sus escritos apasionados y muchas veces llenos de rabia agitadora. La desalmada Isabel es todo lo contrario, un ángel que vela por todos trayéndonos sus hermosos cuentos y poemas en los que el lenguaje fluye placenteramente, pero también es la única persona capaz de hacer del comentario y la respuesta todo un género. Jose Lorente es el brillante creador de pequeñas cápsulas filosóficas que nos obligan cada semana a reflexionar para hacernos más libres, una persona con la que comparto esa visión irónica de la vida y muchas otras cosas. Rebeca Tabales es un feliz descubrimiento, creadora de un tipo de escrito al que intento aproximarme, pero sin la sagacidad, originalidad y atenta mirada que desprende ella en cada uno de sus textos. Por último, el maestro de ceremonias Thornton, todo un personaje; generoso con todos, culto e inteligente pero siempre escondido tras la modestia, seguidor de la mayeútica socrática, eficaz generador de debates y admiraciones y el maestro que todos quisimos tener.
Están los blogs familiares, a los que no pretendo aludir y muchos otros que visito ocasionalmente y de los que tanto aprendo, pero siento que éste era un buen momento para rendir un homenaje sincero a mis nuevos autores de cabecera, a mis blogs de los otros.

domingo, 12 de septiembre de 2010

El western: la génesis del mito norteamericano

John Ford
En los años 50 se desató en Hollywood una auténtica represión anticomunista auspiciada por el senador McCarthy y el futuro presidente Nixon que fue conocida como "la caza de brujas". Durante aquellos años Joseph L. Mankiewicz, un director independiente y crítico en sus opiniones, era presidente del sindicato de directores y sufría el acoso de Cecil B. De Mille y sus afines para que se consiguiera firmar un juramento anticomunista. Ante las continuas difamaciones que lo tachaban de "rojo" se vio obligado a convocar una reunión de urgencia para aclarar su postura, pero muy lejos de poder defenderse, allí De Mille y su gente hicieron acusaciones directas sobre su persona. De aquella reunión surgió una de las frases más recordadas y repetidas en el anecdotario cinematográfico y fue pronunciada por el pionero y gran maestro de directores, el gran jefe blanco según el mismo Mankiewicz. Como todas las intervenciones eran recogidas por un taquígrafo, era necesario identificarse y allí es donde aquel hombre tranquilo se levantó y pronunció sin solemnidad aquello de "Me llamo John Ford y hago películas del oeste". Mankiewicz explica en una entrevista que Ford se dedicó a resaltar el cine de De Mille, pero que en un giro final se enfrentó con total serenidad diciéndole que no le gustaba como persona, que no le gustaba su manera de actuar y que lo mejor era darle un voto de confianza al presidente e irse todos a dormir tranquilos. Allí acabó aquella reunión que salvó el pellejo de un posible nuevo exiliado, pero que no cambió la triste historia de la caza de brujas.
Esta anécdota sirve como carta de presentación de uno de los grandes genios del cine que dedicó la mayor parte de su filmografía a rodar películas del oeste, un género casi exclusivamente norteamericano que tuvo su periodo de esplendor en el Hollywood más clásico. Los grandes directores norteamericanos transitaron constantemente el territorio mítico del far-west para dejarnos una gran colección de obras maestras y John Ford fue el auténtico gran jefe, el mejor narrador de una historia que debía escribirse.
