domingo, 9 de marzo de 2014

Jabberwocky



La lectura de Alicia en el país de las maravillas y su continuación A través del espejo, supone adentrarse en un sueño fantástico de desbordante creatividad. La magia de esta historia reside en la capacidad de Lewis Carroll para hacernos sentir muy cercanas sus imposibles y originalísimas aventuras, quizás el mejor sueño narrado de la literatura, y así percibir la lectura como un juego permanente del que formamos parte. Los avatares sobre la creación de esta obra son muy conocidos y todas las historias paralelas que han tratado de analizar las relaciones que propiciaron su origen han sucumbido ante la magnitud de una obra que parece sacudirse cualquier análisis. Las obras de Alicia son irresistiblemente encantadoras porque no se dejan atrapar, como sucede con los sueños y aunque existen sesudos trabajos psicoanalíticos que tratan de interpretar cada uno de sus aspectos, es mucho más agradable dejarse llevar por el río fantástico de sus evocadoras imágenes.
La libertad creadora que Carroll manifestó en esta obra no tiene parangón en la literatura y por eso ha sido tan unánimemente admirada. Claro que también deberíamos hacer notar sus inteligentísimos juegos con el lenguaje que han propiciado multitud de trabajos al respecto. Desde luego, Lewis Carroll consiguió que sus aficiones de matemático y su pasión ajedrecística tomaran forma en este delicioso sueño hasta en sus mínimos detalles.
Uno de sus más rendidos admiradores fue el matemático Martin Gardner, quien nos ha dejado una imprescindible edición anotada de las aventuras de Alicia. Lo más destacable de esta edición es que no trata de realizar interpretaciones alegóricas y psicoanalíticas de una obra que tanto se presta a ello, para no despojarla de su frescura. Gardner trata de darnos las claves que nos ayudan a su lectura, pues algunas de sus bromas sólo las podían entender sus contemporáneos; asimismo apunta una multitud de pequeños detalles que nos pueden pasar fácilmente desapercibidos. Y en una de las notas al más célebre y disparatado de sus poemas, Jabberwocky, conocido según las traducciones como Jerigondor, Galimatazo  o Fablistanón, aparece una mención a la obra de Fredric Brown titulada Night of the Jabberwock o La noche a través del espejo en la traducción castellana. Allí nos advierte Gardner que “ningún carrolliano puede permitirse ignorar Night of the Jabberwock. Esta excepcional obra de ficción tiene lazos estrechos con los libros de Alicia”. Así que tras leer las aventuras de Alicia, el siguiente libro fue La noche a través del espejo de Fredric Brown, una novela negra de atmósfera fantástica y repleta de buen sentido del humor.
Brown fue un prolífico autor de novela negra y ciencia ficción, admirado en ambos géneros. Quizás en nuestro país se han descuidado sus trabajos de género negro, a pesar de contar con algunas piezas fundamentales como La noche a través del espejo que acaba de ser rescatada recientemente. En cambio, en la ciencia ficción ha tenido mejor suerte y sus divertidas novelas junto con sus imaginativos relatos han sido publicadas en su totalidad. Probablemente sus orígenes pulp hacen que muchos lectores tengan reticencias para acercarse a su obra y aunque su escritura no es elegante ni elaborada, sus tramas son tremendamente ingeniosas y su autor se preocupa siempre por encajar todas las piezas adecuadamente a través de la historia y el lenguaje. Son historias redondas pero no simples y la muestra más palpable es esta obra.
La acción de esta novela acontece en un solo día, entre el atardecer y el amanecer, en un pueblo donde nunca sucede nada. Allí, Doc Stoeger, el propietario del pequeño periódico de la localidad, vivirá una serie de rocambolescas aventuras con robos, asesinatos, peligrosos gangsters, policías corruptos, inquietantes fugas y donde la presencia de un misterioso personaje admirador, como el protagonista, de la obra de Lewis Carroll, tendrá un importante papel en la resolución de todos los misterios. La atmósfera fantástica crea una sensación de irrealidad al combinarse con una descripción detallista de la vida cotidiana, mientras los hechos parecen derivar toda la obra hacia la más pura novela negra. Y es esta mezcla de novela costumbrista, fantástica y negra lo que convierte esta obra en modélica. Fredric Brown brilla con intensidad en todos los géneros: desarrolla la acción en un entorno preciso y detallado, convirtiendo los espacios en elementos fundamentales para el desarrollo argumental de la obra; la intriga policiaca es un laberinto de pequeñas subtramas que se van encajando modélicamente; y el homenaje carrolliano ofrece ese aura fantástica donde la obra queda suspendida durante esa larga noche. Si Carroll presentaba un gran sueño, Brown nos ofrece una enorme broma pesadillesca.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Gormenghast