En un país de tan corta historia, existía una laguna de carácter mítico que el cine supo explotar. André Bazin escribió que "el western es el encuentro de una mitología con un medio de expresión", pues el cine del oeste fue el encargado de reescribir ese mito necesario para el país. En un primer momento el cine, debido a la proximidad temporal, era un lenguaje utilizado como documento y las películas del oeste eran una especie de reportajes, pero para crear el mito y la leyenda fue necesario distanciarse de lo real, pues como afirmaba Ford, la leyenda era más hermosa que la realidad. Precisamente será John Ford quién mejor reflexione sobre el tema en su eterna El hombre que mató a Liberty Valance, poniendo en boca de un periodista que escucha el relato de los verdaderos acontecimientos de un hecho legendario aquello de "Esto es el oeste amigo y cuando los hechos se convierten en leyenda no es bueno imprimirlos".
General Custer
El western ocupa el lugar que las sagas y epopeyas ejercieron en nuestras civilizaciones, pero con la diferencia que la mirada es demasiado cercana. Los norteamericanos renunciaron a sus antepasados para edificar una mitología más afín a sus nuevas maneras y así el indígena pasó a ocupar el papel más oscuro de la representación -los indios se convertían en el obstáculo de la gran epopeya colonizadora del salvaje oeste-. El cine se convirtió en creador de héroes y mitos que abandonaban su verdadera personalidad para convertirse en estereotipos de los grandes luchadores contra la barbarie, en románticos ladrones o en solitarios aventureros prototípicos del individualismo americano.
Es sorprendente descubrir la verdadera imagen del valiente general Custer que nos legó Errol Flynn en Murieron con las botas puestas, lejos del auténtico asesino de indios, arribista y traicionero que llevó a todo un regimiento a una muerte segura. Nos inquieta la auténtica tragedia sufrida por esas malvadas tribus indias que fueron engañadas una y otra vez con falsas promesas, su triste exterminación por el depredador hombre blanco y que aún hoy sólo sirven de reclamo turístico. Nos pasma saber que el más legendario personaje del lejano oeste, el gran Buffalo Bill, a quien se le engrandaron todas sus supuestas hazañas para convertirlo en mito viviente, acabó sus años paseando el far-west de postal en formato circense por su sorprendido país y por Europa -llegando incluso a la ciudad de Barcelona en el invierno de 1889-.
Búfalo Bill en un espectáculo multitudinario
Estos héroes y villanos, como los desalmados pistoleros, los heroicos marshalls, los temibles bandidos de diligencias o los esforzados vaqueros, se convirtieron en el legado mítico de la joven Norteamérica gracias al cine que supo evocar una historia que no fue.
Pero el western también ha sabido recoger los referentes míticos universales en sus historias. Atendiendo a lo que nos cuentan Jordi Balló y Xavier Pérez en su libro La semilla inmortal, Centauros del desierto se equipara al viaje odiseico que propone Homero, Raíces profundas y Los siete magníficos comparten el carácter mesiánico de la figura de Moisés o Jesús, las películas sobre la colonización del oeste beben del mito de La Eneida sobre la fundación de la patria y La Orestíada es básica en la gran mayoría de westerns porque sostiene en su dramaturgia los temas del asesinato, la venganza y el juicio.
El mito y la tragedia americana comienzan en el salvaje oeste; los indios esperamos replegados.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La oscura Antártida

Ilustración de Luis Scafati

Dejó escrito Lovecraft que "la incertidumbre y el peligro están siempre estrechamente ligados, convirtiendo así cualquier tipo de mundo desconocido en un mundo amenazador y lleno de posibilidades ominosas". Es quizás por eso que un lugar tan alejado e ignoto de la civilización como es el gran continente blanco ha ejercido un poder de fascinación para modelar algunas soberbias historias de terror de pureza nívea. El color blanco es símbolo de esta pureza primaria, pero también puede sugerir la palidez de la muerte; puede ser el opuesto de la negra muerte, pero a la vez entrar en el mismo dominio de la oscuridad y entremezclarse con ella debido a su indefinido y misterioso significado.
La Narración de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe supone la primera aportación literaria de nivel hacia el viaje antártico. En realidad esta novela corta es un relato aventurero que finaliza en el gran continente helado como una obra abierta y misteriosa. El relato de Pym es un continuo de historias de supervivencia en un mundo hostil que no dan descanso al lector y que permanecen para mí como un admirable ejemplo de cuento marítimo con sugerentes toques macabros. Los viajes y avatares de Pym culminan en los blancos hielos del polo sur, allí donde hasta ese momento ninguna expedición se había aventurado y es en ese último tramo de la novela donde Poe se pone misterioso e invoca un terror desconocido, conjurado por las herméticas palabras de Tekeli-li en boca de los nativos. Como bien nos apuntó Julio Cortázar en la introducción sobre la traducción que realizó de la obra de Poe, las palabras que surgen de los nativos son de origen hebreo y hacen referencia a lo oscuro, lo negro, la negación y lo sucio, pero este grito de Tekeli-li intenta ser para el autor un símbolo de esa blancura abismal y oscura, ese terror níveo a lo desconocido que anteriormente he sugerido. La narración de Pym acaba en este punto y es por este motivo por el que muchos críticos se ponen a divagar sobre las intenciones de Poe, ya que se trata de una obra de encargo. Se cuestionan si el motivo fue la imposibilidad de continuar la historia al no ver salida, o bien la posibilidad, como creo yo, de haber dejado un final abierto y misterioso que permitiera entrar la imaginación y la sugerencia del lector. Julio Verne, en su afán positivista por finalizar los misterios, realizó una continuación en su obra La esfinge de los hielos, pero es evidente que Verne no tiene nada que ver con Poe.
Quien sí supo tomar el testigo y realizar una aportación que corre paralela a la de Poe, pero que se adentra más en los misterios terroríficos de la Antártida, fue Lovecraft con su novela corta En las montañas de la locura. Lovecraft fue un declarado admirador de la literatura de Poe y en muchos de sus cuentos se deja notar esta ascendencia, por lo que era un digno sucesor para acometer y ampliar el misterioso significado del terror que emana del continente blanco.
Lovecraft hace referencia en su novela al relato de Poe y el narrador muestra su fascinación por el mismo en un claro homenaje; también aprovecha la literatura sobre las diversas expediciones que en aquella época se realizaron al polo para ofrecer una ambientación rigurosa del espacio que evoca.
Las novelas de Poe y Lovecraft comparten en su inicio ese punto misterioso de advertencia sobre historias difíciles de creer y como prevención a futuros viajeros. La narración de acontecimientos vividos en primera persona hacen que las historias estén repletas de una adjetivación forzada para recordar continuamente los sorprendentes acontecimientos que se van sucediendo y así hacer sentir al lector que lo increíble puede ser cierto. Lovecraft recupera el grito de Tekeli-li en boca de una misteriosa criatura y así se emparenta con el relato de Poe, convirtiéndolas en narraciones hermanas y verosímiles que ahondan en los terrores del continente antártico.
El terror de Lovecraft viene dado por la descripción de los ominosos paisajes de la gigantesca cordillera, donde se hallan las ruinas de las ciudades de antiguos habitantes pertenecientes a una mitología particular, creada y desarrollada por el mismo autor y a la que se han adherido numerosos escritores de su círculo, me refiero a los mitos de Cthulhu.
Los terrores más efectivos siempre han sido aquellos próximos, desde los que suceden en espacios conocidos hasta aquellos que se producen en la propia mente, pero Poe y Lovecraft demostraron que el misterio de lo inabarcable, del continente inhóspito y despoblado puede sugerir mucha angustia también.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Un cajón de cuentos (XI): La noche de Cagliostro de Jose María Latorre