Aunque no pertenezca estrictamente al género fantástico, la trilogía de Gormenghast escrita por el británico Mervyn Peake, es una obra desconocida fuera de ese ámbito. No obstante, esa monumental obra tiene una seria reputación académica, avalada entre otros por el pope Harold Bloom, que la incluye en su canon occidental, y reconocida en su país de origen como una de las obras fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Quizás sea el encasillamiento en el género de una obra inclasificable, aún conteniendo elementos góticos y grotescos pero no fantásticos, o su etiqueta de trilogía frontalmente opuesta a la de El señor de los anillos, lo que ha hecho que estos libros no encuentren un público masivamente adepto, pero sí lectores muy fieles y totalmente entregados a sus laberínticos entramados.
La trilogía, también conocida como The Titus book - compuesta por Titus Groan (1946), Gormenghast (1950) y Titus solo (1959)- fue creciendo a partir de la evolución del personaje de Titus Groan, septuagésimo séptimo conde de Gormenghast,  y tenía la intención de convertirse en una saga más amplia, casi una epopeya, si el autor no hubiera enfermado prematuramente. De hecho, su último libro se publicó sin la revisión total del autor y se nos muestra como si estuviera incompleto o no totalmente modelado. Aun siendo Titus el personaje que da nombre a dos de los libros, no es hasta la mitad del segundo que empezará a tomar fuerza, para convertirse en Titus solo, en el auténtico protagonista. Y es que en Titus Groan tan sólo es el motivo de inicio del relato a partir de su nacimiento y de puntuales escenas que permiten el avance y desarrollo de otros personajes, mientras que en Gormenghast  vamos viendo su crecimiento como un personaje más, hasta que al final se erige en auténtico protagonista por oposición al rebelde y villano Pirañavelo.
Pero en esta trilogía hay  un personaje literario de enorme peso: la fortaleza de Gormenghast. Este lugar sin ubicación conocida, como situado en un mundo lejano y extraño, se nos muestra como inabarcable –incluso para los propios moradores que desconocen muchos de sus rincones-, repleto de galerías laberínticas, pasadizos oscuros, altísimas torres, amplios patios, mohosas habitaciones, fuertes muros o elevadas pasarelas. Probablemente sea la figura de este castillo, por similitud con esos caserones góticos arropados de naturaleza,  la atmósfera de decadencia que emana de unos personajes torturados y sometidos a las rigurosas leyes y pétreos rituales y su recargado lenguaje repleto de descripciones lo que emparenta a estas novelas con la tradición gótica del fantástico. No obstante, en sus páginas no encontramos elementos sobrenaturales ni mágicos, aunque la extrañeza sea el material que lo envuelva todo, desde un tiempo indeterminado a un aislamiento casi total del exterior. De hecho, se puede admitir que la acumulación de hechos extraños –como diría Todorov- hace que presintamos que existe algo fantástico en la narración.
La fortaleza de Gormenghast se aparece como una entidad malévola que arrastra y somete con su aliento espectral a la dinastía de los Groan y a todos sus moradores, mediante la tradición, la ley y la estricta rigidez de sus normas. Como decía Rafael Llopis, “sus habitantes son muertos en vida” que deambulan como sombras por un laberinto decadente y sin luz. Pero en ese mismo espacio surge la rebelión contra lo establecido a través de dos personajes: el maquiavélico Pirañavelo  y el mismo Titus Groan. Se ha querido ver en sus páginas una alegoría  contra la ciega sumisión a la tradición, la rígida organización clasista y el rancio sistema educativo de la sociedad británica de su época y de ahí surge la búsqueda de la libertad que ansía Titus. Acaso sea eso y mucho más, una obra inimitable o como decía Anthony Burgess “no hay nada que se le parezca en toda nuestra literatura en prosa”.


El poder visual que emana de sus maravillosas y poéticas descripciones —no olvidemos que Peake fue un excelente ilustrador y pintor— logra que entremos en la fortaleza y nos extraviemos continuamente como un personaje más. El detallismo de sus laberintos descriptivos con un lenguaje recargado que hace avanzar la acción de forma parsimoniosa, plagado de metáforas y comparaciones de carácter sombrío, puede parecer en algunos momentos agotador, aunque pienso que su finalidad es envolver el espacio y la trama en una oscura confusión, permitiendo al lector compartir la pesadumbre y el desasosiego de sus herrumbrosos habitantes. Pero también encontramos  un delirante, sutil en ocasiones, sentido del humor que ridiculiza las costumbres y a sus enfermizos personajes. Asimismo, la naturaleza cobra en el segundo libro un significativo papel purificador frente al rigor de los pétreos muros y en ocasiones refleja la grotesca distorsión de ese mundo:
“Una de estas gotas colgó por un momento de una hoja de encina. Y mientras así colgaba, su cuerpo era titánico. Todo el vasto verano creció en ella; reflejaba las hojas, el lago y el cielo. La arboleda se extendía sobre ella, balanceándose junto con el calor, cada rama, cada hoja. Y cuando las plumas azules echaban a volar, el movimiento del paisaje en miniatura se estremecía, pendiendo. Al fin la gota se hundió y descendió, y mientras se alargaba, el reflejo distorsionado de las altas y ruinosas masas del distante edificio moteadas con ventanas anónimas, y de la yedra posada sobre el ala sur como una mano negra, empezó a temblar dentro de la perla estirada, a punto de desprenderse del borde de la hoja de encina”.

Los habitantes de esta oscura fortificación tienen nombres evocadores. Encontramos al conde de Gormenghast Lord Sepulcravo, una figura fantasmal que vive encerrado en su biblioteca creyéndose un buho y esclavizado por la tradición que le exige permanentes rituales diarios; su mujer Gertrude, quien vive continuamente rodeada y dedicada a sus amados pájaros y gatos y desapegada de sus hijos; Titus Groan, el futuro conde que busca continuamente rebelarse contra las imposiciones rituales mientras reflexiona sobre su lugar en este mundo; lady Fucsia, la soñadora hermana de Titus que habita en un permanente mundo de fantasía; Excorio, el fiel y servicial criado del conde, apegado a la tradición; Agrimoho y Bergantín,  sucesivos maestros del ritual ceremonioso y devotos guardianes de las inmemoriales costumbres; el doctor Prunescualo, quizás la única figura sensata e irónica de la función, símbolo de la razón y el caos y el personaje más cercano al lector; Pirañavelo, el arribista e inteligente servidor que acabará por detonar toda la acción y una de las creaciones más memorables de toda la obra. Naturalmente pueblan también esta obra multitud de personajes, como los profesores, las tías gemelas, los moradores del otro lado o todos aquellos que aparecen en el tercer tomo de la trilogía, en la cual Titus abandona el castillo para enfrentarse con otro mundo y para acabar descubriendo que Gormenghast sigue muy presente en él a pesar del inicial rechazo.