El género fantástico y de terror no tiene demasiada predicación en nuestro país y ha sufrido un menosprecio constante, lo cual ha hecho que los escritores más "serios" optaran por acercarse sólo en contadas ocasiones y que aquellos que se dedican plenamente pasen desapercibidos ante la dictadura de las grandes editoriales.
Es curioso que un país que ha proporcionado con sus leyendas, mitos y paisajes grandes argumentos para el nacimiento de la literatura gótica y fantástica del XIX -me remito a las obras clave y fundacionales como son las de Jan Potocki, Washington Irving, Mathew G. Lewis, Prosper Merimée, Theophile Gautier y tantas otras- no posea una literatura de tanta raigambre como la anglosajona y en menor medida la francesa. Existen escasos ejemplos aislados de altísima calidad como las obras de Alarcón o Becquer, pero en general la tradición literaria española ha optado más por el realismo. Rafael Llopis, en Historia natural de los cuentos de miedo apunta con gran acierto que "al no haber revolución democrática en nuestro siglo XVIII, faltó el doble fenómeno de escepticismo desmitificador y acceso masivo del pueblo a la alfabetización. Por un lado, a los españoles les faltaba el distanciamiento y el humorismo necesarios para hacer mera literatura de cuestiones que aún resultaban muy serias y hasta sagradas. Por otro, las tradiciones populares -fuente inicial de toda literatura de terror- no tuvieron acceso a la letra impresa y quedaron sepultadas en ese inconsciente, verdaderamente colectivo, que era el pueblo analfabeto. Por todo ello, nuestro tardío romanticismo apenas pasó de moda intelectual y minoritaria".
Este desolador panorama se ha mantenido durante todo el siglo XX y aunque existen gratificantes ejemplos de buen hacer narrativo en el fantástico y maravilloso por parte de autores que se han prodigado con bastante asiduidad (P. Calders, A.Mª Matute, W. Fernández Flórez, J.M. Merino, A. Cunqueiro, P. Pedraza) me temo que es un género vetado y casi desdeñado por la crítica. Aunque yo siento una inclinación por aquellas historias que desbordan y distorsionan la realidad, no apruebo ni entiendo que se hable de géneros menores sino de buena o mala literatura.
Toda esta introducción es como una carta de presentación de un autor español por el que siento mucho aprecio, Jose Mª Latorre. Es un escritor ajeno a las modas que se ha inclinado con pasión por este género durante muchos años. Se puede hablar de él como un escritor de raíz clásica, fiel a un estilo que bebe y recrea los grandes maestros con voz propia. En sus páginas se siente el amor confeso por autores como M. R. James, Poe, Lovecraft o Dickens, con un lenguaje rico y plagado de las referencias culturales que tanto marcan su escritura -música, pintura, cine bordean constantemente sus relatos-. Quizás sea Latorre más reconocido como crítico cinematográfico, pues durante años ha estado al frente de la imprescindible revista Dirigido por, desgranando centenares de películas en sus artículos de referencia para todos los aficionados al cine y en sus libros ya clásicos, entre los cuales me permito aconsejar Los sueños de la palabra y El cine fantástico.
Pero aquí traigo al Latorre escritor de cuentos. Su última colección fue publicada por la editorial Valdemar, atenta siempre a los buenos creadores y referente en la recuperación de los clásicos. Con La noche de Cagliostro y otros relatos de terror, Latorre completa la fascinante colección que suponía Relatos desde la muerte. "El fantástico posee el atractivo de ofrecer muchas alternativas imaginativas a la mediocridad y la grisura de la sociedad: moverte por situaciones extraordinarias y con personajes extremos, internarte por mundos maravillosos, ir más allá de los límites de la ciencia y el conocimiento, tratar temores que están más o menos presentes en el fondo de todos los seres humanos, sacar a la luz por medio del arte los miedos ancestrales, ver y tratar lo monstruoso como parte de la condición humana, moverte por ambientes fascinantes...". Toda una declaración de intenciones sobre lo que nos quiere mostrar en sus obras, como en los relatos que pueblan este libro memorable en ocasiones, donde terrores y misterios aparecen de formas diversas, en diferentes tiempos y lugares distantes para demostrar, como apuntaba Lovecraft, que el miedo y lo ominoso es la emoción más antigua y todo lo abarca.
En el relato que inicia el libro, La noche de Cagliostro, Latorre nos transporta al pleno apogeo del carnaval veneciano y para ello se sirve de la enigmática figura del conde de Cagliostro, un ambiguo y sugerente personaje histórico creador del Rito egipcio (germen de las posteriores obediencias masónicas de carácter más oscuro), alquimista embaucador y poseedor del elixir de la vida. En torno a Cagliostro, con el carnaval de fondo, en el espacio de una oscura noche y la sombra de la figura de la negra señora, el autor consigue apresarnos con una historia donde la muerte lo envuelve todo, donde las mascaras llevan a engaño y donde la magia se muestra inocua en su batalla contra el destino.