Quizás sean los dos primeros libros los más deslumbrantes porque, además de situarse en Gormenghast, ofrecen momentos épicos muy significativos: El  deambular de Pirañavelo por los tejados y torres, huyendo de su origen y buscando la fisura que permita derribar la dinastía de los Groan, para acabar entendiendo que el mal se debe ejecutar en las entrañas; la inacabable pelea entre el grasiento cocinero Volturno y el fidelísimo Excorio, un prodigio de tensión alargada; y el soberbio clímax final entre Pirañavelo y Titus en un castillo inundado hasta las estancias superiores, inundación purificadora frente a la destructiva maldad, donde aparece por primera y única vez el héroe redentor. Aun así, en Titus solo, que se desarrolla en un mundo de apariencia futurista aunque sospechosamente contemporáneo, hay imágenes muy sugerentes como ese Subrío, que parece la catacumba de los desheredados, y ese mundo estratificado vigilado por policías inexpresivos y cámaras espía que nos recuerda mucho a Orwell.
Estas obras han tenido una muy estimable adaptación televisiva de los dos primeros libros en 4 capítulos a cargo de la BBC. Multitud de artistas han pretendido evocar el misterio de esta obra e incluso el propio Peake esbozó de forma grotesca algunos de sus personajes. Lamentablemente, la edición de Minotauro está descatalogada y es casi imposible encontrarla en el mercado de segunda mano (a no ser que sea en su lengua original), por lo que urge una reedición que de a conocer este hito literario a nuevos lectores.






sábado, 31 de agosto de 2013

Zweig, entre la pasión y la obsesión




Retornar a Stefan Zweig de vez en cuando es asegurarse una lectura de calidad, de palabras bien punteadas y emociones sabiamente dirigidas. Entre su abundante obra no es difícil encontrar textos donde las palabras fluyen y los argumentos invitan al pensamiento, aunque bien es cierto que unas cuantas de sus obras descollan por encima del resto porque se aproximan a lo sublime. En cierto modo, este resurgimiento de la obra de Zweig en España, que le está dando el reconocimiento cualitativo que no obtuvo en sus mejores épocas, cuando no era visto más que como un envidiado autor de best-sellers, tiene mucho que ver con el marchamo de calidad que ofrecen sus narraciones. Y uno se pregunta si es que el nivel actual ha descendido tanto que es necesario rescatar autores de amplia cultura con buen hacer literario o es que con el paso de los años hemos aprendido a dejarnos seducir por la melodía de sus textos, redescubriendo así a un auténtico orfebre de las palabras. Me inclino a pensar que la calidad no tiene caducidad y que en un momento u otro debe aflorar ajena a las modas, pues se convendrá que Zweig no fue precisamente un experimentador de nuevas técnicas narrativas, sino más bien un escritor harto convencional que destilaba pasión en su oficio.

Carta de una desconocida (1948) de Max Ophuls
Además de escribir algunas lúcidas y emocionantes biografías y de regalarnos con uno de los libros de memorias más inolvidables que conozco, escribió varias obras de ficción entre novelas, cuentos e incluso una obra teatral. Sus novelas suelen ser casi relatos largos donde trata de plasmar con intensidad un sinfín de emociones. De entre las más populares traigo tres: Carta de una desconocida (1927), Veinticuatro horas en la vida de una mujer (1929) y Novela de ajedrez (1941).

Carta de una desconocida es un soliloquio apasionado, una misiva de amor eterno que recibe un famoso escritor. La elegante prosa de Zweig encaja admirablemente para narrar esa melancólica historia de amor no correspondido, una historia desgarradora de sufrimiento que se convierte en pasión enfermiza. Cada inicio de fragmento de la carta de esa amante desconocida viene punteado por el triste “Mi hijo murió ayer…”, aunque a medida que la historia avanza también lo hará ese comienzo. Si bien la autora de la carta se justifica diciendo que no es una misiva de reproche, es evidente que al enviarla está recordándole al destinatario que la visión del amor que tiene él es frívola, frente a la sincera pasión y fidelidad extrema que ejerce ella. La capacidad del autor para hablar desde el corazón femenino, aunque sea desde un corazón enfermizo hasta la obsesión, es una de sus muchas virtudes. Sin forzar excesivamente, el autor logra conmovernos aunque no lleguemos a entender tanto exceso.

Juego de reyes (1960) de Gerd Oswald
En Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Zweig da voz a una mujer que al cabo de los años encuentra un interlocutor sin prejuicios al que poder explicarle un episodio de su vida, una aventura que marcará el resto de sus años. El autor nos habla de nuevo de las pasiones humanas con mano maestra, pero la historia no logra que interioricemos el drama pasional porque es una obra más encorsetada y en cierta manera demasiado tradicional para que nos sorprenda. De todas maneras, en esta narración de amor no correspondido y engaño se nos transmite un debate sobre la moral y los prejuicios muy interesante, además de describirnos con gran detallismo el perfil psicológico de un jugador compulsivo.

La última novela escrita por Zweig antes de suicidarse y quizás la más querida y admirada de sus obras es Novela de ajedrez. Allí encontramos a un autor desencantado que ya no ve salida a la tragedia humana que los nazis han desencadenado. Es fácil ver el simbolismo de esta obra, pues el autor encaja con ese personaje central de la historia que es el Sr. B, un culto vienés apasionado por el ajedrez que se enfrentará en el tablero  a un ser racional y frío, símbolo de la poderosa Alemania; la tradición y la caballerosidad frente al arribismo y la mecanicidad. En sus poco menos de cien páginas, Zweig construye una narración perfecta y un estudio psicológico de gran profundidad, donde pasión y obsesión se intercalan de forma dramática.

La historia que el Sr. B cuenta al narrador sobre su aprendizaje del juego del ajedrez es el eje central de toda la obra y ejerce tal poder de seducción sobre el lector que se acaba entrando en el mundo interior de un personaje abocado a la esquizofrenia. Su sufrimiento es el nuestro porque se entiende su obsesión, que es su única tabla de salvación y a la vez ayuda a comprender un poco mejor a Stefan Zweig, quien siempre bordeó la débil línea que separaba la pasión de la obsesión.