martes, 17 de agosto de 2010

Duelo en la cumbre


Un viaje por los refrescantes Alpes suizos me ha sentado de maravilla. El esplendor de tanta belleza paisajística llega a aturdir y por eso es comprensible que sea zona habitual de esquiadores, alpinistas, senderistas y demás gente que necesite embriagarse de naturaleza al tiempo que practica uno u otro deporte o que sencillamente busque una desconexión con la urbe.
Suiza ha vivido muchos años del turismo que atrae hacia sus increíbles cordilleras alpinas, un turismo de origen británico que empezó a finales del siglo XIX.; donde los suizos veían un amplio espacio para que sus famosas vacas pastasen y así fabricar sus excelentes productos lácteos, los británicos atisbaron un lugar idóneo para pasar sus épocas vacacionales y así se desarrolló en aquel país la afición por el montañismo y el esquí.
Según parece la introducción del esquí en Suiza se debe entre otros a Arthur Conan Doyle -o al menos se jactaba de ello-. En sus Memorias y aventuras, Conan Doyle explica que "me puedo preciar de haber sido el primero en introducir los esquís en el cantón de los Grisones, en Suiza, o al menos en demostrar su utilidad como medio para desplazarse en invierno de un valle a otro". Obligado a pasar algunas épocas en Suiza para que su mujer se recuperara de la enfermedad que le aquejaba y que le llevó al sanatorio para tuberculosos de Davos, (donde también habían pasado Stevenson o Paul Eluard y que más tarde Thomas Mann immortalizó en La montaña mágica), Conan Doyle puso en práctica sus conocimientos de esquí en colaboración con los hermanos Branger que eran negociantes de artículos deportivos del lugar. Las aventuras de sus peligrosas travesías pioneras en un país que en aquel entonces no estaba preparado para ello fueron publicadas en forma de artículos y después recopiladas en sus Memorias y aventuras.
Pero para la historia de la literatura, los escarpados Alpes y sus estimulantes paisajes obtuvieron fama como espacio literario gracias a Conan Doyle y a su legendario personaje de Sherlock Holmes. En estos escenarios, Conan Doyle, ya cansado de su creación, intentó poner fin a sus aventuras y aunque ya había meditado deshacerse de él hacía un tiempo, no fue hasta una de esas visitas con su mujer a las cataratas de Reichenbach en agosto de 1893 cuando decidió finalizar sus historias. El autor escribe "Tras completar dos series de relatos (...) vi que corría el peligro de forzar la mano y de que me identificaran exclusivamente con lo que yo consideraba el nivel más bajo de mis logros literarios. Por consiguiente, como prueba de mi resolución, decidí poner fin a la vida de mi héroe. Con este pensamiento en mente fui a pasar unas cortas vacaciones en Suiza con mi esposa, durante las cuales visitamos las maravillosas cataratas de Reichembach, un lugar terrible, que me pareció que sería una tumba digna para el pobre Sherlock, aunque con él enterrase también mi cuenta bancaria". Queda claro que Sherlock Holmes significaba para Conan Doyle un personaje poco interesante, que le apartaba de las que creía sus obras más significativas. El tiempo ha demostrado que muchas veces las mejores creaciones surgen cuando uno no se lo propone y aunque pienso que sus otros personajes tienen una calidad extraordinaria pues surgieron de una pluma deseosa de embelesarnos, ninguno ha calado tanto como para convertirse en el icono que ahora representa.

Después de proponérselo, Conan Doyle tuvo la osadía de acabar con su criatura en el relato El problema final que pertenece a Las Memorias de Sherlock Holmes. Para ello contó con un enfrentamiento entre el detective y el maestro del crimen, el profesor Moriarty, otra de sus célebres creaciones. Moriarty se había convertido en su doble negativo, un personaje odiado y admirado por el propio Holmes y por ello la única figura adecuada para enfrentarse en un duelo titánico de grandes genios. El relato no contiene ningún caso de investigación, pues sólo trata de ir acercado a los personajes hacia su destino fatal, un desenlace que se produce en un escenario que Conan Doyle conocía muy bien, las cataratas de Reichenbach, donde las dos grandes mentes despojadas de cualquier arma se enfrentan en un primitivo cuerpo a cuerpo.
La muerte de Holmes dejó huérfanos a tantos miles de admiradores fieles a una ficción que provocó un alud de protestas. Es difícil imaginarse en la actualidad a la población en masa reclamando más historias literarias y eso hace que Holmes me resulte aún más simpático.
La terquedad de Conan Doyle que se oponía a resucitar a Holmes duró unos años. Finalmente resurgió a través de la extraordinaria novela El sabueso de los Baskerville, una historia que sucedía en fecha anterior a su muerte y que supuso un suculento aumento en sus tarifas como escritor. Más adelante se animó a la redacción de nuevas historias cortas para su personaje, que milagrosamente se había salvado de la muerte y viajado errante por varios países antes de su reaparición. De hecho, aunque Conan Doyle se deshizo de él, tuvo la precaución de no dejar testigos ni cadáveres, con lo cual se aseguró una posible reaparición. Nadie fue capaz de discutirle su manera de rescatarlo porque estaban todos deseosos de volver a disfrutar con nuevas aventuras.

domingo, 11 de julio de 2010

El artesano de las maravillas


Hace noventa años nacía uno de los grandes creadores del cine, un auténtico forjador de mundos maravillosos que durante varias décadas ilusionó a todos los públicos con sus creativos efectos especiales. Hace noventa años nacía en Los Angeles el gran Ray Harryhausen, el artista que mejor hizo evolucionar los efectos especiales en el cine con una obra totalmente artesanal. Su visionario trabajo en este campo para el cine fantástico y maravilloso no tiene igual, pues probablemente fue un creador único que impulsó una serie de películas que dependían mucho de su magia creativa. De hecho, gran parte de las historias que se rodaron basan su argumento a partir de los personajes modelados por Harryhausen y es por eso que se le consideraba como el verdadero inspirador de las películas en las que intervenía.
Vista la evolución que los efectos especiales han dado en un par de décadas, esencialmente en formato digital, las películas en las que intervino Harryhausen pueden parecernos superadas y de hecho muchas de ellas no pasan de la mediocridad, pero si nos ceñimos concretamente a su trabajo es de justicia valorarlo en un contexto y una época, recordando que muchos de nosotros crecimos maravillados ante las increíbles criaturas ideadas por el maestro. Y no es menos cierto que algunas de las películas en las que trabajó han sobrepasado con solvencia la marca del tiempo y me siguen pareciendo de atractiva visión por el encanto casi naïf que desprenden y porque demuestran haber sabido conjugar espectáculo visual con cierta sabiduría narrativa.
En nuestros tiempos, sacando partido de las infinitas posibilidades que nos ofrecen los efectos digitales, no se han conseguido superar sus maravillosas aventuras de Simbad, ni sus atractivas incursiones en los mitos griegos. Me refiero esencialmente a películas como Simbad y la princesa, El viaje fantástico de Simbad, Jasón y los Argonautas o en menor medida Furia de Titanes. Aunque también existen en su cine otro tipo de criaturas y efectos como monstruos prehistóricos, naves espaciales o una excelente recreación de los dos primeros viajes de Gulliver, pero en estos casos se trata de películas de escasa inventiva y mediocridad narrativa, a pesar de contar en algunos casos con un excelente material de partida como son los textos de Swift o Verne. Quizás en estas películas se nota demasiado la supeditación a sus creaciones, cosa que no ocurre en las películas anteriormente citadas, que se engloban dentro del territorio del fantástico maravilloso, ya que los elementos maravillosos forman parte del mundo cotidiano. Aquí Harryhausen se mueve con seguridad y sus criaturas entran a formar parte de la función, no como meras estrellas, sino dando unidad a la película porque pertenecen al entramado aventurero que nos quiere contar.
Así Ray Harryhausen se ha convertido en uno de los últimos grandes mitos vivos del cine clásico, que revolucionó los efectos especiales a partir del perfeccionamiento de la técnica del stop-motion, que fue creada por su venerado maestro Willis O'Brien, artífice del gran gorila King Kong y causante de que Ray se dedicara al oficio. La meticulosidad del trabajo requerido para la stop-motion o animación fotograma a fotograma de un muñeco articulado en una maqueta tridimensional fue ampliada con la invención del Dynamation, donde en un trabajo de perfecta sincronización, se realizaba esta técnica ante una proyección sobre pequeña pantalla de la película fotograma a fotograma, con la consecuente superposición de planos reales filmados y maquetas animadas, un trabajo de tal meticulosidad que requería días y un equipo de varias personas, supervisadas constantemente por Harryhausen.
Esta labor de auténtico artesano del cine es lo que le convierte en un personaje único e irrepetible, admirado por muchos. Algunas de sus criaturas son parte de nuestro imaginario cinematográfico y por ello le rindo homenaje a su creatividad con este escrito y una recopilación de imágenes de sus criaturas.