martes, 25 de junio de 2013

Las fábulas de Calvino




Italo Calvino confesó en un escrito de 1960 que acompañaba a la edición de Nuestros antepasados que, tras haber comenzado su carrera literaria escribiendo relatos neorrealistas y hastiado de todo, se puso en 1951 a imaginar una historia como mero pasatiempo privado. Empezó a escribir El vizconde demediado y, aunque no era su ánimo realizar un cambio radical en su escritura y defender otra poética, es probable que la sensación de libertad que le producía adentrarse en el terreno fantástico influyera definitivamente en sus posteriores creaciones.
Asimismo debemos recordar que Calvino se dedicó con gran empeño a investigar los cuentos y fábulas tradicionales italianas y más adelante su afición al fantástico le llevaría a antologar y prologar una excelente y modélica selección de relatos titulada Cuentos fantásticos del XIX. Así es que Calvino, de manera casi fortuita, empezó a dibujar el espacio donde mejor podía expresar sus preocupaciones sobre la existencia humana.
También como Borges, al que admiraba profundamente, Calvino escribió mucho sobre otros autores y supo apreciar con gran sentido crítico a los clásicos. En Borges reconocía una adhesión a su “idea de la literatura como mundo construido y gobernado por el intelecto” y se sentía vinculado a él por su mutua pasión hacia aquellos autores que se habían movido por el género fantástico de forma continua u ocasional. Ya en su prólogo a Cuentos fantásticos del XIX, Calvino expresaba su particular visión afín al género: “El cuento fantástico es uno de los productos más característicos de la narrativa del siglo XIX y, para nosotros, uno de los más significativos, pues es el que más nos dice sobre la interioridad del individuo y de la simbología colectiva. Para nuestra sensibilidad de hoy, el elemento sobrenatural en el centro de estas historias aparece siempre cargado de sentido, como la rebelión de lo inconsciente, de lo reprimido, de lo olvidado, de lo alejado de nuestra atención racional. En esto se ve la modernidad de lo fantástico, la razón de su triunfal retorno en nuestra época. Notamos que lo fantástico dice cosas que nos tocan de cerca, aunque estemos menos dispuestos que los lectores del siglo pasado a dejarnos sorprender por apariciones y fantasmagorías, o nos inclinemos a gustarlas de otro modo, como elementos del colorido de la época”.
Y es así como se fue concibiendo la trilogía de Nuestros antepasados formada por El vizconde demediado, El barón rampante o El caballero inexistente, un gran fresco alegórico que utilizaba la fantasía como medio para describir la relación del ser humano con su entorno. Estas obras representaban en palabras de Calvino, la aspiración a una plenitud por encima de las mutilaciones impuestas por la sociedad, la vía hacia una plenitud no individualista alcanzable mediante la fidelidad a una autodeterminación individual y la conquista del ser respectivamente, es decir tres maneras de acercamiento a la libertad. No es necesario, por tanto, que busquemos nuevas interpretaciones cuando el autor fue tan claro en su exposición, pero hay que convenir que obras tan imaginativas siempre dan pie a hablar como mínimo de sus detalles.
En El vizconde demediado, Medardo de Terralba es partido limpiamente en dos por una bala de cañón en la guerra contra los turcos. La mitad del hombre que regresa se muestra cruel con los suyos y decide seccionarlo todo porque entiende que la pureza está en la fracción de las cosas. Más adelante aparece la otra mitad que es un reverso, pues busca el bien casi como un santo. Es fácil asociar esta obra con la dualidad del clásico de Stevenson (al que le hace un guiño evidente por otro lado), pero Calvino se adelanta para informarnos que en realidad quiere hablarnos del hombre contemporáneo, “mutilado, incompleto, enemigo de sí mismo”. De hecho, la división también se hace explícita en las dos comunidades que nos muestra el autor, la de los leprosos que ejercen el desenfreno y la lujuria y la de los hugonotes mucho más rígida. Y el humor envuelve todo el relato para asemejarlo a las antiguas fábulas.
La segunda de las obras de esta trilogía es El barón rampante, sin duda una de sus obras maestras y la preferida por Calvino entre todas las suyas. Aunque no se trata de una novela fantástica, su idea es tan irracional y poco convencional que parece situarse en un mundo irreal. Cuenta la historia de Cósimo Piovasco di Rondó, quien a temprana edad decide rebelarse y ascender a los árboles para no bajar nunca jamás. Pero su huida no significa escapar de la realidad, sino vivirla de un modo diferente, desde una individualidad comprometida con sus congéneres pero ajena a normas e imperativos sociales y de clase. La agudísima reflexión del autor sobre el hombre fiel a sus principios, inmerso en una sociedad que rechaza a los inconformistas, la convierte en una novela excepcional. El barón rampante sigue las andanzas de Cósimo, narradas por su hermano y nos muestra que la vida en los árboles no está exenta de aventuras; además, se preocupa por describirnos con todo detalle la vida en las alturas con ánimo de dar verosimilitud a un hecho extraordinario. Aunque su concepción es más realista y sus claras referencias a un período histórico concreto la hacen una obra más crítica, su tono de fábula la convierte en intemporal. Y sus últimas líneas contienen uno de los más hermosos y poéticos finales que recuerdo.
Para El caballero inexistente, Calvino ideó la historia del caballero Agilulfo que lucha en las guerras como paladín de Carlomagno. Agilulfo, cubierto de una impecable armadura, no es corpóreo y de hecho sólo existe lógicamente, es decir, como ente defensor de la norma, el rigor y la ley y en su carencia de capacidad para emocionarse y empatizar. Junto a él, Gurdulú, el bobo y loco escudero que el rey le ha asignado, es presentado como un ser complementario que parece tener solamente presencia física y al que su absurdo comportamiento lo desubica constantemente del mundo. En estos dos personajes, que representan la razón y la presencia física pero también en Rambaldo, Bradamante o Torrismundo, busca Calvino esa plenitud del ser, pues cada uno de ellos necesita completar su existencia a través de sus acciones. Quizás no tiene la magia natural que respira El barón rampante, al evocar de forma demasiado explícita su carácter alegórico, pero indudablemente demuestra que Calvino sabe utilizar con gran precisión las claves fantásticas para mostrarnos su percepción del mundo.
Al explorar el camino de la fantasía, conseguía Italo Calvino mostrarse como una de las voces más interesantes de la segunda mitad del siglo XX.